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VUCA 20 o la vida posCovid-19: volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad
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Luján Artola

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VUCA 20 o la vida posCovid-19: volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad

El acrónimo VUCA, creado por el U.S. Army para describir la época posterior a la Guerra Fría, se escribe rápido pero encierra una pesadilla. Hace falta que los dirigentes dejen la bronca y las flores de lado

Foto: Un trabajador de correos realiza una entrega en Nueva York, epicentro del coronavirus en EEUU. (EFE)
Un trabajador de correos realiza una entrega en Nueva York, epicentro del coronavirus en EEUU. (EFE)

Lo leí y se me puso el corazón en la boca: VUCA. La verdad es que parece la marca de un antihemorroidal, aunque al segundo pensé que era el nombre del siguiente virus, la siguiente pandemia o la mutación del famoso Covid 19. No va de amenaza o quizá sí, porque es el acrónimo creado por el U.S. Army para describir la época posterior a la Guerra Fría: volatilidad, incertidumbre ('uncertainty' en inglés), complejidad y ambigüedad. Son solo unas letras juntas, pero definen a la perfección la situación de todos los países del mundo, los dirigentes, los famosos, los desconocidos y los sistemas de salud desde Berlín hasta Wisconsin.

En esta clausura asfixiante, todos recibimos en el teléfono a una velocidad supersónica, artículos, textos, oraciones y todo tipo de impulsos positivos en forma de vídeos, audios, con chistes y un sinfín de genialidades de personas anónimas que con gran coraje ponen a trabajar su mente para hacer descansar la nuestra. Pero, de manera irremediable, esos momentos fugaces dan paso a bucles interminables sobre qué es lo que va a pasar, cómo vamos a seguir viviendo, cómo van a ser los próximos meses o si los siguientes en vivir el calvario de la incertidumbre del contagio o el desenlace de la muerte seremos nosotros. Leemos un dato que da cierta esperanza y al segundo, de manera casi macabra, un mensaje con los datos de fallecidos y contagiados en el mundo como un jarro de agua fría. Y porque nada se va a poder dar por seguro, todos estamos metidos de lleno en esa volatilidad anímica.

Y luego todos los pronósticos. Los más esperanzadores con supuestos remedios, los más crueles, los que no nos gustan, con datos que apagan la luz de golpe, pero que en general, son los más certeros. No me creo en absoluto que la bajada del famoso pico de la curva vaya a ser definitivo. Estoy absolutamente segura de que mis hijos, por mucho que desde el colegio nos manden mensajes deseándonos felices pascuas como si fuera a haber una vuelta a las clases, no van a volver al colegio este curso. En septiembre veremos, y tampoco lo tengo claro. Porque la bajada va a ser un infierno de imprevistos e incertidumbre. De distancia social, de quédate en casa y de ahora puedes salir. Y después, de respirar un poco, vuelta a empezar. Y aunque los números cambien o las banderas de las gráficas, los infectados, los fallecidos y los curados, mientras no haya vacuna, no habrá calma.

La complejidad de este virus estrenado en 2019 va a estar entre nosotros hasta 2021. Porque no solo es contagioso, traidor y pegajoso en términos médicos; sino porque toda su constitución se ha metido de lleno en los pulmones de más de un millón y medio de personas en el mundo y ha matado a más de 100.000, que sepamos, y no deja respirar a la economía, atraganta de miedo al consumidor, deprime al que pasea al perro o al que trabaja en Wall Street y destroza empleo, como si fuera una plaga de termitas.

Foto: Campaña de salud del Gobierno en Piccadilly Circus. (Reuters)

Y la ambigüedad será lo peor. Porque no va a haber relajo que calme la desconfianza. Porque la recuperación económica de los optimistas en forma de V, será una sucesión de W, tremenda, larga y con esquinas muy negras. Y sobre esto, les destaco dos hombres que me han convencido esta semana: Warren Buffet uno de los grandes "dueños" de Estados Unidos hablaba en una entrevista para 'Yahoo Finance'. "No sabemos qué va a pasar. Es todo terrible. De hecho, no sabemos todavía lo grave que puede ser. Y habrá más parones en el mundo en 5, 10 o 20 años. Pero no nos olvidemos de algo. Hace 100 años en este país no había cerca de 200 millones de personas trabajando y no existían los hospitales que tenemos. Y el progreso no se va a detener. No perderemos el interés por seguir trabajando, por muy terrible que sea todo". Desconozco si la luz que él ve es por sus 89 años en plena forma física y financiera o porque los grandes magnates siempre ven oportunidades en épocas de mercados convulsos, pero aseguró que no todo es peor que la crisis de 2008. Y me gustó su manera de hablar de esta catarsis. Porque me gustan los poderosos que no niegan la evidencia de esta bestia gigante que nos está dando por todos lados, pero con una calma austera, recuerdan un pasado peor para colocarnos en el punto justo anímico.

El famoso gobernador Cuomo comparecía también públicamente, como cada día, y sin ningún tipo de complejo relataba que se había quedado sin palabras para hablar del dolor que está arrasando el estado de Nueva York. Y con rotundidad recordó las tres oleadas de la pandemia de la gripe española de 1918. "Estamos solo en la primera. Y no podemos infravalorar a este enemigo. Recuerden que los que marcharon por los derechos civiles y se jugaron la vida, te están pidiendo ahora que te quedes en casa y les salves a ellos. Y haremos todo lo que haya que hacer. No tenemos nada predeterminado para la siguiente fase".

Empieza a parecer que no se puede decir nada en estas olimpiadas por ser positivos a toda costa

Para quien lo este pensando, no soy ceniza. Me niego a la obligatoriedad del 'resistiré' o los aplausos de las siete de la tarde. Cada vez que oigo la primera o los sonidos de las sartenes del Upper East a todo trapo, me emociona y me recorre un escalofrío. Me parecen esfuerzos heroicos por mantener la moral alta. Y no me parece mal en absoluto. Pero el miedo está enredado entre todos de una manera cruel. Y no pasa nada por reconocerlo. Porque empieza a parecer que no se puede decir nada en estas olimpiadas por ser positivos a toda costa.

La distancia está haciendo que muchos españoles se queden pegados al teléfono día y noche para recibir noticias de sus familiares. Y la cercanía de muchos americanos repite este mismo patrón de los besos a través de las malditas pantallas, las despedidas con un nudo en la garganta y el esfuerzo titánico por sonreír al enfermo para no añadirle más amargura. Y esto no hay manera de verlo con alegría. Porque para rematar al acrónimo VUCA de 2020, que se escribe muy rápido, pero encierra una pesadilla, nos hace falta que los dirigentes dejen la bronca y las flores de lado, y las incineren. Que podamos creerles y no tener que huir a taparnos en el seto de los memes. De manera urgente tienen que centrarse en decir lo que hay y hablar de planes, medidas fiscales, ayudas económicas, cargamentos de batas, mascarillas y test. Y esto es aplicable a todos los continentes que gozan de democracias. Porque urge el multilateralismo más que nunca. Y es que las verdaderas alianzas internacionales, tienen que trabajar mirando más allá de su propio ombligo, porque solo un poquito más arriba están los pulmones y sin ellos, nos ahogamos todos. Y es que lo gordo de todo esto no se va a acabar, hasta que no acabe para todos al mismo tiempo.

Lo leí y se me puso el corazón en la boca: VUCA. La verdad es que parece la marca de un antihemorroidal, aunque al segundo pensé que era el nombre del siguiente virus, la siguiente pandemia o la mutación del famoso Covid 19. No va de amenaza o quizá sí, porque es el acrónimo creado por el U.S. Army para describir la época posterior a la Guerra Fría: volatilidad, incertidumbre ('uncertainty' en inglés), complejidad y ambigüedad. Son solo unas letras juntas, pero definen a la perfección la situación de todos los países del mundo, los dirigentes, los famosos, los desconocidos y los sistemas de salud desde Berlín hasta Wisconsin.

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