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Trump está preparando el terreno para una noche electoral de pesadilla en EEUU
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Trump está preparando el terreno para una noche electoral de pesadilla en EEUU

Trump ha estado desatando fuerzas que, cuando llegue noviembre, podrían hacer que decenas de millones de estadounidenses estén convencidos de que las elecciones han sido amañadas

Foto: El presidente Trump en una comparecencia pública esta semana. (Reuters)
El presidente Trump en una comparecencia pública esta semana. (Reuters)

No debería sorprendernos especialmente que Trump haya admitido, en una entrevista esta semana con Chris Wallace, que quizá no acepte los resultados de las elecciones de noviembre. Después de todo, dijo lo mismo antes de las elecciones de 2016.

Sin embargo, la situación ahora es mucho más peligrosa. Durante meses, Trump ha estado desatando fuerzas que, cuando llegue noviembre, podrían hacer que decenas de millones de estadounidenses estén convencidos de que las elecciones han sido amañadas. Incluso si Trump deja la silla presidencial en enero —voluntariamente o no— dejará muy seguramente detrás un clima político al borde en una guerra civil.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)

Trump es un ávido fan de las teorías conspiranoicas. Su crecimiento político comenzó con una —la idea de que Barack Obama nació en Kenia— y se ha acercado y dado pábulo al más nocivo buhonero de falsedades, Alex Jones. Trump y sus adláteres han avivado el movimiento QAnon, que imagina una batalla entre el presidente y el "estado profundo" de funcionarios de alto nivel y élites liberales que practican torturas infantiles y rituales satánicos. Todos estos instintos están siendo ahora dirigidos a una sola idea, una gran conspiración: que las elecciones de noviembre serán amañadas.

Algunos se reconfortan con las encuestas, creyendo que el candidato demócrata Joe Biden ganará con un margen lo suficientemente grande como para convertir todos estos miedos en irrelevantes. Quizá. Pero es también muy posible que las cosas se enturbien. Las encuestas pueden probarse menos útiles incluso de lo que fueron en 2016. Asumiendo que todavía estamos en medio de una pandemia incontenible por el país, todos los 50 estados han instituido nuevas medidas relativas al voto, desde medidas de distancia social al voto por correo. Estas medidas varían ampliamente de estado en estado. Como Norm Ornstein escribe en 'The Atlantic': "La combinación de menos colegios electorales por la pandemia, la necesidad de espaciar a los votantes en largas colas, y menos personal en las mesas y cabinas de voto pueden traducir el 3 de noviembre en una desastrosa espiral hasta enero".

Votos impugnados, elecciones fraudulentas

Imaginemos que en la noche del 3 de noviembre, los sitios de votación rechazan a votantes y varios estados tienen tantas sacas de votos por correo que no pueden anunciar sus resultados inmediatamente —algo así como la debacle de los caucus de Iowa—. Imaginemos que algunos procedimientos y tarjetas de votación son impugnados. Imaginemos que todo esto acaba en los tribunales de todo el país.

Para el 8 de diciembre, cada estado se supone que debe haber decidido qué partido se llevará los votos del estado, según el recuento de tarjetas de voto. ¿Pero qué pasa si ese recuento es poco claro o disputado? "Durante años, la gente se ha preocupado por el asunto de los votantes infieles, pero el problema real este otoño puede ser la confusión y los retrasos", ha dicho Jared Cohen, autor de 'Accidental Presidents'. Él apunta que las elecciones de 2020 podrán convertirse en una tóxica combinación de las elecciones de 1876 y 2000. En 1876, cuatro estados se enfrentaron a serias acusaciones de irregularidades o fraudes, y la situación fue resuelta con un acuerdo entre bastidores. En 2000, una disputa sobre los votos en Florida hizo que la Corte Suprema tuviera que intervenir —en un movimiento sin precedentes y muy controvertido—, decantando la elección a favor de George W. Bush. Lo que pase este otoño tendrá lugar en medio del clima político más polarizado del siglo, y con el hiperacelerador de las redes sociales.

"A los estadounidenses les gustan las teorías de conspiración. No les gusta la idea del caos y el azar, prefieren ver patrones, causas y villanos"

Ahora habría que añadir a este escenario el elemento más preocupante: los teóricos de la conspiración que ya han estado vendiendo el miedo y la sospecha hacia el 'establishment', y específicamente advirtiendo que las elecciones serán amañadas. Si las perspectivas de Trump empeoran conforme se acerca noviembre, sus ataques se volverán seguramente más extravagantes. Él ya ha afirmado en el pasado que un gran número de inmigrantes indocumentados, residentes de otros estados y personas fallecidas votaban por los demócratas. Hace poco insistió en que existen "CERO" posibilidades de que "el voto por correo sea algo menos que sustancialmente fraudulento" porque "los buzones de correo serán asaltados y robados, se falsificarán las papeletas de voto". Dice que países extranjeros imprimirán papeletas falsas por millones. Ninguna de estas afirmaciones está respaldada con pruebas.

A los estadounidenses les gustan las teorías de conspiración. El suyo es un país que sospecha del poder centralizado, y estas teorías ayudan a las personas a dar sentido al mundo. A la gente no le gusta la idea del caos y el azar, prefiere ver patrones, causas y villanos. Esta tendencia también existe en la izquierda, ya sea por la descripción de Oliver Stone del asesinato de JFK o la creencia de que Rusia hackeó las máquinas de votación en 2016 y cambió los recuentos de votos. Pero hay una diferencia importante entre los candidatos de 2020: Trump se deleita con las teorías de conspiración; Biden no lo hace.

Uno de los mayores legados de Estados Unidos al mundo ha sido la transferencia pacífica del poder político. Cuando John Adams abandonó la Casa Blanca en 1801 y Thomas Jefferson juró como su sucesor, ocurrió por primera vez en la historia moderna un relevo de poder entre dos partidos rivales que competían en unas elecciones. Es ese precioso legado lo que Trump está poniendo en peligro con su afán conspiracionista sobre elecciones manipuladas.

No debería sorprendernos especialmente que Trump haya admitido, en una entrevista esta semana con Chris Wallace, que quizá no acepte los resultados de las elecciones de noviembre. Después de todo, dijo lo mismo antes de las elecciones de 2016.

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