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Con la salida de Paul Ryan, la era Reagan se ha acabado oficialmente y para siempre

Con Ronald Reagan, el Partido Republicano completó su primera transformación, de la formación de los derechos civiles al libre mercado. Con Trump se ha producido la segunda

Foto: El presidente Paul Ryan anuncia que no se presentará a la reelección, en una rueda de prensa en el Capitolio, el 11 de abril de 2018. (Reuters)
El presidente Paul Ryan anuncia que no se presentará a la reelección, en una rueda de prensa en el Capitolio, el 11 de abril de 2018. (Reuters)

La decisión del Portavoz de la Cámara Paul D. Ryan de retirarse del Congreso está siendo interpretada por muchos como que al Partido Republicano le irá mal en las elecciones de mitad de mandato ('midterm elections'). Puede que sea verdad, pero la salida del republicano de Wisconsin también simboliza un amplio giro que ha tenido lugar en el seno del partido. Y señala el final de la revolución de Ronald Reagan.

El Viejo Gran Partido (como se conoce a la formación republicana) de los años 50 y 60 era el partido de los negocios, que obtenía amplio apoyo de los profesionales cualificados y los empresarios de categoría media. Tenía una orientación directa a los intereses de las cámaras de comercio, pidiendo impuestos bajos, pocas regulaciones y responsabilidad fiscal. Pero era un partido de minorías, dispuesto a mantenerse en los contornos básicos del New Deal de Franklin D. Roosevelt.

Para entender la impronta de Roosevelt en la política estadounidense de mediados del siglo XX, consideren este hecho: de 1933 a 1969, los únicos hombres que ocuparon el Despacho Oval fueron él, discípulos fervientes suyos o, en caso de Dwight D. Eisenhower, un general elegido y promovido por el propio Roosevelt. Se dice que cuando Richard Nixon entró en la Casa Blanca en 1969, su ya avanzada paranoia aumentó, porque creía, no sin razón, que era un republicano solitario en un Gobierno federal repleto de liberales durante medio siglo.

Foto: Fachada de la Casa Blanca (CC)

En política exterior, el Partido Republicano de los años 50 apenas acababa de sacudirse su postura aislacionista pero aún era cauto respecto a la implicación internacional. En derechos civiles, el partido era progresista y activista. El jefe de Justicia Earl Warren, un antiguo gobernador republicano, fue el autor de la decisión pionera del Tribunal Supremo en la que se ilegalizaba la segregación escolar, y Eisenhower envió tropas federales a Arkansas para asegurar su cumplimiento.

Nixon acompañó los comienzos de la primera transformación del partido. Este había tenido desde hace tiempo un lado nacionalista y nativista, pero la adopción por parte del presidente demócrata Lyndon B. Johnson del movimiento de los derechos civiles creó las circunstancias para uno de los grandes vuelcos de la historia de EEUU. Los demócratas, hasta ese momento el partido del sur de Jim Crow, se convirtieron en el partido de los derechos civiles, mientras los republicanos, el partido de Lincoln, empezó a reflejar el resentimiento de los blancos del sur contra el Gobierno federal y la legislación de derechos civiles. Pero en otros aspectos de política interior, Nixon gobernó como un liberal. Creó la Agencia de Protección Medioambiental y gestionó la economía en gran medida como lo habría hecho cualquier demócrata. “Ahora somos todos keynesianos”, es una de sus citas célebres.

Ronald Reagan terminó lo que Nixon había empezado, convirtiendo el Partido Republicano en una formación de orientación ideológica, que abogaba de forma acérrima por el libre mercado, el libre comercio, la limitación del Gobierno y un internacionalismo entusiasta que promovía la democracia en el extranjero. Los viejos republicanos de clase media-alta nunca fueron verdaderos creyentes, pero aceptaron la redefinición de Reagan tras su éxito electoral, como quedó demostrado por la alianza entre 'Ronnie' y su vicepresidente, George H.W. Bush.

placeholder Un video del ex presidente Ronald Reagan sobre impuestos, proyectado en un debate entre candidatos republicanos a la presidencia, en el Darmouth College, en Hanover, New Hampshire, en octubre de 2011. (Reuters)
Un video del ex presidente Ronald Reagan sobre impuestos, proyectado en un debate entre candidatos republicanos a la presidencia, en el Darmouth College, en Hanover, New Hampshire, en octubre de 2011. (Reuters)

La redefinición del partido por parte de Reagan, como una organización cuasi-libertaria, persistió durante los años de Bill Clinton, aunque la formación siguió atrayendo a su base socialmente conservadora. Los líderes del partido y su ideología oficial eran reaganistas.

Y entonces llegó Donald Trump. Desde el principio, Trump pareció darse cuenta de que el Partido Republicano había cambiado y que el principal reclamo ideológico ya no venía de la economía sino del nacionalismo, la raza y la religión. Su primera gran causa política fue el llamado 'birtherism', la dañina y falsa afirmación de que el presidente Barack Obama era secretamente un musulmán nacido en Kenia.

Cuando Trump se presentó a la nominación republicana en 2016, era virtualmente el único en el podio que rechazaba la fórmula de Reagan. Descartó cualquier prospecto de reforma de la propiedad, mientras criticaba las intervenciones exteriores y la promoción de la democracia. Incluso con un programa económico de libre mercado, flirteó con todo tipo de ideas liberales, incluyendo un gran gasto en infraestructuras y un sistema sanitario universal.

Foto: Donald Trump reza con varios sacerdotes durante una visita de campaña a la Iglesia Internacional de Las vegas, en Nevada. (Reuters)

Pero mantenía de forma consistente una línea dura en unos pocos asuntos clave: inmigración, comercio, raza y religión. En todos ellos, se adhirió a una línea dura nacionalista, proteccionista, antiinmigración, antimusulmana y pro-policial. E irrumpiendo desde fuera, derrotó a 16 republicanos talentosos. El libertarismo reaganista, resultó, era una ideología con muchos líderes -senadores republicanos, gobernadores, expertos de think-tanks- pero muy pocos seguidores.

Un mes antes de las elecciones de noviembre de 2016, cuando todo el mundo esperaba que Trump perdiera, Ryan llamó a otros congresistas republicanos y les dijo que se sintiesen libres de distanciarse de Trump. Tras la llamada, el índice de aprobación del portavoz entre los votantes republicanos se desplomó casi 20 puntos. La base del partido -ahora más anciana y blanca y menos educada- estaba con Trump, no con Ryan.

Ryan tenía sus fallos. Encarnaba la hipocresía del reaganismo, promoviendo la austeridad fiscal mientras explotaba el déficit. Era un mal estratega legislativo, incapaz de tumbar el Obamacare tras años preparándose para ello. Pero era un reaganista apasionado y genuino. Sus sucesores no lo serán. La segunda transformación del Partido Republicano se ha completado.

La decisión del Portavoz de la Cámara Paul D. Ryan de retirarse del Congreso está siendo interpretada por muchos como que al Partido Republicano le irá mal en las elecciones de mitad de mandato ('midterm elections'). Puede que sea verdad, pero la salida del republicano de Wisconsin también simboliza un amplio giro que ha tenido lugar en el seno del partido. Y señala el final de la revolución de Ronald Reagan.

Partido Republicano Richard Nixon