De Algeciras a Estambul
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Ya nos han quitado París
Los atentados vuelven a desencadenar el racismo, y no solo el meramente xenófobo, sino también el de aquellos que consideran que a los musulmanes, pobrecitos, hay que tratarles de forma especial
Me imagino a Ahmed Mohamed saliendo de su casa a media tarde, listo para la acción, comprobando la hebilla de su cinturón de explosivos, todo en orden, ah espera, dónde tengo el pasaporte. No vaya a ser que me detenga un policía porque voy indocumentado. Mejor llevar mi pasaporte sirio para demostrar que soy un ilegal de verdad, sin visado ni sello de entrada. No vaya a ser que acabemos en comisaría y tenga que explotarme matando a policías en lugar de civiles.
Rebobino. No me convence. Ahmed Mohamed comprueba la hebilla de su cinturón, etc., y coge el pasaporte sirio. Así sabrán que esa carnicería la he hecho yo, un refugiado, uno de los cientos de miles de sirios que huimos de Asad, nos jugamos la vida en una lancha, caminamos por montes y bosques dejándonos los pies en el intento, con una única determinación: poder por fin morir matando a franceses en París.
Y menos mal, reflexiona Ahmed Mohamed, que no he tirado mi pasaporte sirio, como hacen otros para evitar que la policía los identifique como procedentes de Grecia y los devuelva presto a Atenas, como manda la normativa de Dublín. Menos mal que he llegado a tiempo: desde el 3 de octubre, cuando me tomaron los datos en Lesbos, apenas han pasado seis semanas, un auténtico maratón campo a través para alcanzar París, contactar con la organización, preparar los explosivos. A punto estuve de traerme el cinturón puesto desde Siria, pero era un poco incómodo para la barca.
¿En qué bolsillo mete el terrorista el pasaporte? En el pantalón igual se hace pedazos con la explosión
¿En qué bolsillo lo meto? En el del pantalón igual se hace pedazos con la explosión. ¿En la cazadora? Deberíamos inventar un blindaje para pasaportes. Nadie lo ha pensado hasta ahora, porque los demás colegas llevan toda la vida en Francia y no necesitan llevarse el carné para firmar el atentado. Bueno, lo meto aquí y que sea lo que dios quiera.
Así sale a la calle Ahmed Mohamed. Le pongo este nombre ficticio por ser el más común del mundo. Y ustedes pueden creerse la historia, si les hace ilusión. Claro, si yo fuera uno de los jefes de Daesh -vamos a llamarlo así para simplificar- , me complicaría un poco menos la vida. Mandaría a alguien con el pasaporte a registrarse como refugiado en Lesbos y acto seguido le daría otro pasaporte, uno de esos que de verdad sirven para viajar, y un billete Atenas-París.
Pero como los de Daesh son musulmanes, que es sinónimo de idiota, o eso parecen creer muchos, pues no les gusta hacer las cosas por la vía fácil. Prefieren enviar a sus ovejitas a ahogarse primero y luego caminar 3.000 kilómetros de una punta del continente a la otra. Claro, basta con que sobreviva uno para unirse al resto del equipo kamikaze -todos ciudadanos franceses o belgas, la mayoría nacidos en París o Bruselas- para demostrar que sí, que la ultraderecha -ministros, periodistas- tiene razón cuando dice que la oleada de refugiados sirve para enviar yihadistas a Europa.
Es ideal y sirve a todo el mundo. A la derecha, para fantasear sobre invasiones islámicas desde Carlomagno y tal (que parece mentira, pero hay quien se lo cree). A cierta izquierda, para fantasear sobre la venganza de los desposeídos. Los de Siria o Irak o por ahí, que sufren bajo los tanques norteamericanos o los cazas franceses y acumulan tanta rabia que al final no les queda más remedio que ponerse un cinturón de explosivos y hacerse estallar en París o Londres. Algo perfectamente justificado, resultado de la opresión que Occidente ejerce sobre el resto del mundo. Vamos, lo que haríamos usted y yo. Ah no, nosotros no. Pero los musulmanes sí: son así.
Ir al Califato como a la discoteca
Ese hermoso discurso no es solo tremendamente racista, sino además es mentira: todos los atentados yihadistas en Europa los han cometido ciudadanos europeos, nacidos o criados en Europa, que si han visto un cazabombardero en su vida habrá sido en el desfile de la fiesta nacional (salvo los marroquíes del atentado de Atocha en 2004, cuya experiencia con la opresión de Occidente podrá atribuirse a un turista español en Tetuán).
Pero toda falsedad vale con tal de sustraerse al debate de verdad: ¿por qué los hijos de la rica Europa, criados en paz, se convierten en suicidas asesinos? Y no me vengan con que son los excluidos, el cuarto mundo, los despojos de la sociedad. Lean un poco los blogs de las veinteañeras británicas que cogen un avión a Turquía para acudir al Califato, como otras cogen un taxi para ir a la discoteca de moda.
Este discurso tenía sentido cuando los barbudos repartían pan y coranes en los barrios de chabolas de Casablanca. Pero estamos en 2015 y quienes se afilian a Daesh en París y Londres no pasan hambre. Déjense ustedes de dialécticas materialistas y busquen la página donde dice lo del opio para el pueblo.
Ah no no no. ¿Religión? Si el terrorismo no tiene religión! ¿Relación con el islam? ¡Dios nos libre!
Ah no no no. ¿Religión? ¡Si el terrorismo no tiene religión! Es el consenso mundial, certificado por 25 jefes de Gobierno en la reciente cumbre de Antalya y repetido profusamente en todas las redes sociales a nuestro alcance. El terrorismo es el terrorismo, un ente abstracto, puro, sin finalidad ni motivos, el Mal inmaculado. ¿Alguna relación con el islam? ¡Dios nos libre!
Perdonen, pero es un timo. El terrorismo es una herramienta empleada por quienes no tienen tanques ni cazabombarderos, sean alemanes (judíos) en la Palestina de 1930, tamiles (hindúes) en la Sri Lanka de 1990 o franceses (musulmanes) en 2015. “Luchar contra el terrorismo” es como ir a una guerra y “luchar contra los fusiles”, sin preguntarse quién los dispara y por qué.
Claro que dan ganas de decir que el islam no tiene la culpa, cuando vomitan sus discursos los supremacistas cristianos, escondidos tras la elegante etiqueta de “defensores de los valores europeos”. Etiqueta ignorante, porque oculta que Europa, desde el Renacimiento, es heredera de la civilización árabe; no existiría sin ella. Y racista, porque proclama que esos valores deben reservarse para uso exclusivo de los europeos. Claro que los asesinos de París no representan a los musulmanes, al igual que no representan a los cristianos aquellos médicos irlandeses que prefieren dejar que una mujer muera en una apocalipsis de horror antes de practicarle un aborto terapeútico.
¿Nada que ver con el islam?
Claro que una legión de racistas aprovechará ahora para poner bajo sospecha a toda persona que “parezca islámica”, de la A de Aïcha a la Z de Zineb: esta es precisamente la finalidad de la masacre de París. De eso se trata. Y por eso, proclamar que “Daesh no tiene nada que ver con el islam” es cerrar los ojos y fingir que la masacre la causó un meteorito caído del espacio exterior. Cuando sabemos que la ideología que hizo estallar los explosivos llegó de un país con nombre y religión oficial: Arabia Saudí.
No, no de Siria. Desde el primer día, Daesh se compone de mercenarios de todas partes; que su capital sea Raqqa es una mera circunstancia geográfica, como antes eran los montes afganos (Daesh no es más que la versión 2.0 de Al Qaeda, cuya marca ha quedado inservible después de demostrarse que eran aliados de Estados Unidos y Europa en Libia). Bombardear Siria en respuesta a un atentado cometido por franceses y belgas en Francia sería ridículo si no fuera tan grave: es un intento de desviar la atención, agitar un espantajo para camuflar a los responsables del terror.
Miren alrededor: no faltan ciudadanos musulmanes que denuncian la masacre con la frase de 'No en mi nombre'. Hay quien lo hace vistiendo en la foto el hiyab, el velo islamista, para demostrar visualmente que hay un trecho entre ser islamista y ser asesino, para dejar claro que el islamismo es una ideología, no un plan para matar.
Si ofrecemos un islam lo suficientemente atractivo, dicen, los radicales no sentirán la necesidad de buscarlo en Siria, kalashnikov en mano
En la misma onda, muchos analistas reclaman respaldar, financiar, engordar el “islam moderado”: si ofrecemos un islam lo suficientemente atractivo, dicen, los radicales no sentirán la necesidad de buscarlo en Siria, kalashnikov en mano. Si erigimos en Europa un semicalifato, algo que se parezca a lo que predican los imanes saudíes, solo que sin violencia, tendremos el problema resuelto. Chicas, ¡a llevar el hiyab para que se vea que se puede ser musulmana fundamentalista sin ser terrorista!
“Me llamo Aicha. Soy musulmana, no terrorista”. Parece una frase para aplaudir. Deja de serlo si nos preguntamos si la misma persona podría decir otra cosa.
“Me llamo Aicha, no soy musulmana”. Esta es la frase que usted no verá en las redes sociales. Nadie puede pronunciarla sin temer consecuencias: de su familia, sus conocidos, la mezquita del barrio. Musulmana se nace y no hay manera de dejar de serlo. Tanto para los racistas europeos como para los defensores del 'islam moderado'. Usted se llama Aïcha y le hacemos un doble control de identidad, manos arriba, porque usted es de los otros, esos que pueden ser terroristas. Usted se llama Aïcha y le escupimos si bebe cerveza en ramadán, porque usted es de las nuestras, que deben ser decentes. Si te llamas Aïcha, nadie te pregunta si crees en Dios. Lo indica tu nombre.
El miedo a molestar a los islamistas
La obligación legal de ser musulmán, que pesa sobre cada ciudadano en Marruecos, Argelia, Egipto o Jordania (salvo si ha nacido judío o cristiano), no deja una impronta genética que protege contra el ateísmo durante siete generaciones. No. Lo que impide declararse agnóstico es el miedo.
El miedo a los islamistas y el tabú impuesto por quienes quieren librarse de la sospecha de ser racistas europeos. Un tabú férreo: suficiente para que una gran cadena de TV francesa (D8) le corte la palabra a una periodista marroquí, Zineb El Rhazoui, superviviente de la masacre de 'Charlie Hebdo', en el momento en que empieza a denunciar el islamismo como ideología de los asesinos de París.
El islam es intocable, proclaman. Cuesta creerlo pero sí: las masacres en nombre del 'islam' sirven para proteger contra toda crítica ese mismo 'islam', es decir, esa misma ideología inhumana wahabí que ha usurpado el nombre del islam y está erradicando la religión monoteísta que hasta ahora llevaba dignamente ese nombre.
Por eso basta ya hablar del espantajo de la 'islamofobia', un término con un éxito de 'marketing' casi tan apabullante como el del 'antisemitismo' con que se silencia el debate sobre los crímenes de Israel. La islamofobia no es más que la herramienta que utilizan los cerebros de la ideología islamista saudí para forzar la división de la humanidad en dos bloques: los musulmanes y los demás. Los demás tendrán democracia, leyes humanas (es decir, elaboradas por la humanidad), libertades individuales, opiniones. Los musulmanes tendrán designios de Dios, en su versión codificada por los teólogos de La Meca.
La 'islamofobia', un término con un éxito de marketing casi tan apabullante como el del 'antisemitismo'
Para eso sirven los atentados de París: para estigmatizar a todos los musulmanes y conseguir que colaboren con este estigma, proclamando su 'identidad musulmana' y cerrando filas alrededor de las mezquitas 'moderadas'. Esas mezquitas en las que predican a los franceses, belgas, británicos y españoles de 'origen musulmán' que deben distinguirse de los demás ciudadanos a la hora de vestir, beber y follar.
Con esta división, el fundamentalismo saudí despoja a sus víctimas de toda ciudadanía. Los asesinos de la sala de música Bataclan no se sentían franceses. Tampoco magrebíes. Ser musulmán era su única identidad. Los habían convertido en robots de una religión.
El día que en las mezquitas europeas los imanes prediquen que cualquier musulmán pueda apostatar sin que esto deba causar problemas a nadie, ese día proclamarse musulmán será una elección respetable. Hasta ese día, proclamarse musulmán no es una elección respetable sino un acto forzado para cualquiera a quien hayan puesto Aïcha al nacer. Fingir que es una elección es contribuir a blanquear una ideología mortífera. Defender el islamismo -como hacen quienes se ponen el hiyab negro para identificarse como 'musulmanas creyentes'- condenando las bombas es respaldar el terror cotidiano contra las musulmanas no tan creyentes.
A los musulmanes de Europa les están quitando París.
Me imagino a Ahmed Mohamed saliendo de su casa a media tarde, listo para la acción, comprobando la hebilla de su cinturón de explosivos, todo en orden, ah espera, dónde tengo el pasaporte. No vaya a ser que me detenga un policía porque voy indocumentado. Mejor llevar mi pasaporte sirio para demostrar que soy un ilegal de verdad, sin visado ni sello de entrada. No vaya a ser que acabemos en comisaría y tenga que explotarme matando a policías en lugar de civiles.