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Del 'I have a Dream' al #MeToo de los confesionarios
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Luján Artola

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Del 'I have a Dream' al #MeToo de los confesionarios

Imagino al movimiento #MeToo poniendo pegatinas de validez arquitectónica por la ciudad, acreditando la pureza del lugar con un código de barras direccionado a su página web oficial

Foto: Una vista general de un mural de Martin Luther King. (EFE)
Una vista general de un mural de Martin Luther King. (EFE)

En medio de la primera gran tormenta de nieve del invierno, América celebra a Martin Luther King. El activista (cristiano, por cierto) apostó su vida a la ficha roja de la batalla por la no discriminación, el derecho al voto y como muchos recuerdan en todos los medios de comunicación, el famoso boicot de autobuses en Montgomery. Luego llegó su mítico “I Have a Dream” (Yo tengo un sueño) durante la Marcha por el Trabajo en Washington en 1963. De aquellas manifestaciones pacíficas consiguió que de los altavoces se llegara a la realidad de la Ley de derechos civiles de 1964.

La conciencia política retumbó en lo más hondo de los americanos y sus palabras siguen siendo repetidas con respeto solemne entre los millenials. La historia está llena de líderes que han acabado asesinados por los demonios que levantaban en las conciencias ajenas. Inspiraban cambios e incomodaban tanto a los poderosos que los borraban del mapa. Es uno de los héroes de la nación que, como me resumió mi hija, mataron porque quiso que los negros pudieran subir al autobús como los blancos. Con sus ojos verdes como platos redondos me retó con su mirada esperando una respuesta. Una razón por lo que eso llegó a pasar y que según ella, no tiene sentido.

placeholder Foto de 2015 del alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, con un cuadro de Martin Luther King detrás. (Reuters)
Foto de 2015 del alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, con un cuadro de Martin Luther King detrás. (Reuters)

Da vértigo hablar de historia a una niña de siete años o responder a sus preguntas sobre un pasado del que no necesariamente tengamos que ser responsables, porque sus interrogantes pueden ser demoledores y sí, avergüenzan también. A ella le pasará con nosotros. Con muchos de nuestros grandes errores, cegueras o irracionalidades que tendrá que explicar a sus hijos. Aquí está siempre en medio de este tipo de reflexiones el positivo de turno que levanta las cejas y con autosuficiencia apela a cómo evolucionamos las sociedades. Aprendemos de nuestros errores. Pues me llamarán ceniza, pero no lo pienso en absoluto.

Es uno de los héroes de la nación que, como me resumió mi hija, mataron porque quiso que los negros pudieran subir al autobús como los blancos

Más que nada porque si miramos de reojo la historia de las llamadas civilizaciones modernas, estamos repitiendo errores que ya habían sido calificados como tal. Pero, en este mundo de hiper idiotas nos ponen un discurso con música y nos ponemos a mil. Nos entra la autosuficiencia y nos creemos los líderes del pasado. Y no somos más que una imitación barata de Chinatown, ese laberinto que soluciona la vida a los que no pueden pagar los logos de verdad. Y les decía lo de los líderes porque en Nueva York o tienes un 'hashtag' incrustado en tu vida o no eres nada. No eres nadie. Y el #MeToo arrasa desde hace unos años y se dedica a maniobrar, todavía no sé con qué final.

El pasado domingo, en la Iglesia de Santa Mónica el sacerdote en pleno sermón (bastante intenso, por cierto) nos explicó a los congregados que se veían obligados a cambiar los confesionarios (de madera del siglo XIX) porque "tal y como ustedes saben las cosas están cambiando y tenemos que adaptarlos a la época del movimiento Me Too". Literal. No entendía ese churras con merinas y menos aún, con la que les está cayendo encima a muchos sacerdotes pederastas americanos. En ese momento miraba esos reclinatorios antiguos, con una cortina de terciopelo granate, rancia, y al ver la rejilla que separa al penitente del sacerdote y por más que intenté estirar mi imaginación, no se me ocurría cómo podía abusar de alguien con ese armatoste de por medio.

Foto: La mujer y el hijo de Martin Luther King en una imagen de archivo. (Reuters)

Yo me declaro muy fan en general de los cristales en los despachos de todas organizaciones humanas y soy radicalmente intolerante con cualquier gesto, frase, comentario o detalle machista. Siempre me tendrá enfrente y con las uñas como garras todo aquel que sea cura, profesor, laico o periodista que pueda ser abusador, o que oculte o defienda a los que lo han sido. Es algo con lo que me hierve la sangre. Como a la gran mayoría de las mujeres y hombres, por cierto. Y muchas lo hemos visto demasiado cerca y muchas, y muchos, han callado. No solo en la Iglesia. No seamos hipócritas. La primera escandaliza porque se le presupone un lugar de extrema seguridad dónde debería ser el último sitio en el que a alguien le hagan daño. Pero los entornos laborales y familiares son la cabeza de este monstruo que ha destrozado tantas vidas.

No sé si en la cabeza de Tarana Burke está que se acaben cambiando los confesionarios de las iglesias antiguas. En realidad, el asunto no tiene más trascendencia que la impresión que tiene que dar cargarse esa madera antigua. Y sobre todo esa rejilla por la que es técnicamente imposible ni siquiera rozar a alguien. Si en esa iglesia del Upper East han decidido cambiarlo, pues que lo hagan. Ahora, mi interrogante viene con el cristal ya puesto. Y es que me imagino al movimiento #MeToo poniendo pegatinas brillantes de validez arquitectónica por la ciudad, acreditando la limpieza y pureza del lugar, con un código de barras direccionado a su página web oficial. Allí, el que aparezca, estará libre de pecado. El que no, se puede dar por futurible ajusticiado en el altar público. Y en ese lugar, no se andan con pruebas ni jurados.

placeholder Tarana Burke. (Reuters)
Tarana Burke. (Reuters)

La inmediatez de la hoguera no la extingue ni mil brigadas de bomberos. De esa ofrenda no sale nadie vivo. Y aunque he visto testimonios que me han puesto el cuerpo del revés, y estoy convencida de que habrá mujeres que peleen con honestidad en estas batallas, también creo que en esta ciudad y en este país, se les está yendo de las manos. Han creado y alimentado a una suerte de criatura mitológica fuera de toda jurisdicción a la que se ha adjudicado una soberana potestad sobre la conducta de hombres, instituciones, cadenas de televisión, bancos y cualquier lugar en el que se reúnan más de dos personas sin transparencias.

Reducir la lacra del abuso al sello de garantía de estos movimientos es otra de esas regresiones morales con las que muchas mujeres hacen el símbolo del triángulo triunfador como si los jueces y los abogados no pintaran nada. La labor de la educación se ha vuelto más crucial que nunca. Y lo ejemplarizante de las sentencias, también. Marcar la piel a alguien para toda la vida sin juicio terrenal, no lleva más que a un extremismo peligroso en el que no se distingue al ignorante del machista, del abusador, del depredador y del asesino. Las mujeres que en ese camino lleven banderas por intereses políticos o económicos no crearán más que preguntas en mis nietos, y no tendrán un lunes de fiesta en el calendario americano. Al tiempo.

En medio de la primera gran tormenta de nieve del invierno, América celebra a Martin Luther King. El activista (cristiano, por cierto) apostó su vida a la ficha roja de la batalla por la no discriminación, el derecho al voto y como muchos recuerdan en todos los medios de comunicación, el famoso boicot de autobuses en Montgomery. Luego llegó su mítico “I Have a Dream” (Yo tengo un sueño) durante la Marcha por el Trabajo en Washington en 1963. De aquellas manifestaciones pacíficas consiguió que de los altavoces se llegara a la realidad de la Ley de derechos civiles de 1964.

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