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La política exterior del presidente Trump no es un signo de poder, sino su abuso
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La política exterior del presidente Trump no es un signo de poder, sino su abuso

Los partidarios del presidente aseguran que su "flexibilidad" supone una ventaja estratégica. Pero las exigencias de la Casa Blanca hacia aliados y rivales por igual está minando la confianza en EEUU

Foto: El presidente Donald Trump durante su discurso sobre el Estado de la Unión, el 30 de enero de 2018. (Reuters)
El presidente Donald Trump durante su discurso sobre el Estado de la Unión, el 30 de enero de 2018. (Reuters)

Para explicar algunas de las extrañas decisiones del presidente Trump en política exterior, a menudo se nos dice que es una figura “no convencional” y que eso podría ser una ventaja. Es sin duda cierto que no sigue un procedimiento operativo estándar en casi ningún ámbito, desde los informes diarios de inteligencia hasta el nombramiento de personal del Departamento de Estado. Pero su diferencia más chocante con los presidentes previos ha sido su retórica. Los presidentes estadounidenses han tendido a sopesar sus palabras cuidadosamente, en la creencia de que deben preservar la credibilidad de la principal potencia mundial.

Y luego está Trump, para quien las palabras no significan nada. Durante la campaña, arremetió contra Arabia Saudí como un país que “quiere matar gays y que las mujeres sean esclavas”, solo para convertir el reino en el destino de su primer viaje presidencial al extranjero y abrazar cálidamente a sus gobernantes. Dijo que la OTAN estaba obsoleta y luego afirmó lo contrario. China era un manipulador de divisas que estaba “violando” a EEUU, hasta que no lo era.

La retórica desatada y las amenazas vacías ha menudo han sido contraproducentes. Después de ser elegido, Trump amenazó a China con considerar el reconocimiento de Taiwán. El Gobierno chino pilló el farol y congeló relaciones con Washington. Trump tuvo que llamar al presidente Xi Jinping y comerse sus palabras.

Foto: Donald Trump reza con varios sacerdotes durante una visita de campaña a la Iglesia Internacional de Las vegas, en Nevada. (Reuters)

Pero hay situaciones en las que esa “flexibilidad” podría funcionar. En Corea del Norte, Trump amenazó con hacer llover “furia y fuego” sobre el país, para acabar aplaudiendo un futuro encuentro con su líder. Los partidarios de Trump dicen que este tipo de maniobras podrían perfectamente acabar generando un acuerdo que se ha resistido a otros enfoques más convencionales.

Todos deberíamos esperar que así sea. Pero por ahora merece la pena señalar que la atmósfera circense de amenazas y abrazos sucesivos ha oscurecido un punto clave: es Trump, no Kim Jong-un, el que ha hecho la concesión. La posición estadounidense ha sido desde hace tiempo que hasta que Corea del Norte no adopte medidas concretas hacia la desnuclearización, no habría conversaciones presidenciales. Hasta fecha reciente, la propia Administración Trump insistía en que no recompensaría la escalada nuclear con negociaciones.

placeholder Un agente del Servicio Secreto monta guardia durante el despegue del helicóptero presidencial Marine One, el 23 de marzo de 2018. (Reuters)
Un agente del Servicio Secreto monta guardia durante el despegue del helicóptero presidencial Marine One, el 23 de marzo de 2018. (Reuters)

Hay un buen argumento para ser flexible en esta cuestión de procedimiento. Pero debemos ser conscientes de que Kim parece estar ejecutando brillantemente una estrategia inteligente. Se ha embarcado en un programa nuclear de rápido progreso, creando un arsenal real con misiles que pueden lanzar ataques atómicos a gran parte del mundo, arriesgándose a una gran tensión e incluso a romper su relación con China. Una vez construido el arsenal, está reconciliándose con China, conectando con Corea del Sur y ofreciéndose a negociar con Washington.

La ventaja de Trump aquí podría ser su disposición a abandonar totalmente una vieja postura y adoptar una nueva. EEUU tendrá que aceptar algo por debajo de su objetivo declarado desde hace mucho -una desnuclearización completa- y tal vez Trump encuentre una forma de justificarlo.

Hay, sin embargo, un tipo diferente de retórica que es más preocupante. La Administración se pone dura en una cuestión -comercio con Corea del Sur, por ejemplo- y luego anuncia un acuerdo, asegurando haber logrado importantes concesiones. De hecho, hasta ahora han sido mayormente concesiones simbólicas hechas por aliados para permitir que la Administración guarde las apariencias. Corea del Sur aceptó elevar el número de coches que cada fabricante de automóviles estadounidense puede vender en el país, de 25.000 a 50.000. Es una concesión fácil de hacer. Ninguna empresa estadounidense vendió más de 11.000 coches el año pasado.

Foto: Jean-Claude Juncker durante una rueda de prensa en el transcurso de la Cumbre de Líderes de la UE en Bruselas, el 23 de marzo de 2018. (Reuters)

EEUU sigue siendo una superpotencia. Sus aliados buscan maneras de convivir con ella. La Administración Trump puede seguir poniendo exigencias desproporcionadas, y aún así logrará algunas concesiones porque nadie quiere una ruptura abierta con Estados Unidos. Si Trump dice que los europeos tienen que hacer algunos cambios al acuerdo con Irán, encontrarán una manera de hacerlo, porque no quieren ver cómo el acuerdo se hunde y Occidente cae en el desbarajuste.

Eso no es un signo de poder sino más bien su abuso. Cuando la Administración de George W. Bush forzó a una serie de países a que apoyasen la guerra de Irak, eso no subrayó la fortaleza de EEUU, sino que en realidad la debilitó. Ese estilo va más allá de la presidencia. En los últimos años, EEUU se ha acostumbrado a todo tipo de trato especial. Por ejemplo, estado de Nueva York ha usado el poder del dólar como la principal divisa de reserva mundial para forzar a los bancos extranjeros a pagar multas y llegar a acuerdo. Funciona, pero crea un resentimiento enorme y lleva a países como China a buscar formas de funcionar fuera de ese sistema porque creen que el existente deja demasiadas licencias a Estados Unidos.

EEUU ha construido su credibilidad y su capital político a lo largo del pasado siglo. La Administración Trump está dilapidando esa confianza para lograr una ventaja política a corto plazo, de un modo que la mermará permanentemente.

Para explicar algunas de las extrañas decisiones del presidente Trump en política exterior, a menudo se nos dice que es una figura “no convencional” y que eso podría ser una ventaja. Es sin duda cierto que no sigue un procedimiento operativo estándar en casi ningún ámbito, desde los informes diarios de inteligencia hasta el nombramiento de personal del Departamento de Estado. Pero su diferencia más chocante con los presidentes previos ha sido su retórica. Los presidentes estadounidenses han tendido a sopesar sus palabras cuidadosamente, en la creencia de que deben preservar la credibilidad de la principal potencia mundial.