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Montoro y el tabaco, cuando la recaudación interesa más que la prevención
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Alberto Artero

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Montoro y el tabaco, cuando la recaudación interesa más que la prevención

El fin no debería justificar unos medios tan agresivos, que se están aplicando incluso con mayor dureza sobre pequeñas y medianas empresas y profesionales

Foto: Distintos tipos de tabaco de picadura en un estanco. (EFE)
Distintos tipos de tabaco de picadura en un estanco. (EFE)

La España que cuenta tiene en el punto de mira a un personaje común: Cristóbal Montoro, a la sazón ministro de Hacienda en las dos legislaturas de Mariano Rajoy. No hay comida que se precie ni cena de cierta enjundia en la que su nombre no salga a relucir. Y no precisamente para piropearle. La presión fiscal en nuestro país ha crecido exponencialmente. No ya por el número de figuras impositivas o los tipos aplicados a los gravámenes, que tampoco han cambiado tanto, sino por esa voracidad recaudatoria que trae a todo el mundo loco, inspección tras inspección, paralela tras paralela.

Alguien podrá decir que se trata de acciones al servicio de un bien superior, la corrección del déficit público para acomodarlo a los límites fijados por Europa. Pero el fin no debería justificar unos medios tan agresivos, que se están aplicando incluso con mayor dureza sobre pequeñas y medianas empresas y profesionales, esto es: los que sostienen el empleo y la actividad de este país. Algo falla, pues, en todo esto y quizás un ejemplo de ello sea lo que ha sucedido en los últimos años con el impuesto al tabaco, donde el fracaso de las previsiones provoca la búsqueda de fuentes de ingreso adicional que ahogan a la ciudadanía, por una parte, y, por otra, consigue el efecto contrario al pretendido: más facilidades de acceso al consumo y menos dinero en la hucha del ministerio.

Foto: El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. (EFE)

En 2016, el jienense anunció una serie de medidas tendentes a aumentar la recaudación por los tributos aplicados a la cajetilla. Como objetivo inicial, que las arcas públicas recibieran 100 millones de euros más al año por este concepto. Un meta tanto más factible cuanto el 80% de su precio de venta al público ya va a parar al Estado, sea de forma directa o indirecta —a través del IVA—. Una aportación cercana a los 9.000 millones de euros anuales, muy por encima del alcohol (1.400) u otros productos de gran rotación y perfil similar como el juego o las bebidas azucaradas.

Sin embargo, al final del primer ejercicio de aplicación, 2017, el resultado fue de, tachán, tachán, menos 157 millones para un agujero total frente a las previsiones del gobierno de 257.

"Y… ¿por qué?", que diría el gran Mourinho.

Como las prisas son malas consejeras, no se ha actuado sobre la parte del tributo más disuasoria y efectiva, que es el impuesto mínimo

Porque, como las prisas son malas consejeras, no se ha actuado sobre la parte del tributo más disuasoria y efectiva, que es el impuesto mínimo. Paradojas de la vida, una cajetilla se puede adquirir hoy al mismo PVP que en 2013 gracias a que este parámetro, fijado entonces en el 98% de la media ponderada del mercado, solo se ha revisado a finales de 2016 y no para actualizarlo sino para… ¡rebajarlo hasta el 92%! A resultas de esta decisión, se ha producido una guerra de precios entre las principales compañías que ha afectado a la recaudación y, lo que es aún más grave, ha abaratado el acceso al tabaco de la parte con menos recursos de la sociedad, incluidos los más jóvenes. Prueba de ello es que la cuota de mercado del segmento de menor coste para el ciudadano ha doblado en los últimos cinco años, pasando del 8% al 17%.

A nadie se le escapan las consecuencias que el aumento del consumo tiene sobre el conjunto de la sociedad y, muy especialmente, sobre la viabilidad de nuestro Estado de bienestar. Al final, por no vestir correctamente un santo, por no poner el foco en el elemento más recurrente y estable de la fiscalidad sobre el tabaco, se desviste otro mayor. Hacer un pan como unas tortas, se le llama a esto. En la medida en que se facilita el acceso al consumo, crecen los costes sanitarios asociados al mismo y el efecto sobre los ingresos de esa mayor imposición se va por el desagüe del gasto asociado a los efectos sobre la salud.

Uno, en su cortedad intelectual, puede entender que sea necesario corregir buena parte del ancha es Castilla en que se ha vivido fiscalmente en España durante muchos años. Pero eso no significa disparar a diestro y siniestro, sin una reflexión previa, como parece que ha sido el caso en relación con la materia que nos ocupa. Y como parece que es en la cuenta de resultados de tantas y tantas pequeñas empresas y autónomos a los que se les pide pagar antes que ingresar, documentar hasta el extremo sus gastos, no poderse deducir prácticamente nada y aceptar la sombra de sospecha permanente sobre su actividad.

Luego no se extrañen de que tomen el pescante camino de Villadiego.

La España que cuenta tiene en el punto de mira a un personaje común: Cristóbal Montoro, a la sazón ministro de Hacienda en las dos legislaturas de Mariano Rajoy. No hay comida que se precie ni cena de cierta enjundia en la que su nombre no salga a relucir. Y no precisamente para piropearle. La presión fiscal en nuestro país ha crecido exponencialmente. No ya por el número de figuras impositivas o los tipos aplicados a los gravámenes, que tampoco han cambiado tanto, sino por esa voracidad recaudatoria que trae a todo el mundo loco, inspección tras inspección, paralela tras paralela.

Cristóbal Montoro Tabaco Fiscalidad