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Atentados de Boston: sabemos el quién, ¿sabremos el por qué?
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José Antonio Gurpegui

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Atentados de Boston: sabemos el quién, ¿sabremos el por qué?

Si efectivamente termina por confirmarse la autoría de los hermanos Tsarnaev del atentado del Boston los manuales del contraterrorismo deberán incluir un nuevo capítulo recogiendo una

Si efectivamente termina por confirmarse la autoría de los hermanos Tsarnaev del atentado del Boston los manuales del contraterrorismo deberán incluir un nuevo capítulo recogiendo una casuística novedosa desconocida hasta ahora. Tras el atentado, y conociendo las respuestas al cuándo y cómo, parecía que el único interrogante era “quién”. ¿Se trataría de otro iluminado tipo Timothy McVeigh, autor de la masacre en Oklahoma, indignado por la reforma migratoria o armamentística de su gobierno; o por el contrario nos encontrábamos ante una nueva célula terrorista infiltrada en los Estados Unidos y perfectamente organizada? La sincronía y coordinación en la explosión de los dos artefactos inducía a pensar en la participación de más de un individuo, pero la cautela del presidente Obama en su primera intervención evitando utilizar la palabra “terrorista” parecía desterrar la segunda posibilidad.

Finalmente todo indica que no se ha tratado de ninguna de las dos alternativas consideradas, sino de una tercera opción: ciudadanos extranjeros aparentemente integrados en el tipo de vida americano y sin especiales vinculaciones políticas o ideológicas. Haber solventado el interrogante “quién” lejos de aclarar algo ha generado otra pregunta mucho más inquietante, “por qué”. La respuesta no resulta ni mucho menos sencilla aunque la combinación “chechenos e islamistas”, a tenor de la historia reciente en Rusia, parezca proporcionar en sí misma una natural respuesta a cualquier incógnita. Acabo de leer en una columna de opinión que “los chechenos han demostrado ser la hez sanguinaria de un movimiento tan inhumano y vil como es el terrorismo islámico”. Resulta peligroso estigmatizar a todo un pueblo por las execrables acciones de algunos; aun asumiendo que el terrorismo checheno ha perpetrado masacres de especial violencia y ensañamiento, como la del teatro Dubrovka en el 2002, no creo que el atentado de los hermanos Tsarnaev pueda entrar en ninguna de las categorizaciones conocidas hasta ahora.

Aunque vivieran en Estados Unidos, sus preocupaciones intelectuales parecían ser más propias y estar más próximas a la de cualquier joven de una república soviéticaEn un momento en que la investigación apenas se ha iniciado, me resulta reduccionista aceptar que la respuesta al “por qué” se encuentre en el determinismo y fatalismo derivado de asumir que los orígenes étnicos y creencias religiosas predeterminan las actuaciones del individuo. De igual forma considero poco probable que la situación política actual, debatiéndose importantes reformas sobre la posesión y compra de armas, o sobre la emigración –a fin de cuentas los dos eran emigrantes- haya sido el factor desencadenante, el motor que les ha conducido a atentar con un coste de vidas humanas.

Tal vez la psicología más que la sociología pueda arrojar luz al hecho de que dos jóvenes que han crecido en un entorno occidental, que han asumido los modos y costumbres occidentales, y que no presentaban especiales rasgos extremistas hayan llegado a perpetrar una acción de tal calado. Resulta sintomático que el mayor de los hermanos, Tamerlan, reconociera que no tenía ningún amigo norteamericano: “porque no los entiendo”, dijo. Indudablemente se ha producido una deriva ideológica de unos jóvenes descritos como “normales” por quienes les conocían, hasta convertirse en terroristas. ¿Habrá tenido algo que ver en esta deriva los problemas de identidad, de buscar una respuesta satisfactoria al interrogante “¿Quién soy yo?”.

No se trata, ni mucho menos, de un asunto menor. Las primeras obras en las distintas literaturas de minoría étnicas en los Estados Unidos tienen que ver, precisamente, con encontrar la respuesta al mencionado interrogante. Invisible Man, del afroamericano Ralph EllisonPocho, del hispano José Antonio VillarrealThe House Made of Down, del nativo americano Scott Momaday; o The Woman Warrior de la asiática Maxime Hong Kingston giran en torno a las complicaciones y problemas que atraviesan los protagonistas al verse atrapados entre dos modelos culturales. El tejano Oscar Z. Acosta, en The Autobiography of a Brown Buffalo, terminará reconociendo que no es ni mejicano ni estadounidense, ni católico ni protestante, que es, por propia elección, un “Brown Buffalo”. No pretendo, ni mucho menos, convertir la ficción en ciencia, máxime en un asunto de tal trascendencia, pero sí se deberían considerar aspectos de índole identitaria como los estudiados por la catedrática de la UCM Isabel Durán.

Aunque vivieran en Estados Unidos, sus preocupaciones intelectuales parecían ser más propias y estar más próximas a la de cualquier joven de una república soviética; los intereses del menor se enmarcaban entre la espiritualidad del Islam y el materialismo económico; el mayor se planteaba bajo que bandera competir -Rusa o Estadounidense- si era seleccionado para boxear en los Juegos Olímpicos; ellos vivían en Estados Unidos y sus padres en Rusia… Ni soy psicólogo ni pretendo ejercer como tal, pero tal vez debiera considerarse la propuesta de que con su actuación, los hermanos Tsarnaev encontraron una trágica respuesta a un erróneo y deplorable ejercicio de autoafirmación en su particular búsqueda de identidad.

Si efectivamente termina por confirmarse la autoría de los hermanos Tsarnaev del atentado del Boston los manuales del contraterrorismo deberán incluir un nuevo capítulo recogiendo una casuística novedosa desconocida hasta ahora. Tras el atentado, y conociendo las respuestas al cuándo y cómo, parecía que el único interrogante era “quién”. ¿Se trataría de otro iluminado tipo Timothy McVeigh, autor de la masacre en Oklahoma, indignado por la reforma migratoria o armamentística de su gobierno; o por el contrario nos encontrábamos ante una nueva célula terrorista infiltrada en los Estados Unidos y perfectamente organizada? La sincronía y coordinación en la explosión de los dos artefactos inducía a pensar en la participación de más de un individuo, pero la cautela del presidente Obama en su primera intervención evitando utilizar la palabra “terrorista” parecía desterrar la segunda posibilidad.