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EEUU puede ganar la nueva guerra fría con China. Este es el modo de hacerlo

La cuestión crucial de nuestro tiempo es el siglo XXII estará marcado por el conflicto o la cooperación entre los dos países más prósperos y poderosos del planeta

Foto: Manifestantes protestan frente al consulado chino en Manila por las acciones militares en el Mar del Sur de China, en febrero de 2018. (Reuters)
Manifestantes protestan frente al consulado chino en Manila por las acciones militares en el Mar del Sur de China, en febrero de 2018. (Reuters)

Las decisiones más importantes y duraderas de la Administración Trump tendrán que ver con la política estadounidense hacia China. Mucho más trascendental incluso que la composición del Tribunal Supremo o la política migratoria será si el siglo XXII estará marcado por el conflicto o la cooperación entre los dos países más prósperos y poderosos del planeta. La última vez que se planteó semejante cuestión -cuando Gran Bretaña se enfrentó a una Alemania en auge hace 150 años- no fue demasiado bien.

Desde el final de la Guerra Fría, hemos vivido en una era sin apenas competición genuina entre grandes poderes, lo que ha llevado a la emergencia de una dinámica económica global y una enorme expansión del comercio internacional, los viajes, la cultura y los contactos. Todo eso ocurrió bajo la supremacía incontestada de los Estados Unidos: militar, política, económica y cultural.

Esa época se acabó. Hace 25 años, China suponía menos del 2% del producto interior bruto global. Hoy esa cifra es del 15 %, la segunda tras el 24% de Estados Unidos. En la próxima década aproximadamente, la economía china sobrepasará el tamaño de la estadounidense. Ahor mismo, 9 de las 20 empresas tecnológicas más valiosas en el mundo tienen ya su base en China. Pekín también se ha vuelto mucho más activo en la escena global, elevando su gasto en defensa, ayuda exterior y misiones culturales internacionales. Su Iniciativa Belt and Road, inversión en infraestructura en decenas de países, acabará por ser al menos siete veces mayor que el Plan Marshall, si no muchas más, en términos ajustados a la inflación.

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Muchos de los instintos de la Administración Trump hacia China son correctos. Pekín se ha aprovechado del libre comercio y del deseo de EEUU de integrar a China en el sistema global. La Administración está en lo correcto al contraatacar e intentar conseguir una actitud fundamentalmente diferente por parte de China hacia el comercio. Pero los instintos no suponen una estrategia.

Si Washington fuese más estratégico, se habría aliado con Europa, Japón y Canadá en materia de comercio y le habría presentado a China un frente unido, casi garantizando que Pekín tuviese que cumplir con ello. Habría abrazado el Acuerto Trans-Pacífico como un modo de proporcionar a los países del Pacífico una alternativa al sistema económico chino. Pero en lugar de una estrategia sobre China, tenemos una serie de iniciativas y retóricas contradictorias.

placeholder Donald Trump y Xi Jinping durante una visita oficial a China, en noviembre de 2017. (Reuters)
Donald Trump y Xi Jinping durante una visita oficial a China, en noviembre de 2017. (Reuters)

De hecho, la Administración parece dividida acerca de las relaciones China-EEUU. En un lado hay gente como el Secretario del Tesoro Steven Mnuchin, que quiere usar un lenguaje duro y aranceles para extraer un mejor acuerdo con China, permaneciendo dentro del marco básico del sistema internacional. Otros, como el asesor de comercio Peter Navarro, preferirían que EEUU y China estuviesen menos interrelacionados. Esto sin duda implicaría una economía mundial más mercantilista y un orden internacional más tenso. Hay una división similar entre especialistas geopolíticos, con el Pentágono en posiciones más duras (en gran medida porque esto asegura enormes presupuestos) y el Departamento de Estado siendo más conciliatorio.

El vicepresidente Pence recientemente dio un fiero discurso en el que estuvo muy cerca de declarar que estamos en una nueva guerra fría con China. Etiquetar directamente a China como el enemigo sería un cambio sísmico en la estrategia estadounidense y sin duda dispararía una respuesta china. Ello podría llevarnos a un mundo dividido, inestable y menos próspero. Esperemos que la Administración Trump haya pensado en los peligros de semejante enfoque de confrontación.

Foto: Dos guardias fronterizos chinos hacen guardia en el puerto de Qingdao, el 8 de marzo de 2018. (EFE) Opinión

La historia nos dice que si China es relamente el principal rival de EEUU para el estatus de superpoder, la mejor forma de manejar semejante desafío residen menos en aranceles y amenazas militares y más en la revitalización en casa. Estados Unidos prevaleció sobre la Unión Soviética no por haber hecho la guerra en Vietnam o financiado a la contra en Nicaragua, sino porque tenía un modelo político-económico mucho más vibrante y productivo. La amenaza soviética llevo a EEUU a construir el sistema de autopistas interestatal, poner un hombre en la luna y financiar generosamente la ciencia y la tecnología.

El antiguo director de Google China, Kai-Fu Lee, ha escrito un importante libro argumentando que China lleva las de ganar en la carrera por la inteligencia artificial, la tecnología crucial del siglo XXII. Señala que las empresas chinas son altamente innovativas, su Gobierno está dispuesto a hacer grandes apuestas a largo plazo, y sus empresarios están motivados y decididos.

Los aranceles y las maniobras militares pueden servir a un nivel táctico, pero no afrontar el desafío central. Estados Unidos necesita desesperadamente reconstruir su infraestructura, arreglar su sistema educativo, gastar dinero en investigación científica básica y resolver la disfuncionalidad política que ha hecho que su modelo sea menos atractivo en el mundo. Si China es una amenaza, esa es la mejor respuesta.

Las decisiones más importantes y duraderas de la Administración Trump tendrán que ver con la política estadounidense hacia China. Mucho más trascendental incluso que la composición del Tribunal Supremo o la política migratoria será si el siglo XXII estará marcado por el conflicto o la cooperación entre los dos países más prósperos y poderosos del planeta. La última vez que se planteó semejante cuestión -cuando Gran Bretaña se enfrentó a una Alemania en auge hace 150 años- no fue demasiado bien.