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No es economía colaborativa todo lo que reluce: el caso WeWork
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Alberto Artero

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No es economía colaborativa todo lo que reluce: el caso WeWork

La compañía se define como una "red global de espacios de trabajo donde las personas y las compañías crecen juntas, entornos donde se fomenta la creatividad, el enfoque y las conexiones"

Foto: Foto: iStock.
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La economía colaborativa está de moda. No solo por su fulgurante expansión sino porque cada vez responde menos al adjetivo que la define. La realidad mercantil se ha impuesto al espíritu original de ideas como Uber o Airbnb. Ambas compañías pretendían hacer un uso más eficiente de los recursos ociosos permitiendo a propietarios de coches o de viviendas obtener un rendimiento por su uso o alquiler cuando hubiera demanda de ellos y no los necesitaran para sí. Sin embargo, a día de hoy, la primera cuenta cada vez con más flota propia mientras que la segunda se ve copada por intermediarios que han hecho de la gestión agregada de inmuebles de particulares su modo de vida. El romanticismo que acompañó su creación se ha desvanecido y quedan, sin embargo, abiertas en canal cuestiones tales como regulación, seguridad, imposición, empleo o infraestructuras que van a traer cola durante mucho tiempo. Tanto más cuanto se mantenga la divergencia en todas esas materias entre economía regulada e ‘informal’. Dios pille confesado al legislador.

Sea como fuere, y más allá del debate intelectual sobre la materia, no se puede negar la evidencia. Los principales actores de estos servicios ‘persona a persona’ (P2P) han propiciado una quiebra en el modelo tradicional de relación entre cliente y proveedor —bien a través de una nueva propuesta de valor, bien poniendo cara y ojos a una práctica sumergida tan extendida como el alquiler vacacional— que ha llegado para quedarse. Sobre la base de una desintermediación —aparente o real— que amplía oferta y abarata precios, encuentra por días nuevas manifestaciones. Algunas ya arraigadas en nuestro país y otras que no han hecho si no comenzar a asomar la patita tras triunfar allende nuestras fronteras. Es el caso de la firma de oficinas compartidas WeWork que, pese a compartir apellido y ser metida en el mismo saco que las anteriores, no es comparable a ellas. Ni mucho menos. Por más que se empeñen sus ejecutivos en que sea catalogada por público e inversores como tal. Pero, ay amigo, hay denominaciones que disparan valoraciones. Que se lo digan a los que se han añadido la coletilla Blockchain.

Valorada en más de 20.000 millones de dólares en su última ronda de financiación, que tuvo lugar el pasado mes de agosto, la compañía se define en su web como una "red global de espacios de trabajo donde las personas y las compañías crecen juntas, entornos donde se fomenta la creatividad, el enfoque y las conexiones". Una descripción que se completa con la correspondiente dosis de buenismo, tan propia de estas estrellas emergentes, que lo usan como herramienta para diferenciarse de ‘incumbents’ como Regus: "Queremos crear un movimiento donde humanizamos el trabajo". Qué cosas, como si eso lo diera el entorno y no la tarea, la jerarquía o las relaciones. Sea como fuere, WeWork cuenta con 287 localizaciones en 59 países y ofrece arrendar tanto edificios completos como ‘despachos’, ‘escritorios’ o ‘hot desks’ en un espacio compartido. No en vano, más allá de la poesía, la flexibilidad es su seña de identidad. En España, a día de hoy, solo están presentes en el paseo de la Castellana 43 de Madrid, si bien incorporarán en breve a su cartera Castellana 77 y Glòries en Barcelona.

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Sin embargo, si lo que está sucediendo en ciudades como Londres puede servir de referencia de lo que va a llegar a nuestro país, quédense con el titular de 'Financial Times' de ayer: “WeWork becomes central London´s biggest office occupier”. Desde 2012, ninguna otra firma ha alquilado más espacio de oficinas en la capital inglesa, lo que la convierte en el segundo inquilino local por volumen, solo por detrás del Gobierno británico. Su superficie alquilable ha doblado entre 2016 y 2017 gracias también a la adquisición selectiva de inmuebles que ha realizado por mandato de terceros. El crecimiento es, pues, exponencial. No en vano, el porcentaje de este tipo de arrendamiento sobre el total ha pasado en la City del 7,5% al 20% del total en los últimos 12 meses, con un aumento de proporción similar en el conjunto de las Islas.

Como otros intervinientes —reales o teóricos— en la economía colaborativa, las barreras de entrada son prácticamente nulas, siendo fundamental, a fin de consolidar el rápidamente su modelo de negocio, ocupar espacios —nunca mejor dicho— y generar hábito, por más que la recurrencia de este tipo de decisiones sea sustancialmente menor que la de tomar un taxi o irse de escapada. No obstante, como hemos señalado anteriormente, se trata de una ‘rara avis’ a la que se ha circunscrito en este ámbito más por mor de su concepción inicial —que buscaba la creación de entornos diferenciales a los que solo se podía acceder por invitación— que porque efectivamente participe de sus características. De hecho, no es un P2P o, como está de moda ahora, un H2H (‘human to human’), sino un B2B en el que la desintermediación se basa en… la intermediación, como un agente inmobiliario más que hace suyos los inmuebles de terceros para alquilarlos a terceros. Desde ese punto de vista, por el tipo de transacción y activo, es más ordenado, más transparente, menos abusivo laboralmente y menos intrusivo industrialmente que los Uber o Airbnb a los que hemos hecho referencia en el arranque. Lo que no deja de ser, sin duda, diferencial hasta el punto de que su expansión no solo será cuestionada sino aplaudida por propietarios y arrendatarios. Ya era hora.

Y es que WeWork es otra cosa. Para bien o para mal. Más corriente de lo que se quiere la propia compañía atribuir. Que no les den gato por liebre.

La economía colaborativa está de moda. No solo por su fulgurante expansión sino porque cada vez responde menos al adjetivo que la define. La realidad mercantil se ha impuesto al espíritu original de ideas como Uber o Airbnb. Ambas compañías pretendían hacer un uso más eficiente de los recursos ociosos permitiendo a propietarios de coches o de viviendas obtener un rendimiento por su uso o alquiler cuando hubiera demanda de ellos y no los necesitaran para sí. Sin embargo, a día de hoy, la primera cuenta cada vez con más flota propia mientras que la segunda se ve copada por intermediarios que han hecho de la gestión agregada de inmuebles de particulares su modo de vida. El romanticismo que acompañó su creación se ha desvanecido y quedan, sin embargo, abiertas en canal cuestiones tales como regulación, seguridad, imposición, empleo o infraestructuras que van a traer cola durante mucho tiempo. Tanto más cuanto se mantenga la divergencia en todas esas materias entre economía regulada e ‘informal’. Dios pille confesado al legislador.