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Secretos y mentiras de la empresa española (el tamaño importa, pero menos)
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Alberto Artero

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Secretos y mentiras de la empresa española (el tamaño importa, pero menos)

El 95,6% de nuestras empresas tiene menos de 10 asalariados, frente al 94,1% de 2008

Foto: La ministra de Empleo, Fátima Báñez (c), junto al presidente de Cepyme, Antonio Garamendi (i), y el presidente de Randstad España, Rodrigo Martín. (EFE)
La ministra de Empleo, Fátima Báñez (c), junto al presidente de Cepyme, Antonio Garamendi (i), y el presidente de Randstad España, Rodrigo Martín. (EFE)

Hace poco tuve ocasión de moderar un coloquio con la secretaria general de Industria y de la Pyme, Begoña Cristeto. Como no podía ser de otra manera, a lo largo del debate salió a colación el tema de la falta de tamaño de la empresa española y su incidencia (negativa) en términos de productividad y competitividad. Hablamos de facturación, hablamos de empleados y hablamos, también, de las trabas que desde la propia Administración se ponen al crecimiento orgánico de las compañías a través del endurecimiento absurdo —y en muchas ocasiones injustificado— de la regulación mercantil, laboral o fiscal que les resulta de aplicación conforme van ganando dimensión. Lidió ese difícil toro con solvencia y profesionalidad. Silencio del respetable.

Pues bien, coincide en el tiempo ese encuentro con la publicación por parte del Servicio de Estudios de Bankia de un informe en el que se hace un diagnóstico de la situación en nuestro país a cierre de 2017 en relación con este factor clave. De él podemos extraer una serie de conclusiones reveladoras. Verdades del barquero que deberían estremecer a nuestros políticos y mentiras flagrantes que desmontan excusas en las que algunos amparan sus propios fracasos.

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A saber:

1. El 95,6% de nuestras empresas tiene menos de 10 asalariados, frente al 94,1% de 2008. El aumento se debe no tanto al aumento de estas sociedades en términos absolutos, caen un 2,5%, sino a la mejora de su peso relativo sobre el total.

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2. En efecto, las firmas que emplean de 10 a 49 personas han caído en una década un 30%, mientras que las que llegan a 199 lo han hecho un 21% y las de más de 200, un 14%. Y eso que han recuperado bastante desde 2014. Algo que pone de manifiesto lo que señalábamos con anterioridad. Se puede ser micropyme, se puede ser empresa de tamaño, pero sobrevivir en el escalón intermedio en España es mucho más complicado cuando las cosas vienen mal dadas. La elasticidad a la crisis de este segmento es muy superior a la del resto.

3. Es verdad que hay un primer elemento, cuando menos, curioso que distorsiona la foto. El 55,5% de nuestras sociedades carece de fuerza laboral. Estamos hablando de un volumen por encima de 1.800.000. Vuelta la burra al trigo: algo falla en el incentivo para que esta sea la realidad dominante en la piel de toro.

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4. Resulta interesante analizar nuestra posición relativa en relación con el resto de los estados miembros de la UEM. Aunque la comparativa está algo desactualizada, es de 2015, nuestra realidad no es muy distinta de la de Francia u Holanda. De hecho, Alemania solo hay una y nadie se acerca ni de lejos a la estructura de su pirámide societaria. Por tanto, tampoco nos volvamos locos. El tamaño importa, pero menos. Hay otros muchos ingredientes que deben ser metidos en la coctelera.

5. El 21% de las empresas españolas son de nueva creación y solo el 16,3% tienen más de 20 años de antigüedad, porcentaje que ha ido creciendo en el tiempo y que es tanto más alto cuanto mayor es el tamaño de la compañía medido en términos de fuerza laboral. Un indicador que, no obstante, no ha de ser tomado como el único referente, especialmente si lo que ponemos es la eficiencia en el punto de mira.

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6. De hecho, queda acreditado que somos un país de servicios y es evidente que la ocupación en el terciario es mucho más variable que en otros sectores de la economía, especialmente el industrial. De ahí que sea fundamental, si queremos resolver el problema del paro estructural, apostar por las inversiones permanentes que se centren en crear valor añadido, más allá del ensamblaje, y generen empleo de calidad. Algo que, como comentamos en el arranque del 'post', requiere la colaboración de todos los ministerios, los impulsores y los recaudadores si no queremos revivir la sangría empresarial más reciente. Por pedir que no quede.

Un análisis, pues, interesante, con muchas aportaciones positivas y algunas lagunas significativas —como centrar todo en los recursos humanos sin tener en cuenta facturación o activo, por citar solo dos ejemplos— que sirve para situar un debate imprescindible.

Claro que, ¿quién quiere ser en España cola de león pudiendo ser cabeza de ratón?

Pues eso.

Hace poco tuve ocasión de moderar un coloquio con la secretaria general de Industria y de la Pyme, Begoña Cristeto. Como no podía ser de otra manera, a lo largo del debate salió a colación el tema de la falta de tamaño de la empresa española y su incidencia (negativa) en términos de productividad y competitividad. Hablamos de facturación, hablamos de empleados y hablamos, también, de las trabas que desde la propia Administración se ponen al crecimiento orgánico de las compañías a través del endurecimiento absurdo —y en muchas ocasiones injustificado— de la regulación mercantil, laboral o fiscal que les resulta de aplicación conforme van ganando dimensión. Lidió ese difícil toro con solvencia y profesionalidad. Silencio del respetable.

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