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En la crisis del coronavirus, no corramos a echar la culpa a las megaciudades

Hay mucha gente diciendo que esta pandemia va a ser la sentencia de muerte para las ciudades, que su densidad las hace una placa de petri para la enfermedad. Puede (o no) que tengan razón

Foto: Foto: Reuters.
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Conforme la ciudad de Nueva York comienza a reabrirse, he de admitir que estoy emocionado. Sé que será una ciudad diferente por un tiempo, con muchos aspectos de su vida urbana cancelados o restringidos. Pero aun así, estoy emocionado. Durante los últimos tres meses la ciudad se ha sentido como un set de rodaje vacío, lleno de grandes edificios y bulevares pero sin mucha gente. Ahora que los variopintos habitantes de la ciudad han re emergido, entreteniéndose frente a los cafés y los bares, entrando cautelosamente en las tiendas, o simplemente caminando por las calles. Pese a las mascarillas, el espacio entre las mesas y el aforo limitado en las tiendas, la vida urbana está regresando.

Lo sé, lo sé. Hay mucha gente diciendo que esta pandemia va a ser la sentencia de muerte para las ciudades, que su densidad las hace una placa de petri para la enfermedad, que las personas han descubierto que no necesitan vivir en barrios apretados cerca del trabajo, que el teletrabajo hace las oficinas una reliquia del pasado.

Foto: Una vecina del Barrio Alto de Lisboa, Portugal. (EFE)

Puede que tengan razón. Sin embargo, hasta entonces han estado equivocados. En el siglo XIV, la plaga bubónica arrasó con fuerza Florencia, matando a más de la mitad de la población de la ciudad, según algunas estimaciones. El “Decamerón” de Giovanni Boccaccio daba a la gente consejos que suenan remarcablemente actuales: abandonad la ciudad, aislaros con unos cuantos pocos amigos y juntaros en las noches para comer, beber y contaros unos a otros historias interesantes (su versión de Netflix). Y aun así, fue después de la peor plaga de la historia humana que las ciudades de Europa, Florencia en particular, emprendieron el Renacimiento.

En 1793, Filadelfia era la metrópoli que lideraba Estados Unidos (la capital y la ciudad más populosa). Experimentó una terrible epidemia de fiebre amarilla que literalmente diezmó a la población, matando a 5.000 de los 50.000 residentes de la ciudad. El secretario de Estado Thomas Jefferson, a quien nunca le habían gustado los centros urbanos, vivía en las afueras de la ciudad y seguía viajando diariamente al trabajo. Más tarde escribió que esta enfermedad, como “la mayoría de los males, está produciendo algo bueno. La fiebre amarilla desalentará el crecimiento de grandes ciudades en nuestra nación”. No salió así.

Las nuevas tecnologías hacen mucho más fácil a la gente trabajar desde casa, y el miedo a la enfermedad los mantendrá alejados de la ciudad

Los críticos dicen que esta vez es diferente. Las nuevas tecnologías hacen mucho más fácil a la gente trabajar desde casa, y el miedo a la enfermedad los mantendrá alejados [del núcleo urbano]. Por ponerlo en perspectiva, sin embargo, merece la pena leer el texto del economista de Harvard Edward Glaeser, “El triunfo de la ciudad”. Señala que las ciudades estadounidenses se enfrentaban a un funesto futuro en los 70. La globalización y la automatización habían acabado con muchas de las grandes industrias urbanas, desde la manufactura de textiles a los envíos. El coche había probado ser una tecnología arrolladora -mucho más que Zoom- a la hora de permitir a la gente vivir más lejos de la oficina. Los servicios telefónicos se habían hecho más baratos y fáciles. Añade los disturbios raciales, el crimen y la mala gestión, y tienes un cóctel molotov de factores que arruinaron la vida en la ciudad.

Y aun así, las ciudades volvieron. Encontraron una nueva vida económica en los sectores de servicios, desde las finanzas a las consultorías o los servicios de salud. A pesar del crecimiento de las máquinas de fax, el email y las videoconferencias, las ciudades se reinventaron a sí mismas en una miríada de diferentes formas, a partir de una simple ventaja: a los humanos les gusta mezclarse. Glaeser apunta que en industrias como la financiera y de la tecnología, la gente gana importantes ventajas al estar cerca de la acción, conociendo a gente nueva, aprendiendo día a día de los mentores y comparando notas; muchas de estas cosas ocurren accidentalmente. Glaeser apunta a los datos: “Los estadounidenses que viven en áreas metropolitanas con más de un millón de residentes son, de media, más de un 50% más productivos que los estadounidenses que viven en áreas metropolitanas más pequeñas. Esta tasa es la misma incluso cuando tenemos en cuenta educación, experiencia y la industria de los trabajadores. Es incluso la misma si se tienen en cuenta los cocientes intelectuales de trabajadores individuales”.

Los que viven en áreas metropolitanas con más de 1M de residentes son más de un 50% más productivos que los que viven en áreas más pequeñas

Es verdad que el nuevo coronavirus ha presentado nuevos desafíos a las ciudades grandes. Pero es importante no apresurarnos con las conclusiones. La densidad no es el problema que se le ha hecho ser. Manhattan, la zona más densa de la ciudad de Nueva York, tiene una tasa de infección menor que cualquiera de otros barrios. En EEUU, las tasas de infección per cápita son de las mayores en algunas de las áreas menos densamente pobladas.

Si se mira al extranjero, ciudades masivas han gestionado el coronavirus sorprendentemente bien. Hong Kong, Singapur y Taipei son ciudades muy densas con medios de transporte abarrotados (millones de personas viajan diariamente en el metro) y aun así sus muertes por covid-19 han sido increíblemente bajas (4 en Hong Kong, 25 en Singapur y 7 en todo Taiwán). Han tenido éxito en esta difícil situación porque, quizá a consecuencia de la epidemia de SARS, estaban preparados. Han invertido en el sistema sanitario y la higiene. Reaccionaron al coronavirus pronto, agresivamente e inteligentemente. Ahora están cosechando las recompensas.

Entonces, ¿por qué la ciudad de Nueva York le ha ido tan mal? Las razones son similares a algunas de las responsables de su declive en los 60 y 70: mal liderazgo, prioridades equivocadas y decisiones políticas ineptas. Si la ciudad de Nueva York y otros centros urbanos se van a pique en esta ocasión, no será por la pandemia o la tecnnología. Será por la misma razón por la que los países y las ciudades han caído a través de la historia: un mal gobierno.

Conforme la ciudad de Nueva York comienza a reabrirse, he de admitir que estoy emocionado. Sé que será una ciudad diferente por un tiempo, con muchos aspectos de su vida urbana cancelados o restringidos. Pero aun así, estoy emocionado. Durante los últimos tres meses la ciudad se ha sentido como un set de rodaje vacío, lleno de grandes edificios y bulevares pero sin mucha gente. Ahora que los variopintos habitantes de la ciudad han re emergido, entreteniéndose frente a los cafés y los bares, entrando cautelosamente en las tiendas, o simplemente caminando por las calles. Pese a las mascarillas, el espacio entre las mesas y el aforo limitado en las tiendas, la vida urbana está regresando.

Nueva York Síndrome respiratorio agudo severo (SARS) Hong Kong Singapur