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Lo siento, señor Trump, esta vez estoy de acuerdo con usted
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Lo siento, señor Trump, esta vez estoy de acuerdo con usted

El nuevo presidente ha optado por tratar de deslegitimar a todos aquellos que se ponen en su camino, empezando por la prensa seria. Pero ésta no puede imitar esa hostilidad, pues su función es otra

Foto: El jefe de equipo de la Casa Blanca Reince Preibus escucha mientras el presidente Trump habla a los periodistas a bordo del Air Force One, el 3 de febrero de 2017 (Reuters)
El jefe de equipo de la Casa Blanca Reince Preibus escucha mientras el presidente Trump habla a los periodistas a bordo del Air Force One, el 3 de febrero de 2017 (Reuters)

Tras su encontronazo con México, tras el veto antiinmigración, la semana pasada el Presidente Trump hizo algo que me sorprendió: puso en práctica una política con la que estoy de acuerdo. Puso un freno inteligente a las eternamente crecientes regulaciones federales. Su orden ejecutiva requiere que cualquier departamento que quiera añadir una regulación tenga que deshacerse de otras dos ya existentes. Esto puede parecer un efectismo, pero el Gobierno británico instituyó esta norma de “una dentro, dos fuera” en 2013 y ha funcionado bien. De hecho, al tiempo que encuentro alarmante la visión del mundo que tiene Trump, por lo general estoy de acuerdo con algunas partes importantes de su programa: reforma fiscal, inversión en infraestructura, desregulación, reforma del servicio civil. Pero la mayor pregunta que me sigo haciendo es: ¿Quiere Trump que alguien como yo esté de acuerdo con él?

La Casa Blanca de Trump ha decidido que la mejor forma de lidiar con cualquier institución o grupo que se pueda poner en su camino es intentar deslegitimarle de forma despiadada. Esto ha conducido a una feroz estrategia de ataques contra los medios de comunicación, a los que el presidente llamara ahora “la parte opositora”. Su jefe de estrategia, Stephen K. Bannon, le dice a los medios que “se callen la boca y escuchen por un tiempo”. Sean Hannity, el presentador de Fox News que se ha convertido en portavoz no oficial de la Casa Blanca, describe a los medios como “una banda de millonarios hiperpagados, sin contacto con la realidad, que no sienten sino desprecio por la gente que hace grande a este país”.

En este punto, se podría señalar que, si vamos a escuchar a EEUU, casi tres millones más de americanos votaron por Hillary Clinton que por Trump (que logró un porcentaje de voto popular menor que el de Mitt Romney, de hecho menor que el porcentaje recibido por la mayoría de los perdedores en las últimas elecciones presidenciales). Y respecto a cuáles de esos grupos hacen grande a América, no estoy seguro de qué criterio usar, pero si es la generación de riqueza y la contribución al Producto Interior Bruto, ni siquiera se acerca. Según la Brookings Institution, los 500 condados donde ganó Clinton producen el 64% del resultado económico de EEUU, mientras que los 2.600 condados donde ganó Trump producen solo el 26% del PIB. Se puede usar cualquier indicador económico –empleo, ‘start ups’, innovación- y las áreas en las que son más altos votaron masivamente en contra de Trump. Las malvadas elites urbanas pueden haber perdido el contacto con el resto del país, pero todavía pagan sus facturas.

Hace pocos años, The Economist comparó cuánto contribuía cada estado a las arcas federales frente a los fondos que recibían de Washington. El patrón básico es simple: son los estados ‘azules’ (demócratas), que votaron contra Trump en 2016, los que financiaron a los estados ‘rojos’ (republicanos) que votaron por él. De 1990 a 2009, los estados de Clinton pagaron de forma colectiva 2.400 billones de dólares más en impuestos federales de lo que recibieron en gasto federal, mientras que los estados de Trump en conjunto recibieron 1.300 billones más de lo que pagaron.

Pero esa no es la forma en la que creo que deberíamos mirar a EEUU. Es un solo país, y sus diferentes partes y personas contribuyen de formas diferentes. Estamos viviendo una época en la que la economía y la tecnología nos separan: algunas personas y lugares prosperan mientras otros languidecen. El objetivo debería ser usar la política como un mecanismo para acercarnos a través tanto de las políticas públicas como del discurso público. La realidad es que no hay americanos reales y falsos americanos (aunque hay noticias reales y falsas noticias).

La mayoría de los presidentes empiezan su mandato intentando ganarse a sus oponentes políticos, señalando que quieren representar también a aquellos que no votaron por ellos igual que a los que sí lo hicieron, y tratando de unir al país. Trump casi no ha hecho dicho esfuerzo, simplemente asegurando que el país estaba dividido antes de que él fuese elegido y por lo tanto absolviéndose a sí mismo de cualquier responsabilidad de unirlo. En el cargo, ha atacado sin piedad a cualquiera que se atreva a estar en desacuerdo con él, sean senadores, primeros ministros o manifestantes estudiantiles. Puede ser una buena forma de apelar a su base, es una forma terrible de liderar el país.

El desafío para los medios debe ser asegurarse de que no imitan la actitud de hostilidad de Trump. No podemos absorber y reflejar dicha negatividad. No somos la oposición. Somos una institución cívica, protegida de forma explícita por la Constitución, destinada a pedir responsabilidades al Gobierno y proporcionar información real a la ciudadanía. Espero que seamos capaces de hacerlo. Pero igualmente importante, cuando se den las circunstancias, le guste o no, estaré de acuerdo con él.

Tras su encontronazo con México, tras el veto antiinmigración, la semana pasada el Presidente Trump hizo algo que me sorprendió: puso en práctica una política con la que estoy de acuerdo. Puso un freno inteligente a las eternamente crecientes regulaciones federales. Su orden ejecutiva requiere que cualquier departamento que quiera añadir una regulación tenga que deshacerse de otras dos ya existentes. Esto puede parecer un efectismo, pero el Gobierno británico instituyó esta norma de “una dentro, dos fuera” en 2013 y ha funcionado bien. De hecho, al tiempo que encuentro alarmante la visión del mundo que tiene Trump, por lo general estoy de acuerdo con algunas partes importantes de su programa: reforma fiscal, inversión en infraestructura, desregulación, reforma del servicio civil. Pero la mayor pregunta que me sigo haciendo es: ¿Quiere Trump que alguien como yo esté de acuerdo con él?