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Mitt Romney: claves de la derrota
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José Antonio Gurpegui

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Mitt Romney: claves de la derrota

Mitt Romney, el candidato republicano que hace menos de cuarenta y ocho horas fue derrotado en las elecciones presidenciales norteamericanas, representa un caso ciertamente singular y

Mitt Romney, el candidato republicano que hace menos de cuarenta y ocho horas fue derrotado en las elecciones presidenciales norteamericanas, representa un caso ciertamente singular y paradójico en la historia electoral estadounidense. En política, el destino suele presentarse ladino y caprichoso; en el caso de Romney incluso parece haber jugado con su ambición de ocupar el Despacho Oval, llegando a convertir, en más de una ocasión, sus fortalezas en debilidades.

En su haber esgrimía el aspirante dos envidiables cualidades: en el terreno político, haber sido un excelente gobernador de Massachusetts, donde su capacidad como gobernante fue unánimemente reconocida; en el económico, ser un exitoso empresario capaz de ajustar presupuestos y crear empleo, justamente lo que hoy necesitan los Estados Unidos. Tanto lo uno como lo otro o bien le ha perjudicado, o bien le ha condicionado en algún momento de su inconclusa carrera hasta la meta en el 1600 de la Avda. de Pennsylvania.

En mi columna de ayer, Barack Obama: claves de la victoria, me remontaba al momento en que el presidente inyectó grandes cantidades de dinero en la industria automovilística de Ohio como una temprana clave para interpretar los resultados del pasado martes. En el caso del republicano, el origen de su derrota tal vez se encuentre en las primarias perdidas contra John McCain en 2008. ¿Cómo puede ser -se preguntaron entonces los votantes republicanos- que un estado históricamente demócrata no solo elija un gobernador republicano, sino que además aprueben su gestión? Indudablemente porque no es un “genuino republicano” y admite no pocos postulados demócratas.

¿Cómo puede ser -se preguntaron entonces los votantes republicanos- que un estado históricamente demócrata no solo elija un gobernador republicano, sino que además aprueben su gestión? Indudablemente porque Romney no es un “genuino republicano” y admite no pocos postulados demócratas

En las primarias de este 2012, aprendida la lección, Romney radicalizó su discurso en un claro intento de demostrar que él era, como diría un castizo, un “republicano de pata negra”. Incluso su oponente, Newt Gringrich, llegó a acusarle de advenedizo. Tuvo que endurecer, por ejemplo, su postura en cuanto a la inmigración ilegal y las deportaciones y se encontró maniatado a la hora de evaluar las cuestionadas leyes migratorias de Arizona y Alabama.

El resultado entre los hispanos ha sido demoledor: un porcentaje de voto inferior al ridículo 31% que consiguió McCain. Sus éxitos económicos como empresario también parecen haberle perjudicado, pues la maquinaria mediática de Obama se ha encargado convenientemente de identificarle con los más ricos y poderosos, retratándolo como el candidato de las clases altas ajeno a los problemas de la clase media.

Era precisamente el apoyo de esa clase media, centrada y centrista, el que ambicionaba y necesitaba Romney. Obtenida la nominación de su partido, el candidato intentó suavizar su discurso; esa fue una de las claves de su incuestionable victoria sobre Obama en el primero de los debates. Mucho se ha escrito sobre el Obama que vimos esa noche, apático, desganado y con cierto aire de cansancio, olvidándose de que Romney regresó en sus planteamientos a los principios moderados con los que se convirtió en gobernador de Massachusetts.

En aquel debate, el verdadero éxito de Romney no fue derrotar a Obama, sino haber logrado proyectar una imagen de presidente con la capacidad de reactivar la economía, preocupado por las clases medias y seguro de poder solventar los índices de desempleo que atemorizan a los trabajadores. Pero, tal vez, Romney inició la carrera más lejos del “pañuelo” que su adversario, evocando el infantil juego.

Además, se cometieron una serie de errores, propios y ajenos, que actuaron como obstáculos en su carrera al centro. Entre los propios, sus precipitadas y erróneas manifestaciones al valorar el atentado al consulado de Bengasi, que parecían rememorar al George W. Bush más belicista; también la desafortunada frase sobre el 47% de “voto cautivo” para los demócratas, que parecía ratificar el referido ataque de sus adversarios en cuanto a su apoyo a los más poderosos. Errores ajenos fueron las desafortunadas declaraciones de algunos líderes republicanos que, en los momentos finales, los más delicados de la campaña, quisieron ver la mano de Dios incluso en el fruto de una violación. Tenía perdido el voto de los hispanos, pero remontaba en el de las mujeres… finalmente, también perdió este sector. En su caso, el apotegma “con amigos así, quién necesita enemigos” parece haber alcanzado su máxima expresión.

Mitt Romney, el candidato republicano que hace menos de cuarenta y ocho horas fue derrotado en las elecciones presidenciales norteamericanas, representa un caso ciertamente singular y paradójico en la historia electoral estadounidense. En política, el destino suele presentarse ladino y caprichoso; en el caso de Romney incluso parece haber jugado con su ambición de ocupar el Despacho Oval, llegando a convertir, en más de una ocasión, sus fortalezas en debilidades.