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En esto hay que darle la razón a Trump: en materia de comercio, China juega sucio
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En esto hay que darle la razón a Trump: en materia de comercio, China juega sucio

La Oficina del Representante de Comercio de EEUU ha concluido que apoyar la entrada de China en la OMC fue un error. Pekín no ha cumplido con sus compromisos ni se ha liberalizado

Foto: Dos guardias fronterizos chinos hacen guardia en el puerto de Qingdao, el 8 de marzo de 2018. (EFE)
Dos guardias fronterizos chinos hacen guardia en el puerto de Qingdao, el 8 de marzo de 2018. (EFE)

Desde la renuncia de los altos asesores Gary Cohn y H.R. McMaster, parece como si la Casa Blanca de Trump se hubiese vuelto más caótica, si es que eso es posible. Pero entre el ruido y el tumulto, incluyendo los alarmantes tuits sobre Amazon y México, seamos honestos. En un aspecto fundamental, el presidente Trump tiene razón: China juega sucio en materia de comercio.

Muchos de los documentos económicos de la Administración Trump han sido risiblemente esquemáticos y chapuceros. Pero el informe de la Oficina del Representante de Comercio de EEUU al Congreso sobre el acatamiento de China de las reglas comerciales globales es una excepción que merece la pena leer. En una prosa mesurada y en gran detalle, señala las numerosas formas en que China ha dejado de cumplir con algunas reformas económicas prometidas y ha dado marcha atrás en otras, y usa medios formales e informales para impedir que empresas extranjeras compitan en el mercado chino. Señala correctamente que en los últimos años, el Gobierno chino ha aumentado su intervención en la economía, con el ojo puesto sobre todo en compañías extranjeras. Todo eso contradice directamente los compromisos de Pekín al unirse a la Organización Mundial de Comercio en 2001.

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Tanto si se acepta como si no la conclusión del representante de comercio de que “EEUU se equivocó al apoyar la entrada de China en la OMC”, está claro que las expectativas de que China seguiría liberalizando sus mercados tras su entrada ha demostrado ser errónea. Washington enfocó la entrada de China en el mercado comercial internacional de la misma forma que la de otros países que se unieron en la segunda mitad del siglo XX. A medida que esos países eran admitidos, el mundo libre (especialmente EEUU) abría sus mercados a los recién llegados, y esos países por su parte bajaban las barreras en los suyos. Así ocurrió con naciones como Japón, Corea del Sur y Singapur.

Pero había dos factores notables sobre esos países: eran relativamente pequeños comparados con el tamaño de la economía global, y vivían bajo el paraguas de seguridad estadounidense. Ambos factores implicaban que Washington y Occidente tenía una influencia considerable sobre estos nuevos integrantes. Singapur tenía 2,2 millones de personas y un PIB de 19.000 millones de dólares cuando se unió al GATT (el precursor de la OMC), en tanto que Corea del Sur tenía 30 millones de personas y un PIB de 41.000 millones. Japón era mayor, con 90 millones de personas y un PIB de algo menos de 800.000 millones. (Todas las cifras de PIB se han ajustado por la inflación).

Y luego llegó China, con 1.300 millones de personas y un PIB de 2.400 billones en el momento de unirse a la OMC en 2001. Eso era casi una quinta parte de la economía estadounidense. Al parecer los chinos comprendieron que una vez estuvieran en el sistema, el tamaño de su mercado aseguraría que cada país buscase acceso, y eso les daría la capacidad de saltarse las normas sin demasiado miedo a represalias. Es más, Pekín nunca dependió de Washington para su seguridad. Había combatido contra las tropas estadounidenses en la Guerra de Corea en los años 50 con cierto éxito, y se había convertido en una gran potencia por derecho propio.

placeholder Pascal Lamy, exdirector de la Organización Mundial de Comercio, habla en el Foro de Desarrollo de China, en Pekín, el 24 de marzo de 2018. (Reuters)
Pascal Lamy, exdirector de la Organización Mundial de Comercio, habla en el Foro de Desarrollo de China, en Pekín, el 24 de marzo de 2018. (Reuters)

La escala y la velocidad de la integración de China en el sistema mundial de comercio supuso un evento sísmico. El distinguido economista David Autor, junto a otros dos coleguas, ha publicado estudio tras estudio sobre el impacto de llamado “shock de China”. Han concluido que aproximadamente un cuarto de todos los empleos manufactureros en EEUU perdidos entre 1990 y 2007 pueden ser explicados por la llegada de importaciones chinas. Nada de una escala semejante había sucedido antes.

Miren la economía china hoy. Ha logrado bloquear o doblegar a las empresas tecnológicas más avanzadas del mundo, de Google a Facebook pasando por Amazon. Los bancos extranjeros tienen que operar con socios locales que añaden cero valor: básicamente, un impuesto sobre las compañías extranjeras. Las empresas manufactureras de otros países se ven forzadas a compartir su tecnología con socios locales que, de forma sistemática, hacen un estudio de ingeniería inversa de esos mismos productos y compiten contra sus socios. Y está el ciberrobo. La ciberguerra más extensa de una potencia extranjera contra EEUU es llevada a cabo no por Rusia, sino por China. Los objetivos son empresas estadounidenses, cuyos secretos y propiedad intelectual son después compartidos con competidores chinos.

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China no está sola. Países como India y Brasil también juegan sucio comercialmente. De hecho, la última serie de encuentros mundiales sobre comercio, la Ronda de Doha, fracasó por el obstruccionismo de Brasil e India, en tándem con China. Hoy la mayor amenaza a la economía abierta a nivel mundial viene de esos grandes países que han elegido mantener economías mixtas, se niegan a liberalizarse mucho más y tienen suficiente poder para mantenerse firmes.

La Administración Trump tal vez no haya elegido el mejor curso de acción -centrándose en el acero, imponiendo aranceles, alienando a aliados clave, trabajando al margen de la OMC- pero su frustración es comprensible. Administraciones previas ejercieron presión de forma privada, trabajaron desde dentro del sistema e intentaron ganarse a sus aliados, con escaso resultado. Ponerse duro con China es algo en lo que estoy dispuesto a darle una oportunidad a los medios no convencionales de Trump. Lo demás no ha funcionado.

Desde la renuncia de los altos asesores Gary Cohn y H.R. McMaster, parece como si la Casa Blanca de Trump se hubiese vuelto más caótica, si es que eso es posible. Pero entre el ruido y el tumulto, incluyendo los alarmantes tuits sobre Amazon y México, seamos honestos. En un aspecto fundamental, el presidente Trump tiene razón: China juega sucio en materia de comercio.

Organización Mundial del Comercio (OMC)