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Orgía populista poco creíble
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Juan María Hernández Puértolas

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Orgía populista poco creíble

El discurso dio pocas pistas sobre su acción de gobierno y que fue alarmantemente parco en materia de política exterior salvo la promesa de erradicar el terrorismo islamista

Foto: Discurso del presidente Trump en la ceremonia de su toma de posesión. (Reuters)
Discurso del presidente Trump en la ceremonia de su toma de posesión. (Reuters)

Escuchando el discurso inaugural del ya 45º presidente estadounidense, Donald J. Trump, a este cronista le venía a la mente una estrofa de una de las últimas canciones del Beatle probablemente más infravalorado, George Harrison. El guitarra solista de los Fab Four escribió aquello de que “If you don’t know where you’re going, every road will take you there” (si no sabes a dónde quieres ir, cualquier camino te llevará allí).

No da la sensación, en efecto, que el deseo de conseguir la presidencia se debiera en el caso del magnate neoyorquino a una fuerte pulsión ideológica, como en los casos de dos presidentes transformadores en los dos lados del espectro político como fueron el demócrata Franklin Delano Roosevelt o el republicano Ronald Wilson Reagan. Tras coquetear con la idea durante mucho tiempo, Trump se embarcó en la campaña presidencial con un triple objetivo: vengarse de los políticos, los periodistas y de todo el mundo que le había considerado poco más que un bufón millonario; obtener la máxima victoria a la que puede aspirar una persona para quien ganar no lo es todo, es lo único, la presidencia; por último, consolidar el proyecto personal de construir una marca, la marca Trump, que trascendiera su trayectoria empresarial. Tras los edificios Trump, los hoteles Trump, los casinos Trump y los campos de golf y resorts Trump, ¿por qué no una Casa Blanca Trump?

Trump apeló a los trabajadores víctimas de la globalización y a aquellos ciudadanos que consideran que cualquier tiempo pasado fue mejor

Cuando observó que, como resultado de su popularidad televisiva, las encuestas le situaban en el primer lugar del bando republicano, Trump abrazó la causa populista en la serie de debates televisados que constituyeron la base de sus posteriores victorias en las asambleas y elecciones primarias. Contradiciendo una de los principios esenciales de la política, el de que las elecciones se ganan desde el centro, Trump obtuvo la victoria apelando esencialmente a tres segmentos del electorado, los que están hartos del funcionamiento de la máquina del Gobierno federal, los trabajadores que han sido víctimas de la globalización y aquellos ciudadanos, esencialmente blancos y sin estudios superiores, que consideran que cualquier tiempo pasado fue mejor. Atendiendo a un movimiento que venía produciéndose desde hacía tiempo en las filas republicanas y, al otro lado del Atlántico, en muchos ciudadanos británicos, el 'Bring Our Country Back', el devolvednos nuestro país, se convirtió en el Santo Grial de Donald Trump y de Nigel Farage, el político inglés que dedicó toda su carrera política a que el Reino Unido abandonara la Unión Europea.

Ignorando que obtuvo casi tres millones menos de votos populares que Hillary Clinton en pasado 8 de noviembre y que habría bastado el desplazamiento de apenas 40.000 votos en tres estados (Michigan, Wisconsin y Pennsylvania) para que el triunfo hubiera caído del lado de su rival, Trump abandonó en su discurso inaugural cualquier intento pacificador o de cicatrizar las heridas de un país profundamente dividido. Como ya había hecho en la campaña, la exageración y el exabrupto se impusieron a la realidad.

Por ejemplo, el nuevo presidente utilizó el término “carnicería” para describir el fenómeno de la inseguridad urbana. Es evidente que la criminalidad de este tipo en Estados Unidos supera a la que se produce en el resto de los países económicamente avanzados, pero, ese fenómeno, que muchos consideran asociado a la extraordinaria proliferación de armas de fuego en el país, observó sus mayores cotas a finales de los años ochenta y primeros años noventa del siglo pasado, sí bien es cierto que en el 2016 se registró un repunte en algunas de las principales ciudades, notablemente en Chicago.

En un discurso descaradamente proteccionista y aislacionista, Trump siguió considerando el comercio internacional como un juego de suma cero, en el que los beneficios de unos acarrean las pérdidas de los otros. A juzgar por las palabras de Trump, un extraterrestre pensaría que Estados Unidos es una nación arruinada, indefensa militarmente y desprovista de clases medias. Lo cierto es que sigue siendo la primera potencia económica del mundo, que su presupuesto anual de defensa, unos 500.000 millones de dólares, también lidera el orbe y que, comparada con la del resto del mundo, la clase media estadounidense goza de excelente salud. Afirmar, como hizo el viernes, que “la riqueza de nuestra clase media ha sido arrancada de sus hogares y a continuación redistribuida por el resto del mundo” es una auténtica patraña.

¿De verdad cree Trump que las fábricas textiles y de calzado pueden volver a abrir en Nueva Inglaterra, que Detroit recuperará su pasado esplendor?

Es verdad que el número de estadounidenses dedicados al sector manufacturero, que en los años noventa del siglo XX se situaba en unos 17 millones de trabajadores, ahora apenas supera los 12 millones, pero la mayoría de los economistas considera que el principal motivo es la automatización y no los puestos de trabajo desplazados a los países en vías de desarrollo. ¿De verdad cree Trump que las fábricas textiles y de calzado pueden volver a abrir en Nueva Inglaterra, que Detroit recuperará su pasado esplendor gracias a que la industria del automóvil reabrirá sus plantas en Estados Unidos o que la siderurgia 'Made in USA' volverá por sus fueros?

La verdad es que el discurso del nuevo presidente dio pocas pistas sobre su acción de gobierno y que fue alarmantemente parco en materia de política exterior, como no fuera la promesa de erradicar de la faz de la tierra el terrorismo de inspiración radical islamista. Por otra parte, esa orgía populista casa mal con un gabinete ministerial sobrepoblado de millonarios y de personas conservadoras, a primera vista poco partidarias de arrasar Washington o, por utilizar la metáfora de Trump, de drenar la ciénaga.

Lo que no es retórica ni populismo es la primera orden ejecutiva firmada por el presidente, destinada a minimizar las cargas regulatorias y económicas asociadas a la reforma sanitaria de la Administración Obama, más conocida como Obamacare. Que 20 millones de ciudadanos puedan perder la protección sanitaria de la que gozan gracias a esa ley no constituye precisamente una medida populista.

Escuchando el discurso inaugural del ya 45º presidente estadounidense, Donald J. Trump, a este cronista le venía a la mente una estrofa de una de las últimas canciones del Beatle probablemente más infravalorado, George Harrison. El guitarra solista de los Fab Four escribió aquello de que “If you don’t know where you’re going, every road will take you there” (si no sabes a dónde quieres ir, cualquier camino te llevará allí).

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