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El nuevo Imperio bizantino 'made in USA' y sus tropas aliadas en Europa
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El nuevo Imperio bizantino 'made in USA' y sus tropas aliadas en Europa

Todo es más antiguo que la sopa de ajo y hoy el Imperio de Constantino es una de las dos partes en las que se ha hecho una brecha al planeta, con capital en Washington: la ciudad asaltada

Foto: Estatua del emperador romano Constantino el Grande, York Minster. (iStock)
Estatua del emperador romano Constantino el Grande, York Minster. (iStock)

Flavio Valerio Aurelio Constantino fue emperador de los romanos desde su proclamación por sus tropas el 25 de julio de 306 d.C., y gobernó un imperio romano en medio de constantes conflictos, guerras e inestabilidad política. Se le conoce también como San Constantino en las iglesias ortodoxas orientales o en la iglesia católica bizantina, y como Constantino I el Grande. Aunque sus derroteros siempre fueron cercanos a las herejías arrianas, desde el punto de vista práctico dio un gran poder a los cristianos, una buena posición social y económica, concedió privilegios e hizo importantes donaciones a la Iglesia apoyando la construcción de templos y dando preferencia a los cristianos como miembros de su Gobierno. Fue el primer emperador en detener la persecución de los cristianos y dar libertad de culto al cristianismo, junto con todas las demás religiones en el Imperio romano, con el Edicto de Milán en 313. Constantino es conocido también por haber refundado la ciudad de Bizancio (actual Estambul, en Turquía), llamándola Nueva Roma o Constantinopla (Constantini-polis, la ciudad de Constantino). Así, a lo grande y con luces como en Las Vegas.

Fue sucedido en el imperio por los tres hijos de su matrimonio con Fausta (aunque estuvo casado anteriormente y, además, tuvo varias concubinas): Constantino II, Constante y Constancio II, quienes se aseguraron su posición asesinando a varios partidarios de su padre. También nombró césares a sus sobrinos Dalmacio y Anibaliano. El proyecto de Constantino de reparto del imperio era exclusivamente práctico y administrativo. El mayor de sus hijos, Constantino II, sería el destinado a mantener a los otros sometidos a su voluntad. Fue bautizado 'in articulo mortis' más que nada porque en aquella época eran bastante hábiles, les garantizaba pecar toda la vida como si no hubiera un mañana y justo antes de morir quedaban impolutos para la otra vida.

placeholder Casa Blanca en Washington DC. (iStock)
Casa Blanca en Washington DC. (iStock)

Cada nombre de todo este pequeño prólogo histórico puede ser sustituido por todo el elenco al completo de los habitantes de la Casa Blanca durante estos últimos cuatro años. Porque este nuevo Imperio bizantino, 5G y con las tecnológicas en guerra, es una de las dos partes en las que se ha hecho una brecha al planeta y tiene hoy como capital Washington. La ciudad asaltada y su basílica de la democracia arrastrada por los suelos, mientras la mitad de este país se ha convertido, sin saberlo, en los nuevos seguidores "cesaropapistas" de Max Weber –ese momento en el que el líder político ejerce también la autoridad en materia religiosa o cómo el emperador se convierte en guardián de los preceptos verdaderos no solo frente a las herejías que se producen entre los poderes eclesiásticos o el pueblo, sino también ante el imparable paganismo y avance sin límite de la progresía. Ese mito político de un mesías en la tierra, que ama a sus hijos y les enseña el camino del bien. Ese hombre que emerge y sobrevuela todo mientras separa las aguas con discursos apocalípticos que apelan al miedo, al martirio y al victimismo.

Al final, todo es más antiguo que la sopa de ajo, todo está pensado y casi nada es nuevo. Impacta el salto con el que del emperador Constantino hemos llegado a hoy, siglo XXI, con los que piden oraciones por USA. Ruegan adhesiones contra la persecución a Trump y se organizan para asaltar los nuevos púlpitos modernos en los que tuiteros y charlatanes (vestidos con casullas de hilo de oro invisibles) teclean llamando a los valientes del mundo a emprender una guerra contra el mal. Asombra que hoy, enero de 2021 –Donald Trump Primero, emperador de Estados Unidos, año segundo de la pandemia– se expanda como una plaga esa legión de admiradores y fanáticos de esta nueva religión en la que, sin duda ni temor ni pudor, se ha canonizado al líder político. Estremece la manipulación tan maniquea de titulares cortos, la proliferación de mentiras, verdades tapadas, miedos irreales y apelaciones al fuego eterno que se escupen gratis ausentes del mínimo respeto que hay que tener por uno mismo. Asusta ese otro pensamiento único que, con la excusa de combatir al de izquierdas, que existe y se ha hecho implacable, enarbola otro, igual de sectario, incuestionable, irredento y bautizado con terrores y castigos anticipados.

placeholder Dedo acusador del emperador Constantino. (iStock)
Dedo acusador del emperador Constantino. (iStock)

El enfrentamiento y el odio están mordiendo duro y comiéndose a bocados lo poco que nos quedaba de civilizados. Etiquetas, juicios e insultos. Y así, españoles exhiben sus vísceras con sermones civiles trufados de versículos de la Biblia como si los hubiera poseído Lutero mientras se comen media pata de jamón Joselito. Aquí, protestan mientras empiezan a preparar con la baba caída el camino de la sucesora, Ivanka Trump, que ya está ensayando para poder ser la próxima emperadora y devolver a América lo que supuestamente era suyo. Y entonces me imagino a los gladiadores españoles y los americanos en la misma sala, mientras los primeros se han creído importantes en esta guerra y los segundos no saben ni ponerlos en el mapa de sus intereses. Resulta cómico o penoso, no lo tengo claro, ver cómo los deseos inconfesables de los extremos se juntan en un esfuerzo táctico por sentirse generales de esas supuestas tropas europeas que vendrán a ayudar a las americanas en este nuevo Imperio bizantino. Estas presidencias transoceánicas con estos emperadores de medio pelo, césares y pontífices, saben tocar el nervio sensible, pero nunca dan de comer ni llevan al Cielo. Esa gran tomadura de pelo que mueve fortunas y que, en el fondo, nunca ha sabido ni sabrá gestionar con éxito. Buscan huecos profesionales y modos de vida, crean reinos de cartón e inventan ilusiones triunfalistas pasajeras. Esos mesías, que me escriben una y otra vez llamándome progre atea, dan demasiada pereza y me tienen hasta la peineta, que de vez en cuando saco a pasear por las calles de Nueva York.

Flavio Valerio Aurelio Constantino fue emperador de los romanos desde su proclamación por sus tropas el 25 de julio de 306 d.C., y gobernó un imperio romano en medio de constantes conflictos, guerras e inestabilidad política. Se le conoce también como San Constantino en las iglesias ortodoxas orientales o en la iglesia católica bizantina, y como Constantino I el Grande. Aunque sus derroteros siempre fueron cercanos a las herejías arrianas, desde el punto de vista práctico dio un gran poder a los cristianos, una buena posición social y económica, concedió privilegios e hizo importantes donaciones a la Iglesia apoyando la construcción de templos y dando preferencia a los cristianos como miembros de su Gobierno. Fue el primer emperador en detener la persecución de los cristianos y dar libertad de culto al cristianismo, junto con todas las demás religiones en el Imperio romano, con el Edicto de Milán en 313. Constantino es conocido también por haber refundado la ciudad de Bizancio (actual Estambul, en Turquía), llamándola Nueva Roma o Constantinopla (Constantini-polis, la ciudad de Constantino). Así, a lo grande y con luces como en Las Vegas.

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