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El absolutismo del Partido Demócrata: cuando la intransigencia te aleja de las bases
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El absolutismo del Partido Demócrata: cuando la intransigencia te aleja de las bases

Cuestiones como la inmigración son importantes para muchos votantes, pero los Demócratas se niegan a alejarse un ápice de unas líneas marcadas de forma férrea

Foto: Las mascotas de los partidos Demócrata y Republicano en un vídeo durante la campaña presidencial de Hillary Clinton. (Reuters)
Las mascotas de los partidos Demócrata y Republicano en un vídeo durante la campaña presidencial de Hillary Clinton. (Reuters)

En 1992, el Partido Demócrata se enfrentó a un desafío en la cuestión del aborto. El gobernador de Pensilvania, Robert Casey, un demócrata dedicado a la clase trabajadora, pidió hablar en la Convención Nacional en Nueva York. Quería proponer un plan pro-vida para la plataforma del partido, principalmente como forma de reafirmar sus creencias católicas.

Entendía perfectamente que la moción sería rechazada, pero el Partido Demócrata rechazó incluso permitirle airear sus ideas, así de grande era su herejía. “Eso envió una potente señal a los votantes trabajadores católicos y evangélicos de que si entraban en el molde en este tema ya no serían bienvenidos en el partido”, escribe Mark Lilla en 'The Once and Future Liberal' ['El liberal de antaño y de mañana'], su breve pero brillante libro que sale a finales de este mes.

Me pregunto si hoy los Demócratas están cometiendo el mismo error sobre la inmigración. Para que quede claro, creo que la propuesta de ley que los Republicanos rechazaron esta semana pasada es una mala política pública y un simbolismo malvado. Pero eso no es lo que importa. Lilla reconoce que él es una absolutista pro-elección sobre el aborto, pero argumenta que un partido nacional debe establecer un gran marco que acomode a gente que difiere de la línea principal del partido en algunos asuntos.

Foto: Hillary Clinton se dirige a sus votantes tras la derrota en los comicios presidenciales de noviembre de 2016, en Nueva York. (Reuters) Opinión

En su opinión, hay una crisis mayor en el seno del liberalismo estadounidense. Cuando visitó la página web del Comité Nacional Republicano, encontró una declaración de amplios principios que guía al partido, empezando por la Constitución y terminando por la inmigración. En la página de los Demócratas, en cambio, percibió un conjunto de enlaces a “Gente”, y cuando hizo click en ellos llegó a páginas específicamente diseñadas para apelar a un grupo u otro: mujeres, hispanos, nativos americanos, afroamericanos, afroasiáticos. Aludiendo al sistema de reparto de poder entre grupos religiosos y étnicos del Líbano, escribe Lilla, “podrías pensar que, por accidente, has llegado a la web del Gobierno libanés, no a la de un partido con una visión para el futuro de Estados Unidos”. (La web del Comité Nacional Demócrata ahora exhibe la plataforma programática del partido de forma más prominente).

Ha habido dos agendas diferentes para el liberalismo estadounidense, según Lilla. La primera fue la de Franklin D. Roosevelt, un esfuerzo nacional colectivo para ayudar a los estadounidenses a participar en la vida económica y política del país. Su símbolo era un apretón de manos, una afirmación de la fortaleza vinculante de la unidad nacional. El proyecto liberal más reciente se ha centrado en la identidad, afirmando no la unidad sino la diferencia, nutriendo y celebrando no las identidades nacionales sino las subnacionales. “Una imagen recurrente del liberalismo identitario es la de un prisma”, indica Lilla, “que refracta un simple haz de luz en sus colores constituyentes, produciendo un arcoiris. Eso lo dice todo”.

placeholder Inmigrantes juran como ciudadanos estadounidenses en una ceremonia en Los Angeles, en mayo de 2017. (Reuters)
Inmigrantes juran como ciudadanos estadounidenses en una ceremonia en Los Angeles, en mayo de 2017. (Reuters)

La inmigración es el tema perfecta en el que los Demócratas podrían demostrar que les importan la unidad y la identidad nacionales, y de que entienden a los votantes para quienes es una preocupación fundamental. Miren al estudio de votantes del Fondo para la Democracia llevado a cabo tras las elecciones de 2016. Si comparas dos grupos de votantes -aquellos que votaron por Barack Obama en 2012 y por Hillary Clinton en 2016, y aquellos que votaron por Obama en 2012 y Donald Trump en 2016-, el principal punto de divergencia es la política de inmigración. En otras palabras, hay muchos estadounidenses que serían receptivos a las ideas demócratas pero en unos pocos asuntos clave -principalmente la inmigración- creen que el partido ha perdido contacto con la realidad.

Y tienen razón. Consideren los hechos. La inmigración legal a Estados unidos se ha expandido dramáticamente durante las últimas cinco décadas. En 1970, un 4,7% de la población estadounidense había nacido en el extranjero. Hoy es el 13,4%. Ese es un cambio muy grande, y es natural que haya causado cierta ansiedad.

La ansiedad va mucho más allá de los empleos. En su libro de 2004 “¿Quiénes somos?”, el académico de Harvard Samuel Huntingont señalaba que la escala, velocidad y concentración de inmigración mexicana a EEUU después de 1965 no tenía precedentes en la historia del país y podía provocar una reacción negativa.

Foto: Khuong Lam, de 35 años, posa durante una protesta contra Donald Trump, en California. (Reuters) Opinión

Aseguró que Estados unidos tenía más que una simple ideología fundacional: tenía una cultura que le había dado forma poderosamente. “¿Sería América la América que es hoy si en los siglos XVII y XVIII no hubiese sido colonizada por protestantes británicos sino por católicos franceses, españoles o portugueses?”, se preguntaba Huntington. “La respuesta es no. No había sido América; sería Quebec, México o Brasil”. Él defendía algunos límites modestos a la inmigración y, más importante, un mayor énfasis en la asimilación.

Los Demócratas deberían encontrar un término medio en inmigración. Pueden oponerse a las soluciones drásticas del presidente Trump pero aún así hablar el idioma de la unidad y la identidad nacionales. El lema del país, después de todo es: “De muchos, uno”. Y no al revés.

En 1992, el Partido Demócrata se enfrentó a un desafío en la cuestión del aborto. El gobernador de Pensilvania, Robert Casey, un demócrata dedicado a la clase trabajadora, pidió hablar en la Convención Nacional en Nueva York. Quería proponer un plan pro-vida para la plataforma del partido, principalmente como forma de reafirmar sus creencias católicas.

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