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Las medidas para volver al cole de NY y la incertidumbre de las madres americanas
El día en que mis criaturas con sus caritas de emoción y con la palabra covid en la boca entraron en casa, ese día, a muchas mujeres de la ciudad nos salieron autopistas de arrugas de golpe
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El principio de la pandemia en Nueva York lo marcó ese mensaje que recibimos el 14 de marzo miles de personas a la vez: “Por precaución y recomendación de las autoridades, desde mañana, los niños empiezan sus clases 'online'”. El día en que mis criaturas con sus caritas de emoción y con la palabra covid en la boca entraron en casa a muchas mujeres de la ciudad nos salieron autopistas de arrugas de golpe. Supimos desde el primer minuto que no iban a volver al colegio. Nos dimos cuenta de cómo son las cosas en esta ciudad. Y es que si algo lleva en el ADN es el espíritu de la litigación y nadie se la iba a jugar abriendo las clases de nuevo ante la posibilidad de un contagio fatal que podía acabar con abogados de por medio.
Las que vivimos aquí, y somos españolas, teníamos al mismo tiempo la información vía americana y vía patria querida. Allí, el optimismo. Seguro que después de Semana Santa, vuelven. Aquí, a ver si con suerte empiezan en septiembre. Y los profetas yanquis acertaron lo que todos veíamos venir. Y comenzaron esas eternas semanas en las que tuvimos que sacar de los cajones las agujas de tejer. Y con aquellos ovillos tuvimos que montar un imperio textil en el que había que disimular el miedo y no parar de darle fuerte una y otra vez a ese baile de dedos y manos para hacer cada día, la prenda perfecta. Porque no nos hagamos líos, hay de todo, pero de todas las mujeres que tengo dentro, tuve que sacar a pasear todas mis versiones y en casi todas, estaba sola con unos niños que no entendían nada. Eran días festivos para ellos y yo, aparte de todo lo que aparece en mi tarjeta de madre, la directora de su colegio. Y sin duda ese fue el papel más difícil.
Porque tener quietos a tres niños menores de diez años y atentos a un ordenador repleto de problemas de matemáticas, maestras virtuales que se congelaban cada dos por tres, es de todo lo que pasó esos meses, sin duda, lo más duro. Porque todas nos vimos gritando más de lo debido, tecleando claves de la clase de ciencias, vigilando el horno, haciendo camas, poniendo lavadoras, y al mismo tiempo, una doble pantalla abierta con un miedo sordo y la imagen de nuestros padres lejos, pensando en que iban a ser los siguientes en caer. Un bucle en medio del caos de mi colegio doméstico.
Yo era, aparte de todo lo que aparece en mi tarjeta de madre, la directora de su colegio particular. Y sin duda ese fue el papel más difícil
Pues bien. Aunque todo fue terrible, los directores de todos los centros, públicos, privados… se pusieron manos a la obra para tener a punto una gran red que amortiguara las ganas que teníamos de tirarnos por la ventana. Porque estuvimos recibiendo emails, circulares oficiales de la ciudad, del estado y del país cada dos por tres. A veces no decían nada nuevo, pero nos recordaban que estaban allí. Que para todo el sistema educativo estaban siendo también unos meses duros. Veían venir los recortes de financiación y los despidos y aún y todo, las profesoras con una sonrisa hicieron hueco en los salones de sus casas para leer cuentos a los niños o resolver dudas o simplemente, charlar con sus alumnos. Y sí, por supuesto que estamos hablando de un servicio esencial, pero si esta pandemia ha sacado a la luz es la ineficacia y la falta de profesionalidad que, a muchos, ha atropellado y lo que nos han enseñado es un encefalograma plano, ausente de materia gris, capacidad de reacción y un ejército de personas que miran en cadena hacia atrás cuando se les exigen responsabilidades.
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Desde hace dos semanas todas las familias del estado de Nueva York, que tengan niños en edad escolar, tienen en sus manos lo que se parece más bien a un memorándum para trabajar en la NASA, que la vuelta al cole. Comienzan el 14 de septiembre (aunque en otros estados han empezado ya) y si en algo han centrado sus esfuerzos es en asegurarse que los niños pequeños, los que no hay quien los tenga quietos, estén físicamente en clase el mayor tiempo posible. Hace un mes tuve que decidir (ya que existe la opción) si iba a optar por las clases a distancia o físicas en el colegio. No es un tema menor, porque el miedo aplasta sin querer en todas las opciones.
En el documento que nos han enviado los que decidimos que irían al colegio, detallan las entradas y salidas cronometradas, cómo se van a repartir las comidas de los niños en cajas de cartón para que no haya contacto con la cocina y cómo van a comer en las clases. La profesora estará metida en una especie de cubículo de placas de plexiglás, protegida con máscara y mini mampara de las que se agarran a la frente. Los niños tendrán una mascarilla oficial del colegio y, además, tienen que llevar un neceser “sanitario” con su nombre que tiene que contener: gel hidroalcohólico, pañuelos, toallitas desinfectantes y guantes de plástico.
La profesora estará metida en un cubículo de placas de plexiglás, protegida con máscara y mini mampara de las que se agarran a la frente
Habrá sensores de calor en cada piso para evitar aglomeraciones, y todos los días las profesoras tienen la obligación de tomarles la temperatura a todos los niños. Si alguno supera los 37 grados, llamada a los progenitores y de vuelta al hogar. Un batallón de limpieza desinfectará el colegio todos los días desde las cuatro hasta las seis de la tarde y nadie podrá entrar en el centro hasta el día siguiente. Los cursos se dividirán en dos, de manera que los que les toque estar en casa, dos días a la semana, la clase será impartida en streaming y los alumnos que no estén sentados a la hora, tendrán una falta como si no hubieran ido al colegio. Por supuesto no habrá deporte, extraescolares y una larga lista de noes como nubes negras.
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He resumido las medidas porque la misiva escolar es lo más parecido a una tesis doctoral. Soy consciente de que la virtud de la paciencia no es mi fuerte y la de casi nadie en estos tiempos tan complicados. Asumo que nada podrá evitar los contagios, el miedo, la incertidumbre, la improvisación, el coste de tener que contratar a alguien en casa si tengo que trabajar fuera. Me entreno porque sé que volverán los gritos y los días caóticos y esa lista invisible que muchas vemos venir.
Una amiga me contaba ayer que en la empresa Google les han comunicado que no vuelven a trabajar físicamente hasta agosto de 2021. Sí, a mí también se me hizo una bola en la garganta que sigo intentando digerir y de paso, no ahogarme y es que el panorama que no controlamos es lo más parecido a Mordor. Pero me niego a aceptar y dejar de exigir que las mesas están para sentarse y pensar. Las autoridades lo son, porque son los llamados, elegidos y pagados para eso. Para resolver lo que se puede solucionar. Para pensar más allá y no dejar a la sociedad navegar en un mar tan revuelto. Porque a las madres americanas les cabrea la incertidumbre y, sobre todo, la desorganización y han conseguido poner prietas las filas de quienes mandan más que ellas. Las españolas, según me cuentan, están entrando en ebullición y es que el patrimonio del cabreo empieza a no respetar fronteras. Y queda poco tiempo. Así que, desde aquí, por mis amigas, hermanas y todas las que se la han jugado procreando… pónganse las pilas o las compran si no las tienen. Pero hagan algo. Ya.
El principio de la pandemia en Nueva York lo marcó ese mensaje que recibimos el 14 de marzo miles de personas a la vez: “Por precaución y recomendación de las autoridades, desde mañana, los niños empiezan sus clases 'online'”. El día en que mis criaturas con sus caritas de emoción y con la palabra covid en la boca entraron en casa a muchas mujeres de la ciudad nos salieron autopistas de arrugas de golpe. Supimos desde el primer minuto que no iban a volver al colegio. Nos dimos cuenta de cómo son las cosas en esta ciudad. Y es que si algo lleva en el ADN es el espíritu de la litigación y nadie se la iba a jugar abriendo las clases de nuevo ante la posibilidad de un contagio fatal que podía acabar con abogados de por medio.