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Una noche en el museo con Michelle Obama
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Luján Artola

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Una noche en el museo con Michelle Obama

Las primeras damas son las reinas consortes hasta la muerte. Dirigen, inspiran, ordenan y trascienden a sus maridos. Aprendieron o siempre supieron cómo sobrevivir desde la sombra del poder

Foto:  Michelle Obama junto a otros invitados a la Smithsonian's National Portrait Gallery.
Michelle Obama junto a otros invitados a la Smithsonian's National Portrait Gallery.

Ir en tren a Washington desde Nueva York, es en general, la mejor manera de pasar del estruendo al silencio y a la calma. Nada más salir del taxi unas escaleras mecánicas entierran a miles de pasajeros en apenas unos segundos, en un subsuelo lleno de túneles. En 1963, la antigua Pennsylvania Station de Nueva York fue destrozada literalmente para construir el Madison Square Garden, por lo que la magia de entrar en una estación desaparece y se sustituye por la rapidez de una parada de metro cualquiera. Gracias a aquella demolición que provocó un escándalo en la sociedad neoyorquina, Grand Central, el otro gran acueducto de trenes que conecta medio país, fue salvado de las garras de las grandes constructoras y según me contó hace tiempo uno de los camareros de Cipriani, restaurante que se encuentra en medio de uno de los arcos de la estación, quien realmente se empeñó en protegerla fue Jacqueline Kennedy. Entonces ya estaba casada con Aristóteles Onassis, pero las primeras damas son las reinas consortes hasta la muerte. Dirigen, inspiran, ordenan, solucionan y trascienden a sus maridos. Aprendieron o siempre supieron cómo sobrevivir desde la sombra del poder. No recuerdo donde leí hace poco que mientras ella daba a luz a una de sus hijas, el presidente estaba en un barco con una amante, le avisaron y decidió no perder el tiempo volviendo a su casa ya que la niña había nacido muerta y poco se podía hacer. Y de repente, me vino a la cabeza la crueldad, la torpeza o la soberbia borracha de poder con la que a veces los presidentes han dirigido este país.

Tres horas después de raíles, de golpe Washington D.C. me encontré de bruces con el Capitolio. He estado muchas veces en esta ciudad, pero ahora mismo tiene algo especial: Es el centro del mundo y más que nunca la corte suprema y hoguera de la política. No lo digo por la quema de Trump, lo digo por cómo se están abrasando entre todos y cómo el arte del trabajo para el bien común es hoy un aquelarre dónde nada es ya demasiado. Pero para esa enfermedad, un museo. Para esa epidemia la fortuna de encerrarse en la American Portrait Gala. Cada dos años, el Smithsonian’s National Portrait Gallery premia y retrata a los protagonistas de la vida americana y es llamada la gran alfombra roja del arte.

placeholder La Casa Blanca. (Reuters)
La Casa Blanca. (Reuters)

Michell Obama, envuelta en un espectacular vestido de Schiaparelli fue la estrella de un planeta perfecto de elegancia, inteligencia, arte, belleza y poder. Entregó el premio al productor Lin-Manuel Miranda, director entre otras muchas cosas, del musical de Broadway basado en la vida de Alexander Hamilton influyente promotor de la Constitución de los Estados Unidos, primer secretario del Tesoro y fundador del periódico 'The New York Post'. Las palabras de la ex primera dama emocionaron a todos, especialmente al premiado. Dijo que él había sabido contar a través de su espectáculo de la manera más fiel, la historia de América. “Él es alguien que, en melodía, rima y conexión, ha hecho un retrato honesto de nuestro país como nunca había visto. Amo a este chico.". Asimismo, destacó el apoyo de Lin Miranda durante el huracán María que asoló su país, Puerto Rico.

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Entre las sesenta mesas, en medio del patio diseñado por Norman Foster, un espectáculo de flores, vajillas, camareros, fotógrafos y lo que más me sorprendió, muy pocos guardaespaldas. Me acerqué al escenario varias veces (entre plato y plato) para ver más de cerca y uno me ayudó a apoyarme para sacar unas fotos. Mi querencia hacia los guardaespaldas es casi primitiva, ya lo saben. Justo en ese momento vi a Hillary Clinton cenando, mientras escuchaba las palabras de la señora Obama. Era todo como un capítulo de 'Juego de Tronos' pero con la épica moderna de presentadores famosos de CNN, FOX, junto a archimillonarios constructores, patronos y benefactores del museo. Extraño pero irresistiblemente atractivo. Jeff Bezos, presidente de Amazon y otro de los premiados y retratados, compartía mesa con sus padres (adoptivos y de origen leonés), sus hijos y su actual pareja que lo tenía invisiblemente acordonado contra toda aquella mujer que quisiera acercarse con la excusa de una foto. Una amiga me contó que lo intentó dos veces pero que sintió que le iba a echar un mal de ojo de toda la vida y se abstuvo. Las miradas que lanzaba eran paralizantes. Sobre Bezos, a parte de su imperio que comenzó de la nada, me atrae lo justo porque veo en su fortuna la que yo he perdido en estos años en los que me sedujo con la facilidad de adquirir libros y he acabado comprando desde calcetines, a tornillos y ahora en Nueva York, chorizo de la marca Palacios. Todo a golpe de click y de caja.

placeholder  Frances Arnold.
Frances Arnold.

Las premiadas que realmente me fascinaron fueron Frances Arnold, Indra Nooyi y Anne Wintour. La primera por ser la única mujer americana en tener un Premio Nobel, concretamente el de química y por ser pionera en la investigación de las enzimas para producir biocombustibles y compuestos farmacéuticos que ataquen menos al medio ambiente. La segunda, por haber dejado hace un año la presidencia de Pepsi compañía en la que desde que fue nombrada directora financiera en 2000, los ingresos anuales aumentaron un 72%. Me gustó su sencillez y la manera de hablar de su familia. Fue en ese momento cuando se le cortó la voz de la emoción, mientras sus hijos y su marido no paraban de aplaudir. Y la tercera, Anne Wintour, editora jefe de 'Vogue', por desmontar la imagen de mujer estirada de la moda gracias a su humildad, su exquisito acento británico y sus tímidas carcajadas cuando fue presentada por el actor James Corden, que salió vestido con los abrigos, el pelo y las gafas oscuras que caracterizan a la reina de las verdaderas pasarelas.

Estos eventos son las catequesis de este siglo donde los que han volado muy alto, se presentan ya viejos ante el nuevo mundo

Todo terminó con el premio al grupo musical Earth, Wind and Fire del que confesé mi ignorancia hasta que oí la canción 'September' y me di cuenta de que me la sabía entera. Les presentó Clive Davis, el mítico productor de música de los años setenta que, como los propios cantantes, cerca de la ancianidad, explicaron como si de una clase magistral se tratara, los secretos del éxito. Estos eventos a parte de la maravilla estética que suponen y más aún si son en uno de los templos del arte del mundo, son las catequesis de este siglo donde los que han volado muy alto, se presentan ya viejos ante el nuevo mundo avisando de los errores que no tienen que cometer. Justo en ese momento, miré por casualidad hacia la mesa de al lado y me crucé con los ojos de Kathy Bates, la actriz de 'Misery'. Me acordé de la escena del martillo y ahí acabó el oasis en el que estaba inmersa… y mi noche en el museo.

Ir en tren a Washington desde Nueva York, es en general, la mejor manera de pasar del estruendo al silencio y a la calma. Nada más salir del taxi unas escaleras mecánicas entierran a miles de pasajeros en apenas unos segundos, en un subsuelo lleno de túneles. En 1963, la antigua Pennsylvania Station de Nueva York fue destrozada literalmente para construir el Madison Square Garden, por lo que la magia de entrar en una estación desaparece y se sustituye por la rapidez de una parada de metro cualquiera. Gracias a aquella demolición que provocó un escándalo en la sociedad neoyorquina, Grand Central, el otro gran acueducto de trenes que conecta medio país, fue salvado de las garras de las grandes constructoras y según me contó hace tiempo uno de los camareros de Cipriani, restaurante que se encuentra en medio de uno de los arcos de la estación, quien realmente se empeñó en protegerla fue Jacqueline Kennedy. Entonces ya estaba casada con Aristóteles Onassis, pero las primeras damas son las reinas consortes hasta la muerte. Dirigen, inspiran, ordenan, solucionan y trascienden a sus maridos. Aprendieron o siempre supieron cómo sobrevivir desde la sombra del poder. No recuerdo donde leí hace poco que mientras ella daba a luz a una de sus hijas, el presidente estaba en un barco con una amante, le avisaron y decidió no perder el tiempo volviendo a su casa ya que la niña había nacido muerta y poco se podía hacer. Y de repente, me vino a la cabeza la crueldad, la torpeza o la soberbia borracha de poder con la que a veces los presidentes han dirigido este país.