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Ni asesinos ni héroes. El apabullante mundo de la gente corriente
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Javier Brandoli

Crónicas de tinta y barro

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Ni asesinos ni héroes. El apabullante mundo de la gente corriente

Viajar te permite escuchar a los demás y ver que, a diferencia de lo que pensamos, estamos rodeados de gente normal dispuesta a ayudar

Foto: Fotografía tomada en Uganda en 2010 (Javier Brandoli)
Fotografía tomada en Uganda en 2010 (Javier Brandoli)

Memorias difusas. La vida convertida en sucesión de recuerdos, en eterno futuro pasado. Donde más me inquieta que me suceda eso es en España, en Madrid. Con 16 años, mientras estudiaba por la tarde, era mensajero en una empresa que se llamaba Correcaminos. Me llamaban andarín porque no tenía moto, aunque a veces simulaba tenerla por exigencia de las empresas, mientras repartía paquetes usando metro y autobuses. Había una secretaria mayor en una oficina, en la calle Infanta Mercedes, que veía entrar un niño en los meses duros del invierno y se pasaba dos minutos forrándole pecho y espalda con papel de periódico para que no pasara frío en su inexistente moto.

Yo llevaba una chaqueta normal y ella, al resto de moteros que por allí pasaban, los veía usar las chaquetas forradas impermeables. Para ella eso era inadmisible y procedía a envolverme como a un salami. Luego, yo salía a la calle y a dos manzanas me quitaba todo ese papel y me iba al Metro con mis sobres en la mochila y una explicación empírica de lo que es ser buena gente. Esa señora era buena, sin más alardes que serlo.

Han pasado muchos años de aquello, eso era final de los años 80 y ahora yo me asomo a los 50. Hoy, el mensaca que acabó comprándose una moto se ve, cuando regresa esporádicamente a Madrid, usando el Google Maps por la ciudad cuyo mapa se aprendió de memoria. Este olvido pasa porque me fui hace más de 12 años a vivir por el mundo y ahora retorno a mi ciudad con la gorra de turista que aquí nunca seré. En este tiempo he vivido en Sudáfrica, Mozambique, México, Italia y ahora, a inicios de agosto, me mudo a Bangkok, Tailandia. No sé explicar cómo ha sucedido esto. Viajar para mí, con algo menos de la edad con la que veo a periodistas mandar grandes crónicas de la guerra de Ucrania o de las elecciones de EEUU, era ir al mar. Las playas de Levante, con 20 años, eran la aventura de lo desconocido. No tenía capacidad ni necesidad de ir más allá.

Foto: Jacob Chansley, más conocido como 'chamán' de Qanon (Reuters) Opinión
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El periodista polaco Ryszard Kapuscinski, emblema de todos los corresponsales, cuenta en su libro 'Viajes con Herodoto' cómo se convirtió en vagabundo y narrador del globo a la vez. “Me preguntaba que sensación se experimentaba al cruzar la frontera (…) ¿Cómo era ese otro lado? (…) Un buen día me topé en el pasillo de la redacción con la redactora jefe (…) Me armé de valor y le dije:
- Me gustaría mucho ir la extranjero algún día.
- ¿Al extranjero?, repitió incrédula y un poco asustada porque no eran tiempos en que se viajase al extranjero así como así. ¿Adónde? ¿Para qué?, preguntó.
- He pensado en Checoslovaquia, respondí. Porque yo no ambicionaba lugares como París o Londres, no, ni mucho menos (…) Sólo anhelaba cruzar la frontera, no importaba cuál ni dónde, porque no me importaba el fin, la meta, el destino; sino el mero acto, casi místico y trascendental, de cruzar la frontera.
Había pasado un año de aquella conversación. En nuestro cuarto de reporteros sonó el teléfono. La redactora jefe quería verme en su despacho.
- ¿Sabes?, dijo cuando comparecí ante su mesa, te enviamos fuera. Irás a la India.

El resto es ya historia de esta profesión. El polaco se recorrió y contó el planeta. Siempre me ha parecido que Kapuscinski, más que un gran periodista, era un gran viajero. Sólo, creo, se puede contar bien este globo si mucho más que contarlo lo que te gusta es pasearlo.

"Tengo nostalgia de lo que no conozco"

El Kapuscinski en vida que yo he conocido, Javier Reverte, en cada comida o cena que hemos tenido te dejaba claro que escribía libros para pagarse los viajes. Por eso sus libros de viajes son magníficos. Me estoy leyendo ahora su obra póstuma, 'La frontera invisible', que narra un viaje que hizo en 2019 entre Turquía, Irán y Omán. Me habló de ese viaje en una 'trattoria' en Roma, La Buca de Ripetta, en febrero de 2020. Comimos entonces dos veces en la ciudad eterna. Sabía que estaba muy enfermo y vino a disfrutar de su amada Roma, dar una conferencia en la Embajada ante la Santa Sede y, realmente, tomar un tren para bajar a ver 'Los Bronces de Riace', en el Museo Nacional de la Magna Grecia en Regio de Calabria.

En 36 horas, se metió más de 12 horas de diversos trenes, desde Roma primero y Nápoles después, para contemplar dos estatuas griegas. "Ha sido magnífico, llegué casi cuando cerraban y estaba solo en la sala ante los bronces un buen rato. Al día siguiente, por la mañana, regresé antes de pillar el tren de vuelta para volver a contemplarlos", me contaba feliz a la vuelta cenando junto a nuestro amigo Alberto una pasta en la 'trattoria' Maccheroni. Falleció ocho meses después.

En 'La frontera Invisible' cuenta porque fue a Irán cargado de pastillas que iba tomando por su enfermedad: “Por una serie de cuestiones de salud que no vienen al caso, a mediados de 2019, cumplidos los 75 años, llevaba casi dos años sin colgarme la bolsa a la espalda y caminar mundo adelante durante un largo periodo. Me sentía viejo, maniatado por los galenos, esclavo de los fármacos y dominado por una liviana depresión del espíritu (…) Un día, hojeando un periódico, leí el artículo de un viajero que hablaba sobre Irán. No era particularmente notable ni brillante. Pero en un momento afirmaba que no hay plaza más bella en el mundo que la de Isfahán. (…) Y me dije: ¿Por qué no ir a Isfahán?”.

Foto: Tienda de ropa de bebé de lujo en Hong Kong (J.B.) Opinión

Una vez le pregunté para un artículo: ¿Por qué viajas? “Tengo nostalgia de lo que no conozco. Ese es el principal motor de mi vocación viajera”, me contestó. Esa frase me recordó una similar del escritor indio Vikram Seth en su libro de viajes 'Desde el Lago del Cielo'. “A veces me parece que vago por el mundo para acumular material para futuras nostalgias”, decía.

Entre los clásicos, no se puede conocer este mundo sin haberlos leído porque no se puede entender el futuro de nada sin entender su pasado. Hay mitos de esta pasión viajera. No hay viajero o corresponsal que no haya soñado con recibir el encargo que recibió el periodista inglés Henry Morton Stanley, en el siglo XIX, de su director del New York Herald, Gordon Bennett, que le enviaba a encontrarse con el desaparecido David Livingstone en el corazón de África y, ya de paso, previamente:

“Asista a la inauguración del canal de Suez y envíeme una crónica. Después suba por el Nilo y describa todo lo que encuentre interesante en el Alto Egipto y prepare una guía práctica para los viajeros aficionados. Escriba algo sobre la expedición de Baker en busca de las fuentes del río. Después viaje a Jerusalén y entérese de las excavaciones que está haciendo el capitán Warren, parece que han hecho descubrimientos importantes. Entre en Siria y envíeme una crónica política del país. Siga hasta Constantinopla, infórmese de los conflictos entre el jedive y el sultán. Pase luego por Crimea, visite las exploraciones arqueológicas y los campos de batalla. En el Cáucaso, investigue la política y los proyectos de los rusos en aquella región y en el mar Caspio. Dicen que los rusos proyectan una expedición a Kiva. Entérese. Cruce a Persia y mándenos algo interesante desde Persépolis. Bagdad le queda de camino, escriba alguna crónica sobre el valle del Éufrates. Luego viaje a la India, échele una mirada, prepare algo y ya desde allí embarque hacia África y empiece a buscar a Livingstone. Páselo bien y que Dios le acompañe” (esta es una versión reducida del encargo).

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Un poco tiempo después, otro mito del viaje al que la historia ha colocado en su sitio tras ser considerado durante décadas un fracasado, el irlandés Ernest Shackleton, colocaba en 1914 un mítico anunció en prensa, que algunos discuten su veracidad, para cruzar el Polo Sur: “Se buscan hombres para viaje peligroso. Salario bajo, frío penetrante, largos meses en la más completa oscuridad, peligro constante, y escasas posibilidades de regresar con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito”. Viajar, entonces, era adentrarse en lo desconocido. El ego de ser el primero en la historia frente a la realidad de que hoy todos somos. Y, cuando la aventura es realmente singular, con suerte el primero del día. Hoy hay mucha gente que, sin ser un aventurero, ha viajado por el globo infinitamente más que todos aquellos magníficos exploradores.

Un montón de buena gente

En mi caso no hubo un plan definido de viaje, salvo la elección ahora de Bangkok que tiene que ver con la voluntad de haber vivido en todos los continentes para poder comprender y comparar mejor el mundo. Pretendo dar una suerte de vuelta al mundo como habitante, no como viajero. Eso me fascina porque me divierte. El interés más grande que tengo es divertirme y me divierte mucho entrar en un supermercado y no conocer la mitad de los productos de los estantes.

Al inicio de esta aventura de vivir lejos se me cayó el primer mito. Yo esperaba encontrar formas de vivir muy distintas y lo que encontré es que nos parecemos mucho. Lo reflexioné en 2010, en Botsuana, en una aldea donde había un barzucho. Había una barra con cajas, refrescos y cervezas calientes, un televisor que no funcionaba y un billar medio roto. Y un radiocasete grande de música que sonaba alta y un grupo de chicos jóvenes. Y salvando las condiciones, me pareció que aquella tarde se parecía mucho a casi todas las tardes de mi vida a su edad en Madrid. Entendí que había tantas similitudes entre los seres humanos que sólo desde ese punto de partida se entienden las diferencias.

"Yo quiero que mi pueblo mejore, pero estoy en contra de la obsesión por acumular riqueza de los occidentales"

El mundo más diverso, al menos en la forma de ordenar la vida, lo he encontrado en el mundo indígena. Ordenan la vida distinta, pero los anhelos y miedos son parecidos: bienestar, amor, seguridad… Entre los himbas namibios, los rarámuris mexicanos, los pueblos nubios del norte de Sudán o los kuna yala de Panamá encontré rutinas que me eran completamente ajenas.

Como viajero es fascinante asomarse allí. Alimenta tu curiosidad, pero no por, en mi opinión, la falsa imagen idílica que se vende de contemplar una bondad recubierta de misticismo pobre. A veces me siento muy lejano de la sublimación paternalista de determinados tipos de vida que los propios indígenas aborrecen, como me siento muy lejano del supremacismo racista con el que otros les juzgan. La pobreza no hace bueno a nadie, la pobreza es sólo una putada que se sufre e intenta superar, pero como me dijo Louis Patrick, un emprendedor indígena kalinago en la isla de Dominica: “Para mejorar hay que trabajar, lo que es imposible sin aceptar algunos aspectos del sistema occidental. Yo quiero que mi pueblo mejore, pero estoy en contra de la obsesión por acumular riqueza de los occidentales”.

Foto: Los monjes mendigos de Luang Prabang. (Foto: Javier Brandoli) Opinión

De ahí, de ese mundo indígena que fue el primer tema que traté, nació este blog, Crónicas de Tinta y Barro, que hoy pone un punto y final. Kike de Andrés, el redactor jefe de esta sección, apostó por un producto difícil de digerir. Un producto largo, de diversos países, complicado de definir... Kike es una rara avis de este mundo. No es sólo un magnífico periodista y editor, es un gran tipo que respeta el trabajo de los demás. Se mueve exactamente por los mismos principios que la señora que envolvía con papel de periódico a los que tenían frío: ser buena gente, sin alardes.

Dejó aquí este proyecto del blog, quizá para durante Bangkok convertirlo en un intento de libro, porque no tengo ya mucho más que aportar sobre esta idea que no sea empezar a repetirme. Han sido muchos meses y muchos temas diversos en los que la idea era analizar, desde la experiencia y con ejemplos concretos, diversos temas de la aldea global. No hay una verdad absoluta, pretendía que la gente pensara que el sexo, los extremismos, la violencia, el dinero… tiene muchos prismas. Eso es algo fantástico que me ha regalado esta vida que he hecho y este oficio; escuchar a personas diversas con realidades diversas. Viajar como periodista tiene un plus sobre viajar como turista. Esto es que estás obligado, no es opcional, a escuchar a los demás.

“Este barrio no necesita héroes, necesita gente normal”

La principal lección que he aprendido estos años y me hubiera encantado transmitir es que el mundo está lleno de gente que te va a ayudar si tienes un problema. Por supuesto, hay sitios jodidos y realidades jodidas, porque el globo no es un terrón de azúcar y puedes tener mala suerte y tropezarlas. Como me dijo Sabrina, una amiga italiana y magnífica persona, altruista y llena de ideales, que pasó por un infierno tras ser violada y golpeada en una noche infernal en Sudán del Sur: “Yo ya no puedo creer que hay más personas buenas que malas”. Claro que hay un montón de hijos de perra ahí fuera, claro que puedes tropezarlos, desde luego sin necesidad de irte lejos, pero siempre se debe tener claro que son una minoría.

Los miedos se curan a veces viendo realidades. Hay sitios peligrosos que en realidad se convierten en calles peligrosas, horas peligrosas, atuendos peligrosos… Entonces aprendes dos o tres normas no escritas y comienzas a moverte con cierta tranquilidad. El periodismo, por culpa especialmente de nosotros los lectores, que eso lo somos todos, destaca tanto lo excepcional, bueno y malo, que hay mucha gente que cree que ahí fuera le esperan asesinos o héroes. “Este barrio no necesita héroes, necesita gente normal”, me decía Fabio Moscatelli, el fotógrafo con el que he estado trabajando estas semanas sobre el considerado barrio maldito de Roma, Tor Bella Monaca (TBM).

Foto: Una marcha LGBT en México. (EFE) Opinión

Para viajar no hace falta ir a la Amazonia. TBM es un barrio famosísimo de Roma al que nadie va y del que todo el mundo habla porque es el barrio de la venta de droga y pobreza. Y TBM es mucho más que eso. Es un bar donde tomar un tranquilo desayuno, comer una rica pizza, ir a un teatro, llevar al niño al parque de juegos… y también donde se vende mucha droga. Cada uno tiene su espacio. Y uno aprende a moverse.

Y claro que la venta de droga debe acabarse, pero para terminar con ello no se puede poner un candado a una ciudad o país, como sucede en esta aldea global donde muchos creen que en Ciudad de México o Johannesburgo nada más llegar pueden matarte y a Mozambique o Malaui debes ir con una UVI móvil porque te acechan mil enfermedades. Crónicas de Tinta y Barro intentaba, sólo, explicar que el mundo es diverso y que muchas certezas dependen de las realidades con que se confronten.

El periodismo internacional, los corresponsales, son en mi opinión hoy más importantes que nunca. Casi empieza a parecer obligatorio demostrar en un texto que se ha estado, que se está. No entiendo que la sección de internacional no encabece hoy los periódicos y siga siendo, salvo los grandes sucesos, algo subsidiario en muchos de ellos. La mayoría de medios de España no tienen corresponsales contratados. Los que había los han ido echando y viven de esporádicos freelances, agencias y corta y pega.

Foto: Escenario de un terremoto en Oaxaca, México. (Javier Brandoli) Opinión

Es curioso ese desinterés de muchos medios y lectores por la información internacional, porque la mayoría de facturas que usted paga hoy tienen tanto o más que ver con Bruselas, Ucrania y Pekín que con Madrid o Barcelona. Al menos están cada vez más interconectadas esas realidades y cada vez es más necesario tener gente sobre el terreno que sepa explicarlas.

Viajen, vean el mundo, saquen sus propias conclusiones. Para viajar no hay que ir a la Amazonia, ni ser Jane Goodall. Hay que tener curiosidad por leer un libro, emborracharse en dos idiomas, trepar aquel risco que siempre ve desde el coche y, quizá, un día acabe en un barco en Iquitos, Perú, destino a Manaos, Brasil. Ahí fuera hay un montón de gente que si tienes frío te da papel de periódico. Salgan, con las precauciones que crean necesarias para disfrutar, a comprobarlo.

Memorias difusas. La vida convertida en sucesión de recuerdos, en eterno futuro pasado. Donde más me inquieta que me suceda eso es en España, en Madrid. Con 16 años, mientras estudiaba por la tarde, era mensajero en una empresa que se llamaba Correcaminos. Me llamaban andarín porque no tenía moto, aunque a veces simulaba tenerla por exigencia de las empresas, mientras repartía paquetes usando metro y autobuses. Había una secretaria mayor en una oficina, en la calle Infanta Mercedes, que veía entrar un niño en los meses duros del invierno y se pasaba dos minutos forrándole pecho y espalda con papel de periódico para que no pasara frío en su inexistente moto.

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