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La hora de Guantánamo
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José Antonio Gurpegui

Crónicas del Imperio

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La hora de Guantánamo

 La primera disposición que firmó el flamante presidente Obama nada más tomar posesión de su cargo fue el cierre de la prisión militar de Guantánamo en

 

La primera disposición que firmó el flamante presidente Obama nada más tomar posesión de su cargo fue el cierre de la prisión militar de Guantánamo en un plazo no superior a doce meses. Su apertura había sido una de las primeras medidas tomadas por George Bush Jr. tras los atentados del 11-S. Y lo que originalmente parecía poco más que un mero trámite para Obama ha terminado por convertirse en uno de sus más sonados incumplimientos presidenciales.

Han pasado más de cuatro años desde aquel 22 de enero de 2009 y nada ha cambiado. Es más, la situación ha ido empeorando progresivamente hasta llegar al momento actual, en el que más de 100 presos, de los 169 que están internados en el centro penitenciario (eran 245 cuando Obama alcanzó la presidencia), secundan una huelga de hambre que amenaza con convertirse en un asunto de repercusión internacional. Hasta ahora, el Congreso ha bloqueado cuantas iniciativas presidenciales se han presentado para trasladar a los presos a cárceles continentales o repatriarlos a terceros países donde cumplirían su condena. La más sonada fue aquella en la que se denegaron fondos para el traslado de Khalid Sheikh Mohammed, el autor intelectual del los atentados del 11-S, para ser juzgado en Nueva York.

No es la primera vez que los internos utilizan la huelga de hambre como único método de protesta, pero la dimensión que esta ha adquirido desde el pasado febrero, cuando la iniciaron poco más de una docena de presos, puede convertirse en el punto de inflexión que necesitaba el presidente. La premura de Obama cuando firmó la citada disposición al iniciar su primer mandato tenía que ver con su intención de recuperar la deteriorada imagen de Estados Unidos en el ámbito internacional que había heredado de su predecesor. Sin embargo, este asunto fue perdiendo peso específico en sus prioridades, en relación directa a la firme oposición tanto del Congreso como del Pentágono.

La muerte de algún recluso (más de 30 reciben alimentación asistida) debilitaría “la cooperación en materia contraterrorista con nuestros aliados” y terminaría por convertirse en una “herramienta de reclutamiento para los extremistas”

Pese a la contundencia de sus recientes declaraciones, tampoco resulta clara para algunos la verdadera intencionalidad de Obama en estos momentos. El presidente ha calificado la cárcel de “ineficaz”, “negativa para los intereses americanos”, y regida por unos principios “contrarios a lo que nosotros somos”; pero lo dicho se contrapone a algunas de las medidas adoptadas no hace tanto.

Durante su legislatura se aprobó la Ley de Autorización de la Defensa Nacional, que supone la legalización de facto de detenciones militares sin que existan cargos ni se celebren juicios. En resumen, la negación del derecho de habeas corpus a los detenidos en Guantánamo, por no tratarse de territorio soberano de los Estados Unidos, adquiría un singular barniz de legalidad. También se ha cerrado la oficina responsable de las repatriaciones y hace unos días el secretario de Defensa anunció la dotación de 200 millones de dólares para renovar las obsoletas instalaciones de la base. No obstante, sí creo en la sinceridad de las palabras y propósitos de Obama y, probablemente, sus opciones de éxito son ahora mucho mayores.

“Una herramienta de reclutamiento para extremistas”

La muerte de algún recluso (más de 30 están recibiendo alimentación asistida) debilitaría “la cooperación en materia contraterrorista con nuestros aliados” y terminaría por convertirse en una “herramienta de reclutamiento para los extremistas”. Anteriores condenas de ONG como Amnistía Internacional o de representantes internacionales como Navi Pillay, Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, que de forma reiterada ha solicitado su cierre denunciando el “limbo legal” en el que se encuentran los reclusos, serían difíciles de ignorar. Además, el elevado coste económico de su mantenimiento (estimado en más de medio millón de dólares por recluso en comparación con los 35.000 que cuesta un interno en cualquier otro centro) no es asunto menor en tiempos de crisis.

Siendo importante lo expuesto anteriormente, el definitivo cierre de la cárcel de Guantánamo se enmarca dentro del nuevo panorama general que Obama está impulsando en Oriente Medio, focalizado en Iraq y Afganistán. La retirada de tropas presupone un reconocimiento de facto del fin de la Guerra contra el terror que decretara Bush y, si una de sus primeras medidas fue la apertura del centro, su clausura pudiera significar mucho más que un simple gesto o declaración de intenciones.

Con un Bin Laden que ya es historia, y con el capítulo de Afganistán ya cerrado, como el de Iraq, la necesidad de Guantánamo es más que relativa. Incluso la presidenta del Comité de Inteligencia del Senado, la senadora Dianne Feinstein, escribió recientemente al director del Consejo de Seguridad Nacional, Tom Donilon, solicitando la transferencia de aquellos prisioneros que no tuvieran imputaciones. El panorama político en la península arábiga también parece favorecer las intenciones de Obama, pues el nuevo Gobierno de Yemen, a donde podrían ser repatriados más de la mitad de los presos, se muestra dispuesto a cooperar.

Incluso podemos considerar elementos de ámbito doméstico; tras su reciente derrota en el Senado para controlar la posesión y venta de armas, el presidente necesita urgentemente una victoria que relance su popularidad. Parece que definitivamente ha llegado la hora de Guantánamo.