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De Barcelona a Tokio, los vendedores de patria y sus banderas
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Javier Brandoli

Crónicas de tinta y barro

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De Barcelona a Tokio, los vendedores de patria y sus banderas

En el mundo que he podido ver, cuando uno tropieza con un montón de banderas en plazas, ventanas y coches, o se acaba de ganar algo o se está cerca de comenzar a perder algo

Foto: La procesión cívica de la senyera recorre las calles del centro de valència
La procesión cívica de la senyera recorre las calles del centro de valència

A principios de 2014 hice con dos amigos portugueses un viaje en coche desde Madrid a Cape Agulhas, el punto más al sur de África. El plan era bajar por la costa este africana, así que tomamos rumbo a Francia para hacer todo el Mediterráneo. Paramos a cenar la primera noche en Barcelona para ver a unos amigos. Nos sorprendió encontrarla salpicada de banderas catalanas en ventanas y balcones. Mis amigos portugueses me preguntaron por las banderas. Les explicaba que había un creciente sector del nacionalismo catalán que reivindicaba la independencia. La sensación que tuvimos es que aquella sociedad se estaba partiendo tristemente en dos desde la persiana de las casas para abajo.

¿Qué es el nacionalismo? Pregunte a un bosnio

Tras pasar Francia, Italia, Eslovenia y Croacia, tropezamos de pronto en Bosnia con una valla. Sentimos una rara sensación de acabar con esa libertad de sentirte siempre en casa. Desapareció eso que hemos construido en la mayor parte del viejo continente, el que hace un siglo se desangró con las dos guerras peores de la historia, y que algunos nuevos nacionalismos europeos hoy quieren de nuevo demoler con el objetivo de recobrar una supuesta identidad perdida. En Bosnia saben mejor que en ningún lugar reciente lo que significa ese problema. Había más de 100.000 cadáveres detrás de aquella verja para atestiguarlo.

Foto: Salvini agita una bandera en un mitin de 2015. (Reuters)

Tras sellar pasaportes y adentrarnos camino a Mostar, vimos, en medio de una cierta pobreza, banderas y símbolos religiosos que parecían reliquias de una soterrada guerra. "Tenemos dos colegios, dos hospitales, dos estaciones de autobús...Lo único que tenemos en común es la policía. Si un musulmán va al hospital católico lo mandan al musulmán y viceversa. No te atienden. Esto no cambiará nunca, la herida es eterna", me explicaba en Mostar Nezdad Delanovic, un joven musulmán casado con una serbia que perdió a sus padres durante la guerra por una granada lanzada por las tropas croatas.

"En algunas partes de Bosnia no se ve nunca una bandera del país y, sin embargo, está lleno de banderas croatas y serbias", denunciaba Alisa, una joven empresaria de Mostar que se enfrentaba a la realidad de que su país se independizó de todo menos de su gente. Cuando comenzó la guerra, el 44% de la población de Bosnia era musulmana, el 32% era serbia y el 17%, croata. En ese 2014, tras una guerra en la que se mataron entre todos, los porcentajes eran casi iguales: 43,7%, musulmanes; 31,3%, serbios y 17,3%, croatas.

Las banderas recordaban esa diversidad y marcaban también el territorio. En el santuario de Nuestra Señora de Medugorje, el Fátima de los Balcanes, enclavado en Bosnia, la cantidad de banderas croatas te hacían dudar si habías vuelto a cruzar la frontera sin saberlo. Todo símbolo en Bosnia era susceptible de convertirse en una agresión: "Esa cruz que hay sobre esa montaña es una provocación", decía un musulmán señalando a un pico que rodea Mostar donde se levantó una gran cruz. Lo decía sobre el mismo puente medieval que se voló durante la guerra para incomunicar los barrios musulmanes y cristianos y que al acabar el conflicto fue reconstruido. A ambos lados de ese bello paso de piedra hay escrita una frase que dice: "No olvides 1993". Ese es el año de la matanza de Srebrenica, cuando 8.000 bosnios musulmanes fueron asesinados en una operación de limpieza étnica de las tropas serbias.

Los odios por Alejandro Magno

Salimos de Bosnia con esa sensación rara de contemplar un país que miraba para adelante y para atrás a la vez. También había gente allí que quería vivir en paz y pasar página, pero no tenían una forma de expresarlo. ¿Qué grita un tipo que pretende que se acaben los gritos? ¿Qué manifestación convoca el que no quiere más manifestaciones? Da igual si son mayoría, no se les oye.

Barcelona y Bosnia no fueron los únicos lugares en Europa donde entendimos que las banderas eran un conflicto. Tras cruzar la bella Montenegro y la surrealista Albania, llegamos a Macedonia (demasiado rápido el paso como para atreverme a apellidarla). No lejos de la frontera con Grecia nos fijamos en una estatua de Alejandro Magno. Recuerdo que le hice una foto desde el coche y hablamos de su figura. Cruzamos después a tierras helénicas y camino a los monasterios de Meteora nos paró en una rotonda un coche de Policía. Eran varios agentes que se mostraron muy agresivos desde el primer momento.

Foto: Algunas banderas de España lucen en balcones de la calle Almagro de Madrid. (EFE)

Nos pidieron los papeles y revisaban nuestro vehículo minuciosamente con bastante rudeza. No sabíamos la razón de esa clara animadversión hasta que el que hablaba inglés nos dijo muy enfadado: "Pueden irse, pero no deberían llevar en su coche banderas de países que roban la historia de otros países". Entonces nos percatamos que el problema era que llevábamos la bandera de Macedonia, como la de todos los países que íbamos cruzando en la ruta, pegada en la parte trasera del coche. Sólo eso provocó que nos detuvieran 15 minutos y nos hicieran un chequeo exhaustivo de un vehículo con dos portugueses y un español dentro. Casualmente, pasadas 48 horas, encontramos en el paseo marítimo de Salónica una estatua de Alejandro Magno mucho más grande que la que vimos en Macedonia.

Cinco años después, este pasado enero, más de 600.000 griegos se congregaron con banderas de su país en Atenas para protestar por el acuerdo entre Grecia y Macedonia por el que el segundo país pasaba a llamarse Macedonia del Norte para diferenciarla de la provincia griega de Macedonia. Grecia, por su parte, desbloqueaba el veto de entrada a la UE y la OTAN que le impuso a Macedonia. Aquellos griegos querían dejar claro que el gran Alejandro Magno y su Macedonia son helénicas y les pertenece a ellos ese trozo de historia. "No podemos digerir este pacto y regalar nuestra Macedonia, nuestra historia", decía a la agencia Reuters una de los manifestantes en Atenas.

EEUU y la sacrosanta bandera que arde

En 2016, en un viaje en coche por los estados de Utah, Oregón, Idaho y Wyoming, en Estados Unidos, veíamos multitud de banderas estadounidenses colgando de mástiles en pequeños ranchos humildes perdidos en aquellas llanuras donde la mayor distracción posible es que te crezca en el jardín una calabaza gigante. La misma imagen la he visto en Nueva York, California, Chicago, Florida, Texas, Las Vegas o Washington.

La bandera en EEUU es un símbolo que sus ciudadanos llevan con orgullo y que tiene hasta una regulación precisa de cómo debe colocarse. En varias páginas web gubernamentales se le dedican largos capítulos de cómo deben poner la insignia en sus casas o vehículos (dirección norte o este dependiendo de las calles, en un coche debe ser en el lado derecho, quitarla los días de viento o lluvia...) . Es cierto que hay banderas por todas partes del país, que se cuida minuciosamente su estado y, sin embargo, en contra de lo que muchos piensan, la insignia puede legalmente quemarse a gusto del portador.

Foto: Una estudiante de Virginia Tech durante una ceremonia, en una imagen de archivo (Reuters)
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Eva Catalán. Los Ángeles

El Tribunal Supremo derogó una norma aprobada por el Congreso en 1969, en plena ola de protestas por la guerra de Vietnam, que impedía su quema. El Alto Tribunal dictaminó que la libertad de expresión estaba por encima de todo y, desde entonces, se ha pretendido en varias ocasiones, sin éxito, aprobar en Congreso y Senado una enmienda que impida el ultraje a la bandera. Nunca ha obtenido la mayoría porque una parte de los representantes públicos no ha apoyado una ley que atenta contra la Primera Enmienda de la Constitución americana que dice así: "El Congreso no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la religión, ni prohibiendo la libre práctica de la misma; ni limitando la libertad de expresión, ni de prensa; ni el derecho a la asamblea pacífica de las personas, ni de solicitar al gobierno una compensación de agravios".

La bandera rajada y torcida de México

En el vecino México, el culto a la bandera es parecido a su vecino del norte. Los cuatro años que viví allí me encontré un país con un fuerte nacionalismo social que la dictadura perfecta del PRI, tras casi 70 años de poder, convirtió en simbólico tras décadas de implantarlo en las escuelas y por la televisión. El verdadero nacionalismo mexicano se basa en un amor profundo a sus tradiciones. La patria en México es una canción de Juan Gabriel, unos tacos de carnitas, un mezcalito, un pozole y ver perder a su selección de fútbol en los mundiales. En este país, que consiguió hacer una fiesta alegre del Día de los Muertos, las derrotas se celebran con mariachis.

Pero la nación mexicana necesitaba algo más que eso para consagrarse y tuvo que crear a toda prisa una historia que durante años, especialmente tras la Revolución, se dio en las escuelas como un mantra cierto. En los colegios cada mañana se cantaba el himno y se veneraba a los Niños Héroes. "No hay datos que confirmen que el cadete Juan Escutia se envolvió en la bandera mexicana y se lanzó al vacío desde el castillo de Chapultepec para evitar que la insignia fuera mancillada por las tropas estadounidenses que tomaban la ciudad el 13 de septiembre de 1847", me reconocía en una entrevista el hoy fallecido Álvaro Matute, miembro de la Academia Mexicana de la Historia.

Foto: Una madre de uno de los 43 desaparecidos en Iguala durante una misa en Ayotzinapa, México. (Reuters)

Da igual si es cierto o no, México ha hecho de su bandera un símbolo que tiene fiesta propia. Cada 24 de febrero, el país rinde honor a una insignia que se creó en Iguala de la Independencia, el lugar donde ocurrió la masacre de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. De hecho, cuando en alguna ocasión fui a cubrir allí el suceso más mediático que ha ocurrido en el país desde la matanza de universitarios de Tlateolco en 1968, veía sobre una colina la inmensa bandera patria mirándolo todo. La bandera estaba tan impoluta como los cuerpos de 43 chicos desaparecidos tras una cacería protagonizada por policías que en realidad eran narcos.

¿Es más patriótico colocar una bandera o encontrar los cadáveres de 43 estudiantes desaparecidos el 26 de septiembre de 2014? Según una encuesta publicada el pasado mes de septiembre por el periódico 'El Financiero', nueve de cada diez mexicanos manifestaban sentirse "muy orgullosos" de su nacionalidad. Ese mismo periódico publicaba en 2014 que "el 54,7% de la población activa se encuentra en la ilegalidad por no contribuir al fisco". ¿Es más patriótico colocar una bandera de tu país o pagar los impuestos? ¿La cifra mexicana de patriotas y no pagadores de impuestos directos o indirectos es muy distinta en otros países? Piense en su entorno antes de emitir un juicio.

Ante todo ese desmadre, los dos últimos años que viví allí en 2017 y 2018, la propia bandera decidió tomar la palabra. En 2017, el Día del Homenaje a la bandera, el presidente Peña Nieto vio como la sacrosanta insignia al izarse se desgarraba por el viento. En 2018, en el mismo acto, el presidente miraba atónito como la bandera era izada del revés. La insignia parecía indicarle al presidente el verdadero estado de un país que gobernaba entre una corrupción galopante y una ola de violencia desatada que entregó en bandeja la presidencia a López Obrador, un populista nacionalista que promete "una nueva patria".

Los perdedores de la II Guerra Mundial

En 2008, circulando por la región alemana de Renania en una viaje con otros periodistas que organizaba la oficina de Turismo de Alemania, vimos pasar algunos coches con banderas alemanas. Nuestros colegas germanos que iban en la furgoneta nos comentaron que eso era una novedad en su país. "Fue el Mundial de Fútbol de 2006 el que ha vuelto a hacer que los alemanes pongamos banderas de nuestro país en el coche. Desde que acabó la Segunda Guerra Mundial ese era un tema tabú. El nacionalismo estaba mal visto. La gente durante el campeonato y tras la reunificación sintió por primera vez el orgullo y la libertad de poder volver a llevar su bandera", nos contaron.

El uso desmedido por el nazismo de banderas y simbologías nacionales, en este caso propias, provocó en Alemania la anomalía durante décadas de tener un cierto complejo de usar su insignia nacional fuera de las instituciones. La extrema derecha de Alternativa para Alemania, que en 2017 obtuvo un 12,6% de los votos en las elecciones generales, llena hoy sus mítines con banderas alemanas que se llenan más de fervientes patriotas en la "pobre" Alemania del este que en la próspera Alemania del oeste.

Foto: Gran Bretaña declara la guerra en 1939

La otra gran perdedora de la guerra en Europa, Italia, pasa ahora por un fenómeno extraño en sus nacionalismos y banderas. La hasta hace poco independentista Liga de Matteo Salvini, que buscaba que las regiones del norte se independizaran y crearán una nueva república llamada Padania, se muestra ahora como el garante de la unidad italiana, del nacionalismo italiano y de la patria italiana. El propio Salvini ha convertido en símbolo cualquier cosa usable como alarde patriótico. En las pasadas elecciones europeas, en las que venció su formación por amplia mayoría, el líder de la extrema derecha transalpina anunciaba que iba a colocar una enorme bandera italiana en todos los productos alimentarios italianos porque "comer italiano y beber italiano hace bien a la salud y a nuestro empleo".

La respuesta de una parte de la sociedad a ese nacionalismo populista de Salvini ha sido en forma de bandera también. Empezó en Milán y siguió por otras ciudades como Roma la moda de colocar banderas de la Unión Europea en los balcones para repeler al antieuropeísmo declarado de Salvini. "Yo me siento italiana y europea y coloco una bandera de la UE en mi ventana para defender los valores europeos que ataca Salvini", me explicaba Francesca, una de esas italianas que ha decidido colocar en su ventana una bandera de su, al menos, ideológica patria.

Arabia Saudí, los nazis y la bandera de 171 metros

Es evidente que la crisis económica ha despertado el populismo nacionalista en medio mundo. El Make America Great Again de Trump y el Brexit son dos ejemplos del fin de ese ideario liberal y globalizador, curiosamente impulsado y casi impuesto por EE.UU y Gran Bretaña en décadas pasadas en medio mundo, que ahora se parapeta tras una valla que lo soluciona todo. Ese es un enorme caldo de cultivo del que viven los populismos y extremismos que primero señalan un enemigo como la inmigración, la casta, la UE, el idioma... y luego crean un fuerte sentimiento de grupo al que va uniéndose la masa de descontentos. El uso masivo de banderas es clave en esa estrategia. Los regímenes dictatoriales y las guerras las hacen florecer por todas partes.

En Damasco, el pasado junio, ante la impresionante cantidad de banderas sirias e imágenes del presidente Bashar al-Ásad que había en cada esquina, nos explicaba Kamal, guía turístico, que "esto es algo nuevo. Ahora hay banderas sirias e imágenes del presidente en cualquier parte, pero antes de la guerra no era así". El mensaje es claro para el pueblo: Ásad, la bandera y la patria son lo mismo

En 2014, comiendo en el Philea Hotel de la ciudad egipcia de Asuán, conocimos a Edward, un profesor canadiense que nos contaba que había cancelado su boda con su prometida saudita, maestra de su misma escuela: "Era una fanática de Hitler. Al principio pensé que era una broma, pero luego vi que en su casa tenía una estante lleno de libros de su figura. En Arabia Saudí, Hitler y los alemanes son lo máximo".

En el libro de Tim Marshall, 'Vale la pena morir por una bandera', explica que la bandera más alta del mundo está en la ciudad de Jeddah, en Arabia Saudí. Mide 171 metros de alto y pesa 566 kilos. Arabia Saudí, en conflicto con Yemen, Catar e Irán, es hoy uno de los países con un crecimiento del nacionalismo más acentuado, según los analistas políticos internacionales. "El creciente nacionalismo en Arabia Saudí busca un sentido de identidad", publicaba en mayo un reportaje el Financial Times. Nuestro amigo Edward parece que entendió bien el país de su ex prometida y la monarquía saudí parece pasar de su absolutismo religioso a un absolutismo más patriótico y acorde a los nuevos tiempos.

"Es una idolatría que sería pecado destruir"

"Una bandera es una necesidad para todas las naciones. Millones han muerto por ello. Sin duda es un tipo de idolatría que sería un pecado destruir. Porque una bandera representa un ideal", opina Tim Marshall. Estar orgulloso de tu bandera y amar a tu país no es un problema, el cómo se ama y qué sentido se da a ese amor puede serlo. La empresa Gallup hizo una encuesta en todo el planeta con la siguiente pregunta: ¿estaría usted dispuesto a arriesgar su vida por luchar por su patria? Entre los países menos dispuestos aparece primero Japón con un 11%, Holanda, 15%; Alemania, 18%; Italia, 20% y España, 21%. En EEUU, el porcentaje fue del 44%, mientras que en México fue del 56% y en Rusia del 59%. Los ciudadanos más dispuestos a morir por su país eran los de Marruecos y Fiyi, con un 94%.

Foto: Un guía saudí en la antigua ciudad de Madain Saleh, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO (Reuters/Stephen Kalin)

La pregunta puede ser engañosa, implica de alguna manera aceptar también un conflicto del que no explican el motivo, y en todo caso escarba en la controvertida idea del deber de morir por la patria. ¿En la Alemania de Hitler era más patriota luchar por tu patria o contra tu patria? La historia reciente de Japón con su belicismo nacionalista de principios del siglo XX y sus terribles consecuencias supongo que ha influido en la baja predisposición nipona a morir por la causa nacional. Sin embargo, Japón, en el sentido de sociedad que busca un bien común, me parece el país más patriótico en el que he estado, con un culto y orgullo enorme por sus tradiciones que mantiene intactas: puedes cruzarte con una geisha en el centro de Kioto o ver gente en kimono en el mismo distrito financiero de Tokio.

El concepto japonés del uso del espacio público y respeto de las normas es impactante. El baño público de la estación de Shinjuku, en Tokio, lugar por el que pasan cuatro millones de personas cada día y señalado en el Guinnes Record como el centro de transporte más activo del mundo, estaba impoluto. Pese a estar abierto sin restricciones, no había un papel en el suelo, no había una pintada, no estaba nada roto. Ese baño público y ese concepto de respeto se repetía en cualquier espacio público del país. Eso es más patriótico que darte golpes en el pecho con la Nisshōki (bandera japonesa) en la espalda y luego pedir la factura sin IVA en el taller. No es incompatible llevar con orgullo tu bandera y pagar las tasas, pero para hacer patria mejor empezar por el taller.

Los balcones de Madrid

En septiembre de 2018, cuando vivía en México, regresé de visita a mi casa de Madrid tras dos años de no venir a España. Me encontré la ciudad y el país lleno de banderas españolas colgando de todas partes. El independentismo catalán había despertado al nacionalismo español. Un claro síntoma de que la crisis territorial española seguía sin solucionarse desde aquella imagen de 2014. En el mundo que he podido ver, cuando uno tropieza con un montón de banderas en plazas, ventanas y coches, o se acaba de ganar algo o se está cerca de comenzar a perder algo.

A principios de 2014 hice con dos amigos portugueses un viaje en coche desde Madrid a Cape Agulhas, el punto más al sur de África. El plan era bajar por la costa este africana, así que tomamos rumbo a Francia para hacer todo el Mediterráneo. Paramos a cenar la primera noche en Barcelona para ver a unos amigos. Nos sorprendió encontrarla salpicada de banderas catalanas en ventanas y balcones. Mis amigos portugueses me preguntaron por las banderas. Les explicaba que había un creciente sector del nacionalismo catalán que reivindicaba la independencia. La sensación que tuvimos es que aquella sociedad se estaba partiendo tristemente en dos desde la persiana de las casas para abajo.

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