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Fareed Zakaria

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Estados Unidos, una tierra de inmigrantes

La mayoría de las personas que llegan a Estados Unidos como imigrantes ilegales no tiene ni el conocimiento ni la capacidad para incorporarse al sistema

Foto: Dos estadounidenses contrarios a la entrada de inmigrantes protestan sobre una autopista en Murrieta, California. (Reuters)
Dos estadounidenses contrarios a la entrada de inmigrantes protestan sobre una autopista en Murrieta, California. (Reuters)

Opositores a la reciente medida en materia de inmigración del presidente Obama, así como a cualquier tipo de política de legalización para trabajadores indocumentados, sostienen a menudo que estas iniciativas no son justas para los inmigrantes legales que residen en Estados Unidos. Se dice que estas personas respetaron las reglas de juego, acataron la ley, pagaron sus impuestos y ahora se horrorizan al ver cómo individuos que hicieron lo opuesto son recompensados. Estoy seguro de que hay algunos inmigrantes legales que se sienten de esta manera; sin embargo, no son muchos. Una encuesta realizada esta semana muestra que el 89% de votantes hispanos registrados están de acuerdo con la medida de Obama.

¿Por qué es así? Solo puedo hablar por mí mismo. Como inmigrante legal, no guardo ningún rencor hacia aquellos que llegaron a este país de manera ilegal. Para ser claro, no me parece bien infringir la ley. Pienso que el flujo del cruce fronterizo debería disminuir significativamente y estoy a favor de la reforma que protegería las fronteras, reduciría sustancialmente el número de aquellos que llegan con la excusa de la “unificación familiar”, incrementaría significativamente el cupo de trabajadores cualificados y también permitiría un pequeño programa de trabajadores invitados. Mis opiniones acerca de la inmigración están en el centro del espectro político. Pero no guardo hostilidad alguna hacia los inmigrantes ilegales.

Estoy a favor de la reforma que protegería las fronteras, reduciría el número de aquellos que llegan con la excusa de la ‘unificación familiar’ e incrementaría el cupo de trabajadores cualificados. Pero no guardo hostilidad alguna hacia los inmigrantes ilegales

Mi camino hacia la ciudadanía fue largo y complejo. En algún momento del año 1984, cuando estaba en el segundo año de universidad, supe que deseaba convertirme en ciudadano estadounidense. Pero la única manera de hacer ese sueño realidad era permanecer en mi camino legal existente, que en ese momento consistía en una visa de estudiante y luego trabajar hacia el siguiente paso. Pasé por dos visas de estudiante y un permiso de “capacitación práctica” que me habilitaban para trabajar durante 18 meses.

Después, necesité un respaldo para una visa de trabajo; mi empleador nunca se había enfrentado a esta situación y fue muy cauto. Me ofrecí a pagar los honorarios legales, lo cual supuso una quinta parte de mi salario anual. Así obtuve una visa H-1B y, unos años más tarde, pude solicitar una tarjeta de residencia. Después de cinco años con una tarjeta de residencia, sin ningún problema legal y habiendo pagado todos los impuestos y aprobado una prueba cívica de Estados Unidos, solicité la ciudadanía. Presté juramento como ciudadano estadounidense en junio del año 2001, 17 años después de haber comenzado a pensar al respecto.

Y, sin embargo, no me importa que algunas personas que una noche, algunos años atrás, cruzaron la frontera de México pudieran regularizar rápidamente su situación. Seguí las reglas del juego porque las conocía, sabía cómo funcionaban, averigüé qué podía hacer para avanzar en el proceso y esperé con paciencia. Tuve la suerte de tener una buena educación, un sólido dominio del idioma inglés y otras herramientas que me facilitaron a recorrer el laberinto que implica la inmigración legal. La mayoría de las personas que llega al país de manera ilegal tiene menos opciones y no posee ni el conocimiento ni la capacidad para incorporarse al sistema.

Estas personas estaban dispuestas a afrontar enormes riesgos y a trabajar frenéticamente con la esperanza de asentarse en esta tierra. Deberían ser consideradas estadounidenses naturales. Y algún día lo serán

Saben una cosa: desean llegar a los Estados Unidos. Tratan de llegar aquí bajo amenaza de muerte, a veces intentan cruzar la frontera varias veces antes de lograrlo finalmente. Una vez aquí, trabajan durante muchas horas recogiendo fruta bajo altísimas temperaturas, construyendo casas, limpiando habitaciones de hoteles o cuidando niños. Generalmente, los empleadores que saben que estos trabajadores no tienen recursos legales se aprovechan de su situación.

Los inmigrantes ilegales evitan tener cualquier problema con la policía ya que son conscientes de que eso significaría la deportación. Ahorran dinero y se lo envían a sus familiares. Cuando tengo en cuenta la situación de estas personas considero que no deberían haber quebrantado la ley. Pero la sociedad que les permitió permanecer aquí durante años, les dio trabajo y los utilizó es también un poco cómplice de su estado.

Mientras observamos cómo países industrializados alrededor del mundo se tornan viejos, más lentos, más perezosos y menos ingeniosos, me resulta claro que el problema más importante para el mundo desarrollado es cómo infundir dinamismo y determinación a sociedades que ya son prósperas. Estados Unidos obtiene muchas ganancias de los millones de jóvenes inmigrantes que estaban desesperados por venir aquí y decididos a encontrar su sueño americano. Estaban dispuestos a afrontar enormes riesgos y a trabajar frenéticamente con la esperanza de que podrían asentarse en esta nueva tierra. Estas personas deberían ser consideradas estadounidenses naturales. Y algún día lo serán.

© 2014, The Washington Post Writers Group.

Opositores a la reciente medida en materia de inmigración del presidente Obama, así como a cualquier tipo de política de legalización para trabajadores indocumentados, sostienen a menudo que estas iniciativas no son justas para los inmigrantes legales que residen en Estados Unidos. Se dice que estas personas respetaron las reglas de juego, acataron la ley, pagaron sus impuestos y ahora se horrorizan al ver cómo individuos que hicieron lo opuesto son recompensados. Estoy seguro de que hay algunos inmigrantes legales que se sienten de esta manera; sin embargo, no son muchos. Una encuesta realizada esta semana muestra que el 89% de votantes hispanos registrados están de acuerdo con la medida de Obama.

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