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El fútbol y los millones de 'imbéciles' que hablan el mismo idioma
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Javier Brandoli

Crónicas de tinta y barro

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El fútbol y los millones de 'imbéciles' que hablan el mismo idioma

El fútbol es el mejor vehículo de comunicación cuando no hay lengua con la que comunicarse. Abre fronteras, hospitales y cárceles, rebaja multas, consigue abrazos

Foto: Niño argentino jugando fútbol. (EFE)
Niño argentino jugando fútbol. (EFE)

El fútbol es un lenguaje que se habla con los pies y se escucha con los ojos. Eso se aprende viajando. El genial jugador salvadoreño Mágico González, del que hablaré luego, añadió al lenguaje del fútbol el olfato en una entrevista que le hice en su tierra: “A mi lo que me gustaba era salir al campo y oler la hierba”, me contó. Eso sólo se aprende jugando.

Te guste o no te guste, el fútbol es el mejor vehículo de comunicación cuando no hay lengua con la que entenderse. Abre fronteras, hospitales y cárceles. Literal: las abre porque antes de comunicarte con el fútbol estaban cerradas. Y además rebaja multas, consigue abrazos y, como todo lenguaje, también puede romper labios y cristales.

El forastero es siempre algo lejano y el fútbol tiene la capacidad de dar brincos de 10.000 kilómetros con una frase. ¿De dónde eres? Y si eres fútbol, si eres reconocible dentro de ese lenguaje, pasas a ser algo próximo. Porque ya no eres Javier, Daniel o María, pasas a ser el Real Madrid, Messi, Cristiano Ronaldo… Y eso eres tú, simbolizas a ellos, y eso les gusta. O no, quizá le gustan los otros, ama al Barcelona, al Manchester United; pero ya sabe colocarte, ya sabe ubicarte en un espacio en el que dejas de ser un desconocido. Y ahí ya hay algo de lo que charlar, una broma, algo con lo que acercarse. ¿De qué puedes hablar con un guarda de frontera de Sudán? De muy pocas cosas en las que podáis intervenir ambos. Puede hablar él o puedes hablar tú. El fútbol os permite hablar a ambos.

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El milagro del fútbol

No sabemos cómo nos equivocamos en un desvío en la ciudad egipcia de Mallawi, en Egipto. Íbamos camino de Sudán, bordeando el Nilo, pero tras varios controles militares, el golpe de estado de Al Sisi era reciente, tomamos una carretera pequeña que se alejaba del caudal y a través de la cual nos fuimos introduciendo en un mundo interior cada vez más desolado del que no éramos capaces de salir. De pronto, cuando aceptamos que estábamos completamente perdidos, paramos el coche en una aldea y nos empezó a rodear una muchedumbre. La situación se puso tensa. Llegaron tipos con fusiles, rodearon el coche, de vez en cuando golpeaban la carrocería con la mano. Ninguno hablaba inglés. Nos comenzamos a agitar hasta que apareció un repartidor de comida con el que habíamos hablado tiempo atrás en una gasolinera y nos sacó de allí.

Nuestro coche, casi un camión, llevaba fotos de elefantes y cebras, lo bajábamos a Mozambique para nuestras rutas con turistas, y al hombre eso le había llamado la atención y nos preguntó en inglés que de dónde éramos. Le dijimos que de Portugal, mis dos compañeros de travesía eran portugueses, y de Madrid, España. La traducción en su cabeza es que éramos Cristiano Ronaldo y el Real Madrid, y resulta que él era fan de ambas cosas. Hablamos un rato y nos despedimos entre bromas futboleras y lo reencontramos en ese poblado tiempo después rodeados de tipos armados que gritaban y se arremolinaban a nuestro lado. El repartidor habló con ellos, en otra serie larga de gritos que no entendimos, y nos dijo que le siguiéramos mientras la gente nos abría paso. Nos llevó de nuevo por unos caminos que cruzaban algunos huertos hasta un punto que nos devolvía a la carretera principal que iba al sur.

Foto: Los 'ultras' del Al Ahly protestan frente al Ministerio de Interior tras la sentencia de la masacre de Port Said. (Reuters)

Ese es el lenguaje del fútbol. Hay un fabuloso reportaje del diario Marca que se llama Fútbol y Guerra que narra varias historias extremas en las que el balompié se convirtió en un aliado. El periodista José Antonio Guardiola cuenta que en Kosovo, en 1998, el jugador del Atlético de Madrid Milinko Pantic le salvó el pellejo en un control de carretera con un guarda serbio mientras llevaba a un chico herido en el maletero. “Se me ocurrió soltar Milinko Pantic. Fue magia (…) Eso generó un vínculo entre nosotros y dejamos de ser enemigos. Ya empezamos a vacilar con los jugadores, que si 'Mijatovic, no, que es del Real Madrid', que si... Y al soldado se le olvidó todo. Ni registró el coche ni nada. Hasta nos ofreció una copa de rakia. Si nos hace bajar y llega a encontrar al chaval escondido...", señala Guardiola en el texto.

“A los corresponsales de guerra españoles el fútbol nos ha sacado de más de un apuro”, explica en ese mismo texto la periodista española Olga Rodríguez que rememora una complicada situación que vivió en Bagdad en 2003 tras un bombardeo estadounidense a un mercado. “Había una especie de furia colectiva. Y me empecé a temer lo peor. Alguien me preguntó entonces que de dónde era, yo le dije que española... Y uno de ellos de repente gritó: 'Real Madrid'. Y otro: 'Barcelona'. Y otro: 'Maradona'... Ya lo mezclaron todo y eso facilitó una primera comunicación. Rebajó la tensión. Fue increíble y surrealista, pero ocurrió así. En una situación tan trágica acabamos hablando de fútbol”.

El clásico en Damasco

En junio de 2019 era más fácil encontrar unicornios que turistas en el centro de Damasco, capital de Siria. No es una metáfora, había una tienda que vendía flotadores de unicornios, pero no había apenas extranjeros paseando por las calles de un país que estaba aún en guerra a unos cientos de kilómetros. El país llevaba desde marzo de 2011 cerrado al mundo. Por las calles, los amables damascenos no paraban de decirnos “welcome” o “thank you” por regresar a un país que vivía en parte del turismo y no de la lluvia de bombas y muerte en el que lo habían convertido.

Foto: Un unicornio en una calle de Siria. (J. B.)

Era una sociedad empobrecida, desolada, triste, que durante ocho años no tuvo contacto con nada exterior excepto… el fútbol. En un bar del centro histórico tropezamos con una vidriera con una pegatina grande que ponía El Clásico, junto a los escudos del Real Madrid y el Barcelona. En varias tiendas se vendían toallas y camisetas de ambos equipos. “Yo soy del Barcelona, pero el Real Madrid cometió el error de vender a Ronaldo. No hay dos Ronaldos”, me decía Tony Mezanar, dueño de la maravillosa Guest House Beit el Mamlouka y de una tienda de sedas junto al mercado. ¿Se sigue mucho aquí la Liga? “Aquí todo el mundo es del Madrid o del Barcelona”, explicaba.

placeholder Una tienda en Damasco (J.B.)
Una tienda en Damasco (J.B.)

El 26 de octubre de 2013 tomaba un vuelo de Nairobi a Maputo, capital de Mozambique, un día que había un Madrid-Barcelona. El simpático taxista keniano estaba entusiasmado con el partido. “Yo soy del Barcelona, pero en nuestro barrio hay mucha gente del Real. Todos vamos a un bar a verlo y en el último la gente se enfadó mucho y hubo hasta una pelea. Uhhhh, la cosa se caldea a veces”, contaba entre risas. Esa es una riña de bar, pasional, pero la parte negra del fútbol es que como todo lenguaje tiene su parte radical, violenta y organizada, usada por grupos extremistas camuflados tras una bufanda para tener un motivo para abrir cejas los fines de semana. Hay tantos ejemplos que no hace falta mencionarlos.

BaGhana BaGhana

En 2010 decidí dejarlo todo y trasladarme a vivir a Sudáfrica. Ver a España ganar el Mundial en el Soccer City de Johannesburgo fue emocionante, vivir los meses de antes y de después del torneo fue único. Todo el mundo tiene el anhelo, no sé si el derecho, de organizar al menos una fiesta en su vida. Para Sudáfrica el Mundial fue eso, una inmensa fiesta. ¿Se puede organizar un torneo que costó millones de dólares, donde hubo casos de corrupción flagrantes, en un país con enormes bolsas de miseria? Es complicado analizar eso desde un punto de vista económico y social, hay muchas aristas. En los años siguientes hubo cifras de todo tipo que por un lado avalaban el reembolso obtenido con la fantástica campaña de publicidad que se hizo un país con hasta entonces una imagen maldita y, por otro, como explica un reportaje que publicamos aquí en 2011, se criticaban los gastos de hasta 4000 millones en unas mega infraestructuras inservibles.

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Javier Brandoli. Ciudad del Cabo

El Mundial para los españoles empezó el 11 de junio de 2010, pero para los sudafricanos empezó oficialmente cien días antes. Fue una mañana que las radios empezaron desde primera hora a decir a la gente que saliera a las doce del mediodía a la calle a celebrar el Mundial. Y salieron, por miles, y ya no entraron en sus casas hasta el 12 de julio de 2010 cuando al país le cayó un barreño de realidad encima. “¿Cuanto cuesta?”, preguntaban una noche unos chicos blancos sudafricanos que subían a un minibús, transporte mayoritariamente usado por los extranjeros que vivíamos en Ciudad del Cabo y la población negra y mestiza, por primera vez en su vida.

En Sudáfrica, antes y después del Mundial, las ciudades mueren cuando se va la luz. No pasó así aquellas semanas. Mi amiga Delphine, francesa que llevaba años viviendo en Ciudad del Cabo con su familia, me dijo tras el Francia-Uruguay que se iba andando a casa. “Nunca he podido hacerlo y quiero probarlo por primera vez en mi vida”. El empeño social por dar lo mejor era genérico, el buen humor también. Recuerdo una multa de radar que se pasó por alto cuando íbamos desde Suazilandia camino a la semifinal contra Alemania de Durban y los agentes descubrieron que éramos españoles. Acabamos tocando las vuvuzelas y haciéndonos fotos con ellos en el arcén.

placeholder (J.B.)
(J.B.)

Pero el Mundial fue sobre todo lenguaje africano. El 2 de julio jugaban los cuartos de final Uruguay y Ghana. Los periódicos locales llevaban ese día titulares de Go BaGhana BaGhana, en alusión a Bafana Bafana que es como se conoce a la selección de fútbol sudafricana. Los sudafricanos, tras quedar eliminados en primera ronda, adoptaron a los ghaneses como propios. Una sudafricana blanca, por eso de derribar algunos estereotipos, me lo resumió así: “Yo voy a muerte con Ghana, yo soy africana”. El partido fue una locura que llegó hasta los penaltis tras aquella famosa mano de Luis Suárez que sacó un gol cantado sobre la línea. La tanda de penaltis se vivió en Ciudad del Cabo con una tensión enorme. Cuando finalmente se clasificó Uruguay hubo un silencio atronador, impactante, y lágrimas en muchos rostros de sudafricanos. La selección de un país a más de 7.000 kilómetros era la selección de todos aquellas personas. Eso es también fútbol.

La final entre las peores selecciones del mundo

El fútbol puede servir para entender el nivel de globalización de lugares remotos. Tras el Mundial de fútbol de Sudáfrica emprendí un viaje hasta Uganda. Iba también reportajeando y usaba como cebo la camiseta de la selección española con la que vi la final de Joburg. Si entraba en un poblado himba en Namibia o de los toka leya en Zambia… y no reconocían la malla entendía que al menos allí vivían alejados de los televisores. No hay hoy ya muchos lugares donde eso pase.

placeholder Un poblado Himba en Namibia. (J.B.)
Un poblado Himba en Namibia. (J.B.)

Pero el fútbol es tan popular que hasta se presume de él donde no se juega apenas o se juega muy mal. En 2017 fui a hacer un reportaje a la caribeña isla de Montserrat sepultada por un volcán, aún activo, en 1997. Me enseñaban que una de las cosas reconstruidas en una isla casi abandonada era el estadio. Sun Lea, mi guía por la vieja capital sepultada bajo toneladas de cenizas, me contó una historia fabulosa que escuece aún entre los isleños. El 30 de junio de 2002, a la vez que se disputaba la final del Mundial de Fútbol de Japón y Corea, se disputó el partido entre las dos peores selecciones del mundo: Bután y Montserrat. El partido, del que hay un documental que se tituló La otra final, se jugó en las altas montañas del reino asiático. Montserrat perdió 4-0 y se convirtió oficialmente en la peor selección del planeta, lo que según el hombre que cuidaba el nuevo estadio, “se debió a que jugamos a mucha altura”. Sun exigía justicia: “Seguimos esperando que Bután venga a jugar a nuestra isla y nos dé la revancha”.

Un balón firmado por Messi

El fútbol abre cancelas. En Lusaka, en agosto de 2010 en la Tazara House Railway, fueron Fernando Torres y Xabi Alonso los que me echaron una mano para un viaje en tren que pretendía hacer entre Lusaka y Dar es-Salaam. Llegué a la hora del cierre, al día siguiente me iba al norte y ya no podía regresar, y un tipo muy simpático me ayudó a cambiar el no inicial a entrar del guarda por un sí tras una charla futbolera. Esta es la reproducción de aquella escena que escribí en un blog de Viajesalpasado:

"¿De dónde eres?". "Español". “Ohhhhh. Yo soy fan de España. Díselo, dile que yo era fan de España en el Mundial”, le decía al hombre de seguridad. Me daba palmadas y chocábamos la mano mientras me explicaba: “Soy de España por Torres. Es el mejor del mundo. Y Xabi Alonso. Soy del Liverpool. ¿Sabes?, Xabi Alonso marcó el gol más lejano de la Premier, 60 metros. El de Beckham fue sólo de 50”. “Ya, ahora juega en mi equipo, el Real Madrid”, le digo. “¿Real Madrid? Ah no, vete, vete, nos robasteis a Alonso”, me dice entre bromas. El fútbol, siendo español, es la conversación que mejor funciona en África.

Pasa en todas partes. “Cuando la cosa se complica, el fútbol siempre funciona”, me decía en una ocasión mi querido Javier Reverte. En un reportaje que hice en México sobre las cárceles de Latinoamérica, entrevisté al argentino Gustavo Fondevila, académico del Centro de Investigación y Docencia de México, y uno de los hombres que ha entrado en más penales de Latam para diversos estudios. “En El Salvador, una de las pandillas que controlaba el penal tenía su propio portavoz que controlaba las relaciones públicas y con el que nos reunimos para que nos permitiera entrar. Nos pidió un regalo para el líder”, me dijo. ¿Qué le dieron? “Un balón firmado por Messi”.

El otro Maradona

El amor por el fútbol en El Salvador es sagrado porque ellos tienen su propio Maradona. La famosa guerra del fútbol que narrara Kapuscinsky en un controvertido libro podría tener hoy otro enemigo que no fuera Honduras. El 19 de junio de 2016, mientras cenaba en un abarrotado bar, entendí que era el único que iba con México en los cuartos de final de la Copa América que jugaba con Chile. El resto celebraban con jolgorio cada uno de los siete goles que los chilenos marcaron a los aztecas en una humillación histórica. “En México nos tratan muy mal” o “en México son muy racistas con nosotros”, son algunas de las explicaciones que me dieron los locales. El fútbol es también revancha de otras tantas cosas, qué se lo digan a la Argentina de 1986.

Yo había ido a hacer una serie de reportajes de violencia y otro de un mito, Mágico González. Mágico, ex jugador del Cádiz, es una leyenda en el país centroamericano. Un asunto de estado. “Yo propuse que se le pagara una pensión vitalicia de 600 dólares mensuales”, me contó el vicepresidente de la Asamblea Nacional, Guillermo Gallegos. ¿Cómo es? “El Mágico es el Mágico. Bohemio y algo irresponsable, pero es muy querido”.

placeholder Mágico González (J.B.)
Mágico González (J.B.)

Había mil leyendas de él de borracheras, generosidad, goles inverosímiles… Lo acabé encontrando y entrevistando y me pareció que todas eran ciertas, hasta las que eran mentira, pero me quedo con una respuesta suya para explicar este deporte. Al Mágico lo comparaban con Maradona, el propio astro argentino dijo que el salvadoreño “era mejor que él”, y cuando le interrogué por eso, por si podía haber jugado en un club de los grandes, contestó: “Cádiz era más que suficiente para mis aspiraciones y para poder hacer algo por mi país. Llevé el nombre de El Salvador por el mundo”. Así es, y así se lo agradecen los suyos. “Nosotros somos un país chiquitito, bien castigado por la violencia y la pobreza, y el Mágico nos hizo algo más grandes. Nos dio alegría”, me contaba un tipo con el que lo esperaba en el humilde campo de La Bayer, donde jugaba el equipo que él mismo montó, Los Pachines, que usan la camiseta del Cádiz. Llegó tarde al partido de su propio club y no le sacaron ni un minuto. Mágico.

Un balón entre trincheras

“Hay millones de imbéciles llorando hoy la muerte de Maradona”. Esa frase que escuché en Roma motivó este texto. Puede que sean imbéciles o puede sencillamente que sean millones de personas que hablan un mismo lenguaje. Lo fue siempre. El fútbol paró guerras. Recuerdo del desaparecido periodista y escritor David Gistau una crónica genial de la guerra de Irak donde contaba un delirante partido de fútbol en Pakistán.

David, como muchos intelectuales, adoraba el fútbol. Camus, García Márquez, Galeano, Villoro… eran y son apasionados de un deporte que, recuerden, se habla a puntapiés. Hace poco publicamos aquí la historia del único equipo de fútbol que existe en el mundo de poetas. La Nazionale Italiana Poeti juega al fútbol a cambio de una única cosa: “Que nos dejen antes, durante y después del partido recitar nuestros poemas al público”, explicaba Michele Gentile, el ideólogo de combinar rimas y goles.

Hay una bella historia sobre esa capacidad de comunicarse que tiene el fútbol hasta en el limbo vital de no saber si habrá un mañana. Pasó en la Primera Guerra Mundial. Se la conoce como la Tregua de Navidad y cuenta como el 24 de diciembre de 1914, en medio de las trincheras nevadas repletas de futuros cadáveres alemanes y británicos, ambos bandos pactaron un alto el fuego que se cerró con un partido de fútbol.

“Ellos hicieron su portería con uso sombreros extraños, mientras que nosotros hicimos lo mismo. No era sencillo jugar en un lugar congelado, pero eso no nos detuvo. Mantuvimos las reglas del juego a pesar de que el partido sólo duró una hora y no había árbitro”, explicó un soldado alemán, según recoge un texto de Manuel P. Villatoro, del periódico ABC, que recuerda ese singular encuentro. Alemanes y británicos tienen pocas cosas con las que comunicarse antes de empezar a matarse. Una de las más fáciles es dejar caer un balón y empezar a charlar con los pies. Eso es el fútbol.

El fútbol es un lenguaje que se habla con los pies y se escucha con los ojos. Eso se aprende viajando. El genial jugador salvadoreño Mágico González, del que hablaré luego, añadió al lenguaje del fútbol el olfato en una entrevista que le hice en su tierra: “A mi lo que me gustaba era salir al campo y oler la hierba”, me contó. Eso sólo se aprende jugando.

Diego Armando Maradona Cristiano Ronaldo