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El imperio de la estupidez y el hincha político
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Javier Brandoli

Crónicas de tinta y barro

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El imperio de la estupidez y el hincha político

Es sorprendente la facilidad con la que se asume que el trabajo de un representante público es que su partido gane comicios

Foto: Jacob Chansley, más conocido como 'chamán' de Qanon (Reuters)
Jacob Chansley, más conocido como 'chamán' de Qanon (Reuters)

"Hemos recibido el mensaje. Debemos trabajar para crear un proyecto ilusionante que nos permita ganar las próximas elecciones".

Esta es una frase tipo que se memoriza en los dos o tres primeros comicios que a un periodista le tocan cubrir. Tras felicitar al vencedor, no siempre, y hablar de unidad nacional, no siempre, la maquinaria del partido, incluidos los cargos electos, se activa para vencer. Es sorprendente la facilidad con la que se asume que el trabajo de un representante público es que su partido gane comicios. ¿Imaginan que un ejecutivo le soltara a sus accionistas el día de la firma de su contrato que va a trabajar en la compañía no para que la empresa funcione mejor sino para conseguir que le nombren presidente? En este ejemplo, los accionistas empleadores son los ciudadanos y el empleado ejecutivo es el político.

En política eso pasa porque los votantes 'hooligans', una ruidosa base electoral que tienen todos los partidos importantes, no le penalizarán por ello. Todo lo contrario, premiarán su coherencia de no colaborar con el enemigo. El votante del partido, el de verdad, el puro, no acepta que los suyos vayan con los otros; como el lector de un medio, el de verdad, el puro, no acepta que un periódico pueda desdecir con noticias la realidad que ellos se han formado con opiniones.

La duda frente a la certeza del ortodoxo se difumina entre una manada a la que se ofrece dos o tres ideas simples con las que regirse. Es más rentable y es más sencillo. Los hinchas de partido son muy fieles y conforman la base necesaria de electorado de cada formación. Votan siempre, no se cuestionan nada y su capacidad de razonamiento crítico se mueve entre una espiral de convencidos como ellos dispuestos a tragar con todo tipo de dogmas.

La teoría conspirativa de Smolensk

Polonia es un país frío en invierno. La mayoría conoce además que se bebe vodka, de allí es el Papa más famoso de los últimos siglos, los de más de 45 años futboleros conocen a un delantero muy bueno que se llamaba Boniek y en la II Guerra Mundial los masacraron nazis y bolcheviques.

Pero la desconocida Polonia para la mayor parte de los europeos occidentales resulta ser un país de enorme peso, miembro de la Unión Europea y la OTAN, clave en la estrategia occidental de derribar el viejo telón de acero, democratizar las viejas dictaduras comunistas satélites del Kremlin y ensanchar esa vieja idea de un mercado común en el que ingenuamente (quizá lo ingenuo sea escribir esto) algunos querían compartir valores como la democracia y los derechos humanos.

Foto: Un hombre bebiendo vodka en el sur de Polonia. (Reuters)
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Sin embargo, el país es ejemplo hoy para algunos analistas de cómo un partido puede seducir a una sociedad con una teoría conspiranoica. El ex primer ministro y actual presidente del partido gubernamental Ley y Justicia (PiS, en polaco), Jaroslaw Kaczynski, ha retomado el poder alimentando la denuncia de un complot que toca todas las fibras patrias: el accidente aéreo de Smolensk.

En 2010, el avión en el que iba su hermano gemelo y entonces presidente, Lech Kaczynski, se precipitó en suelo ruso, cerca de la ciudad de Smolensk, y murieron todos los ocupantes. El accidente ha conseguido levantar los viejos ánimos nacionalistas contra el enemigo ruso con todo tipo de teorías que repiten los medios e hinchas afines. “Rusia nos robó hasta el vodka, que es polaco”, me resumió en una ocasión Sebastian, un amigo de Varsovia. El campo en Polonia está bien abonado para creer que Putin deshiela los polos si hace falta para inundar Cracovia.

Tras más de diez años de la tragedia, el Gobierno polaco del PiS sigue manteniendo que el avión fue derribado por los rusos sin aportar pruebas. “La comisión no tiene dudas de que la tragedia ocurrió por una serie de acciones deliberadas”, dijo en abril pasado el ministro de Defensa polaco, Antoni Macierewicz tras hablar de explosiones, cambio de rumbo de los controladores aéreos... pero sin aportar nada concluyente que lo demuestre.

Foto: Fallece el presidente de Polonia, Lech Kaczynski, en un accidente aéreo

El informe oficial que hizo el anterior ejecutivo polaco del entonces primer ministro, Donald Tusk, en cooperación con las autoridades rusas, concluyó que el avión en una aproximación errónea a la pista golpeó los árboles. Al llegar de nuevo al poder en 2015 el partido Ley y Justicia todo eso se borró de un plumazo y se decidió investigar de nuevo para contar la verdadera verdad que los meapilas del anterior Ejecutivo no se habían atrevido a contar.

La periodista estadounidense Anne Applebaum, casada con un exministro polaco, cuenta así lo ocurrido en su libro 'El Ocaso de la Democracia, la seducción del autoritarismo': “El nuevo ministro de Defensa empezó de inmediato a institucionalizar la mentira de Smolensk. Creó una nueva comisión de investigación integrada por un puñado de excéntricos, entre ellos un etnomusicólogo, un piloto retirado, un sicólogo y otras personas sin experiencia en accidentes aéreos. La policía irrumpió en los hogares de los expertos que habían testificado durante la primera investigación (que concluyó que fue un accidente) y les quitó los ordenadores. Cuando Macierewicz viajó a Washington para reunirse con sus homólogos de Defensa en el Pentágono, lo primero que hizo fue preguntar si la inteligencia estadounidense tenía alguna información secreta de Smolensk. La reacción fue de inquietud generalizada por el estado mental del ministro”, asegura la autora.

placeholder Foto de archivo del expresidente polaco Lech Kaczynski (Reuters)
Foto de archivo del expresidente polaco Lech Kaczynski (Reuters)

Applebaum ve en ese hecho, que para la UE pasó inadvertido respecto a cambios de leyes que afectaban a libertades o la separación de poderes, el momento clave del para algunos preocupante giro que ha dado la democracia en Polonia. “La decisión de situar una fantasía en el centro de la política gubernamental inspiraría gran parte de lo que sucedería continuación (…) Quienes podían aceptar aquella elaborada teoría, podían aceptar cualquier cosa”, señala Applebaum.

En 2020, el candidato del PiS, Sdrezj Duda, ganó las elecciones con un 51% de los votos. Hay un interesante artículo de la alemana DW que se titula: 'Smolensk: la tragedia que definió la política polaca'. Hay decenas de análisis y artículos como ese, hablando del uso clave de ese accidente. Smolensk es vísceras, patria, ofensa, rencor, teoría conspirativa… y eso genera acólitos.

“Vivimos en el imperio de la estupidez”

El filósofo holandés Rob Riemen, autor de los libros 'Para combatir esta era' y 'Nobleza de espíritu', dos obras muy críticas con el periodo de extremismos y populismos de la última década, decía en una entrevista en 2018 en la revista Letras Libres al ser preguntado por el rechazo que hay a los intelectuales: “¡Claro! ¡Les odian! Lo primero que sucede en un régimen totalitario es acabar con ellos porque son un peligro. Lo hizo Stalin, Hitler… Todos. Vivimos en un mundo capitalista que no está interesado en el pensamiento. La elite que está en el poder lo que quiere es que seamos estúpidos. Vivimos en el imperio de la estupidez”.

Ese imperio de la estupidez podemos intentar aplicarlo a lo ocurrido y lo que ocurre en EEUU. Hace algunos meses que empecé a leer con sorpresa lo que narra el corresponsal de El Confidencial allí, Argemino Barro. Antes de las elecciones de 2020 creó un blog que tituló La Sala 2. El origen me pareció muy llamativo. El mismo lo explicaba así: “Si las narrativas políticas de Estados Unidos se proyectaran en dos salas de cine, el mundo estaría mayoritariamente expuesto a la Sala 1: la película urbana, progresista y cosmopolita. La visión demócrata que profesan Hollywood y los grandes medios de comunicación globales. Por eso en este blog queremos explorar la otra narrativa: la película conservadora. La de los 74 millones de espectadores que votaron a Donald Trump y ampliaron el poder regional del Partido Republicano. La película que se proyecta en la Sala 2”.

La sola explicación del blog de Argemino me parece brillante y sugerente, pero sobre todo clarificadora: hay un tipo de periodista, lector, votante… que hoy critica el hecho no ya de opinar sino de informar sobre los “otros”.

Foto: El edificio del 'New York Times', en Manhattan. (Reuters) Opinión

En agosto de 2019 saltó una polémica porque muchos lectores y responsables del Partido Demócrata criticaban ferozmente al progresista New York Times por una portada en la que decía, en pleno conflicto racial, “Trump insta a la unidad contra el racismo”. En 2020, el editor de la sección de opinión de nuevo del NYT, James Bennet, presentó la renuncia tras la publicación de una columna de opinión del senador republicano Tom Cotton en la que pedía una intervención militar contra las violentas manifestaciones del Black Lives Matter. La indignación de los lectores provocó su marcha. El mensaje en ambos casos es claro, los lectores del NYT no están dispuestos a aceptar que el periódico dé informaciones u opiniones en contra de sus ideas.

“Vivimos un periodo de división como no había pasado nunca. Demócratas y republicanos se odian, literalmente, y amigos y familias se están enfrentando”, me contaban en San Francisco justo antes de las elecciones de 2016. Recuerdo que me llamó la atención que en una ciudad progresista, ante la amenaza Trump, lo que se veía eran carteles de apoyo a Bernie Sanders y no a Hillary Clinton. Me explicaron que muchos demócratas la consideraban a ella casi una conservadora.

Todo el extremismo ocurrido en Estados Unidos, el paraíso de la democracia y las libertades, al menos de fronteras para dentro, puede resumirse en dos corrientes: QAnon y la Doctrina Woke. La primera es una enloquecida corriente ultraconservadora que motivó, entre otros factores, la toma del Capitolio del pasado 6 de enero. Hay múltiples artículos y documentales sobre esta doctrina que empezó a extenderse entre la extrema derecha estadounidense.

Foto: Un simpatizante de QAnon en una manifestación en Brooklyn. (Reuters)

Un ejemplo famoso de esta locura lo protagonizó en 2016 Edward Maddison Welch. El convencido patriota salió de Carolina del Norte y condujo 600 kilómetros hasta Washington, a la pizzería Comet Ping Pong, para destapar una presunta red satánica que abusaba y sacrificaba niños en la que participaban destacados demócratas. Lo había leído todo en webs de extrema derecha. Se grabó conduciendo y dejó un mensaje a sus hijas, en el que decía “no puedo dejaros crecer en un mundo corrompido por el diablo”. Entró armado con un rifle de asalto a la pizzería, disparó al aire y tras amenazar a todos y registrar el local sin encontrar rastros de niños convertidos en esclavos sexuales o cadáveres se rindió ante la Policía que rodeaba el local. En el juicio, Edward pidió perdón y reconoció que sus fuentes no eran precisas. Le cayó una pena de cuatro años de prisión.

El Pizzagate, como se conoció aquel ataque, es la punta del iceberg de lo que acabó siendo las teorías QAnon y en las que decenas de miles de ciudadanos del país más avanzado del planeta creen que los demócratas practican la pedofilia, canibalismo, beben sangre de bebes y hacen ritos satánicos. Obama, Biden, los Clinton, Tom Hank, Soros… son partícipes de esa verdad que divide el mundo entre el bien y el mal. Si uno creyera eso a pies puntillas, poco parece lo que pasó en el Capitolio.

La respuesta de una parte de la izquierda radical demócrata a ese extremismo conservador no parece tan distante en el dogmatismo del mensaje. Otra vez les voy a recomendar leer a Argemino y una serie de reportajes publicados aquí sobre la Doctrina Woke. La primera de las cuatro entregas comienza así: “Lo que solía considerarse una crisis de libertad de expresión en los campus de élite de Estados Unidos, con sus escraches y sus códigos del lenguaje, sus 'espacios seguros' y sus advertencias de contenidos sensibles, está cristalizando en una sólida ortodoxia identitaria. Algunos de los campus más selectos de los estados demócratas empiezan a mostrar los rasgos de pequeños regímenes fundamentalistas. Guiados por una teoría que no permite la duda y al abrigo de la indignación desatada por casos como el asesinato de George Floyd, sus rectorías han creado poderosos comités, ideologizado los temarios e incluso organizado confesiones públicas de prejuicios raciales”.

Foto: Montaje: Irene de Pablo.
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Diría que la Doctrina Woke se ha convertido en una especie de tendencia universal entre una parte de la extrema izquierda de la aldea global que adoctrina al ciudadano. Censurar películas, comics, canciones, libros, tirar estatuas, prohibir desnudos, ropas, alimentos, medios de transporte… Todo en el afán de imponer una verdad única, una moral elevada, sin matices, que representa valores incuestionables de derechos humanos.

La radicalización del mensaje de ambos lados está llevando a una confusa dictadura del ruido. “Lo dice Twitter, no Italia. No confundamos ambas cosas. Y se lo dice el político italiano que tiene más seguidores allí, más de tres millones”, respondía recientemente el ex primer ministro Matteo Renzi a la pregunta de una periodista que hablaba del sentir de un país por el 'trending topic' de una red social.

El beato Berlusconi y el liberador Castro

Pero el votante hincha no sólo está dispuesto a creer cualquier tipo de teoría conspirativa, revolucionaria o patriótica, está además dispuesto a creer pase lo que pase a su líder. “Hago un llamado a los católicos. Piensen bien antes de votar por la izquierda, porque tiene proyectos que afectan la familia, que para nosotros es sagrada y fundada en el matrimonio entre hombre y mujer”, dijo el italiano Silvio Berlusconi en la campaña electoral de 2006. No hace falta añadir mucho.

“El verdadero orden es el que se basa en la libertad, en el respeto y en la justicia, y no en la fuerza. Libertad de prensa hay ahora, porque sabe todo el mundo que mientras quede un revolucionario en pie habrá libertad de prensa en Cuba”, dijo el comandante Fidel Castro en un discurso en Santiago de Cuba en 1959. Tampoco hace falta añadir mucho.

En 2014, en Soweto, Sudáfrica, en el funeral de Nelsón Mandela, la mayor ovación del estadio la recibió al salir en el videomarcador el presidente de Zimbabue, Robert Mugabe. “Es un verdadero luchador por la libertad de los negros. Tiene coraje y lucha por su pueblo”, me dijo aquel día un hombre que llevaba la gorra del ANC con la cara de Mandela. Mandela estaba en las antípodas del pensamiento de Mugabe, con el que acabó teniendo desencuentros, pero sobre todo Mugabe, el luchador de la causa negra, el que quitó las tierras a los blancos y las repartió entre los mandos de su ejército y dirigentes de su partido, Zanu PF, es el hombre que ordenó asesinar a alrededor de 20.000 negros de la etnia ndebele, miembros del opositor partido Zapu, en la operación llamada Gukurahundi. A aquel hombre del ANC eso no le parecía significativo en su juicio de luchador por la libertad negra.

placeholder Momento del funeral de Nelson Mandela (Reuters)
Momento del funeral de Nelson Mandela (Reuters)

El cenit absoluto en enmascarar la diferencia entre persona y personaje, al menos por el cargo alcanzado, podría ser Donald Trump. Un magnate neoyorquino, envuelto en escándalos financieros, casado tres veces, con diversos affaires sexuales y un video público donde dice que a las mujeres les gusta que las empiecen a besar de pronto y las agarren de la vagina, y que según un informe del Washington Post ha contado más de 30.000 mentiras durante su mandato, ha llenado estadios y obtenido millones de votos de enfervorecidos conservadores religiosos estadounidenses predicando valores familiares tradicionales, flagelando a corruptos y denunciando “fake news” a diestro y siniestro.

¿Y qué hace el votante 'hooligan' cuando ese tipo les explicó que le habían robado las elecciones sin aportar una sola prueba, sin un sólo gobernador republicano implicado que respaldara su petición de anular los comicios y sin ningún juez que le diera la razón? Marchar a tomar el congreso de los EE.UU por la fuerza mientras su líder se daba media vuelta y los dejaba destrozando cristales.

Foto: Elecciones en Virginia, EEUU. (EFE)

Y es exactamente ese ciudadano, el iluminado que certifica que el hombre no llegó a la luna, que la tierra es plana, que las vacunas llevan un chip, que Castro no es un dictador, que el neoliberalismo no provocó la crisis económica de 2008, que los rusos tiraron el avión de Smolensk y que los demócratas son pedófilos… el votante que todos se disputan en la aldea global.

Es un chollo, se siente siempre amenazado, siempre está en guardia ante tantas mentiras que le rodean de los bobos que se creen todo porque leen los grandes medios corruptos y no los blogs que sí cuentan verdades. El o ella siente al partido como un club de fútbol, le da igual si dicen que roban sus dirigentes, si no cumplen del todo sus promesas, porque eso son mentiras o matices, complots de la prensa, y además son peores los otros, porque siempre recuerda como atenuante algo que hicieron peor los otros. Porque a ellos no, a ellos no les engañan, ellos se enfundan la camiseta y se van a la calle a profetizar verdades que leen y comparten desde su teléfono. Opinan de todo. Afirman todo. Escriben, sonriendo al teclear, certezas incómodas para las élites y la casta, o para los que quieren demoler la patria, los comunistas, los fascistas, porque ese alguien que ellos apoyan no falla, sin peros ni grises de esos indefinidos que no se posicionan porque esconden algo. A ellos sólo les molesta cuando sus demócratas no son verdaderos demócratas, o cuando sus republicanos no son verdaderos republicanos, pero entonces reflexionan, y bueno, mejor al menos este que es de los míos. Porque es de los suyos, de su partido, y con eso basta. A ese votante, que en estos casi 12 años viviendo fuera de España vi crecer por todas partes, lo quieren todas las formaciones políticas, especialmente las extremas. Lo fabrican, lo moldean para que exista. A veces hasta decide las elecciones. Imperio de la estupidez, que dice Riemen.

"Hemos recibido el mensaje. Debemos trabajar para crear un proyecto ilusionante que nos permita ganar las próximas elecciones".

Silvio Berlusconi Fidel Castro Zimbabue