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Es hora de decirlo: Donald Trump es un peligro para la democracia de EEUU
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Es hora de decirlo: Donald Trump es un peligro para la democracia de EEUU

Muchos observadores serios han tratado de evaluar al presidente de forma justa y desprejuiciada. Pero el vasto poder de la presidencia en manos de alguien como Trump pone en riesgo el sistema

Foto: La sombra de Donald Trump vista en la puerta de su avión en Florida, en septiembre de 2016. (Reuters)
La sombra de Donald Trump vista en la puerta de su avión en Florida, en septiembre de 2016. (Reuters)

He intentado evaluar la presidencia de Donald Trump de forma justa. Le he alabado cuando ha nombrado a gente competente para altos cargos y he expresado apoyo para sus políticas cuando parecían serias y sensibles (incluso aunque eso me ha granjeado críticas desde algunos lugares). Pero siempre ha habido otro aspecto de su presidencia acechando bajo la superficie, a veces saliendo a plena luz como esta semana. El presidente Trump, en gran parte de su retórica y muchas de sus acciones, supone un peligro para la democracia estadounidense.

EEUU tiene la democracia constitucional más antigua del mundo, una que ha sobrevivido a la prueba del tiempo y ha dado a luz a la que quizá es la sociedad más exitosa de la historia de la humanidad. Lo que separa a esta nación de otras no es lo democrática que es, sino más bien al contrario. La democracia de EEUU tiene una serie de frenos diseñados para impedir la acumulación y el abuso de poder por una persona o grupo. Pero hay un agujero en el sistema: el presidente.

Durante sus famosas entrevistas con David Frost en 1977, Richard Nixon hizo un comentario sobre el Watergate que ha sido citado de forma burlona desde entonces. “Si lo hace el presidente, significa que no es ilegal”, dijo a Frost. Nixon era un abogado inteligente y un estudioso de la Constitución. Básicamente, tenía razón. El presidente, a todos los efectos, está por encima de la ley. El Departamento de Justicia, después de todo, trabaja para él.

Al negarse a seguir ciertas reglas éticas separándose de su imperio comercial, “la ley está totalmente de mi lado, lo que quiere decir que el presidente no puede tener un conflicto de interés”, dijo Donald Trump al New York Times. La mayoría de los abogados dicen que tiene razón. Las reglas no se aplican en realidad al presidente.

Hay solo un verdadero freno al presidente -el 'impeachment'- y es político, no legal. Dado que el propio partido de Trump controla ambas cámaras del Congreso, ha habido poca resistencia contra él allí. Uno habría esperado más, y tal vez acabemos viéndolo. De momento, parece que el Partido Republicano está perdiendo toda similitud con un partido político occidental tradicional, convirtiéndose en su lugar en algo más frecuente en el mundo en desarrollo: una plataforma de apoyo del ego, los deseos y los intereses de un hombre y su familia.

Hay otros frenos, menos potentes, al poder del presidente. Algunos son estructurales, otros simplemente una cuestión de moralidad o precedentes. Trump ha intentado debilitar muchos de ellos, tanto antes de las elecciones como ahora en la Casa Blanca.

Durante la campaña, Trump dijo que quería cambiar las leyes para facilitar las demandas contra periodistas. Anunció que esperaba encarcelar a su rival. Habló positivamente de las deportaciones masivas de mexicanos en los años 50. Propuso un veto de viaje contra toda una religión, prohibir que todos los musulmanes entre en Estados Unidos. Defendió que el ejército de EEUU torture prisioneros. Y puso en cuestión la integridad de un juez debido a su ascendencia mexicana.

Ya en el poder, Trump ha seguido en esta línea, llevando a cabo acciones que debiliten toda fuente de resistencia. Ha despedido sumariamente al director del FBI James B. Comey, al parecer debido a su investigación sobre los lazos de la campaña de Trump con Rusia. Si es cierto, la destitución podría ser un golpe aplastante. Las agencias no partidistas de la rama ejecutiva son las joyas del moderno sistema estadounidense. No siempre han sido imparciales, y son ciertamente imperfectas, pero en las últimas décadas se han ganado una merecida buena reputación. Cuando viajo, desde Europa del Este hasta China o Latinoamérica, los reformistas democráticos me dicen que se fijan en esas agencias como modelo cuanto intentan reforzar el estado de derecho en sus propios países.

Ya solo quedan dos fuerzas que puedan imponer algunos límites a Trump: los tribunales y los medios, y él ha atacado a ambos de forma despiadada. Cada vez que un tribunal ha fallado contra una de sus órdenes ejecutivas, el presidente ha ridiculizado la decisión o intentado desacreditar a los jueces implicados. Cabe decir en su honor que los tribunales no se han amilanado a la hora de plantarle cara al presidente.

Eso deja a los medios de comunicación. Trump ha ido contra ellos (nosotros) como ningún presidente anterior, difamando a organizaciones noticiosas, atacando a periodistas individuales y amenazando con eliminar la protección legal inherente a una prensa libre. Sobreviviremos, pero debemos reconocer el desafío.

Los medios tienen que cubrir las políticas de la Administración de forma justa. Pero no deben dejar munca que el público olvide que muchas de las actitudes y acciones de su presidente son serias violaciones de las costumbres y prácticas del moderno sistema estadounidense, que son aberraciones y no se pueden convertir en las nuevas normas. De ese modo, tras Trump, el país no empezará la próxima presidencia con estándares zarrapastrosos y expectativas por los suelos. El objetivo es simplemente mantener vivo el espíritu de la democracia estadounidense.

He intentado evaluar la presidencia de Donald Trump de forma justa. Le he alabado cuando ha nombrado a gente competente para altos cargos y he expresado apoyo para sus políticas cuando parecían serias y sensibles (incluso aunque eso me ha granjeado críticas desde algunos lugares). Pero siempre ha habido otro aspecto de su presidencia acechando bajo la superficie, a veces saliendo a plena luz como esta semana. El presidente Trump, en gran parte de su retórica y muchas de sus acciones, supone un peligro para la democracia estadounidense.

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