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De Eritrea a Europa, con escala en el infierno: el épico y trágico viaje de mamá Fiory
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María Ferreira

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De Eritrea a Europa, con escala en el infierno: el épico y trágico viaje de mamá Fiory

El épico viaje de una madre que atraviesa el desierto embarazada y con un niño pequeño desde Eritrea hasta Europa

Foto: Una camioneta transporta migrantes en el desierto libio. (Reuters)
Una camioneta transporta migrantes en el desierto libio. (Reuters)
placeholder Lameck, Libyana y Fiory, celebrando las navidades ortodoxas en Alemania. (Cedida por la familia)
Lameck, Libyana y Fiory, celebrando las navidades ortodoxas en Alemania. (Cedida por la familia)

Fiory y su esposo decidieron huir de Eritrea en mayo de 2015. Estaba embarazada y tenía otro hijo pequeño. Cruzó el desierto y fueron capturados por el ISIS. Separada de su marido, dio a luz en cautividad y fue obligada a convertirse al islam a latigazos. Escapó del infierno por un inesperado ataque de risa y acabó en manos de los traficantes de migrantes libios. Finalmente, consiguió el dinero para llegar a Europa y reunirse con su marido en Alemania. Hoy, cuando algunas veces escucha decir eso de "vuélvete a tu país", Fiory sonríe. Esta es su historia.

I. No mires atrás

Eritrea, mayo de 2015

De Eritrea uno huye sabiendo que la vuelta es inviable. Unos padres abrazan a su hija y a su nieto. Acarician el vientre abultado de la joven, que gesta una vida de cuatro meses. Fiory vuelve la cabeza queriendo decir adiós una vez más. "¡No mires atrás!", grita su padre.

A las afueras de la ciudad aguardan los guías. "Abandonad el equipaje" -ordenan- "el viaje es a pie". Fiory se deshace de la comida de su hijo, de la ropa, de las fotos. Le pide su marido que guarde al menos una foto de su boda. El viaje empieza con un bebé a la espalda y otro en el vientre, un revoltijo en el estómago y la promesa de un futuro libre. Una vida lejos de la Eritrea opaca, represiva y hermética. Ese país que casi acaba con la vida de su marido por no querer seguir en el ejército, la Eritrea de la vulneración constante de los derechos humanos, la tierra que el mundo pasa por alto en los mapas, porque es sombra. "No mires atrás", repite el marido.

Lameck, quien tiene año y medio, llora. "Su llanto nos pondrá en peligro", advierten los guías. "Mantenle en silencio" . Doce días viajando a pie por las noches manteniendo a un bebé callado, en eso se torna la maternidad de la joven de 20 años. Al tercer día, una mujer se desploma y es abandonada en el camino. Fiory no presta atención a sus piernas hinchadas, a las náuseas, a las pataditas que comienza a sentir en el vientre. Una noche, un hombre sugiere que abandone al hijo o no conseguirá llegar a Europa.

"No".

II. Tus primeros pasos

Sudán, junio de 2015

Los medios se hacen eco del secuestro de un grupo de inmigrantes eritreos en Libia. Deciden hacer una pausa en Sudán antes de continuar el camino a Trípoli. Son veinte días en una habitación de 15 metros cuadrados. Lameck hace equilibrios sujeto a los pulgares de la madre. Veinte días escuchando historias de secuestros. Lameck se mantiene en pie y ríe. Veinte días haciendo sus necesidades en bolsas de plástico. Lameck encuentra soporte en cuerpos desconocidos y amables. Veinte días durmiendo en el suelo, al lado de otros 34 seres humanos. Lameck trata de caminar, cae. Diecinueve noches de toses, oraciones, algún llanto quedo y arrullos. El último día, antes de continuar el camino, Lameck da sus primeros pasos.

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III. Adiós, papá

El camino hacia Libia fue un infierno. Murieron trece personas en la travesía del desierto. El alivio al alcanzar la frontera fue breve; en apenas unos minutos se vieron rodeados por cinco vehículos que hacían ondear las banderas negras del ISIS. Separaron a los hombres de las mujeres. En el grupo había solo cinco musulmanes; tres mujeres somalíes y dos hombres eritreos. "Les dejaron ir después de hacerles recitar partes del Corán", recuerda Fiory. "Supliqué que no me separaran de mi marido, pero me dijeron que los infieles debían ser asesinados, fueran padres, hijos o hermanos.”

Las mujeres ven cómo se llevan a los hombres. Lameck dice adiós con la mano y ríe, como hacía cada mañana en Eritrea, cuando su padre se iba a trabajar.

IV. El primer juguete de mi hijo

Sirte, Libia

Cuatro meses viviendo en eterna penumbra. Imposible siquiera distinguir el día de la noche. Se alimentan de arroz podrido. "¿Dónde están los hombres?". Las prisioneras mendigan datos cada vez que un guardia entra, necesitan un atisbo de realidad. Los guardias les advierten de que entre ellas hay espías. Les arrancan el derecho a confiar. No conversan, pero se trenzan el pelo con ternura. Una y otra vez. Hilvanan el tiempo con sus dedos. Desconocen sus nombres, pero aprenden la textura del cabello.

Un día le pedí a una compañera que cortara una de mis trenzas con sus dientes. Ese fue el primer juguete de mi hijo

"Un día le pedí a una compañera que tratara de cortar una de mis trenzas con sus dientes", Fiory sonríe al recordar, “no le costó mucho esfuerzo; mi pelo estaba débil. Coloqué en la trenza unos hilillos de mi falda y até en el extremo unos pequeños guijarros que encontré en el suelo. Ese fue el primer juguete de mi hijo”.

A veces los guardias dejaban una lámpara en la entrada, entonces algunas mujeres hacían sombras con las manos. Los hijos reían y eran felices. Era anestesia esa risa. Un día, uno de los vigilantes, apenas un muchacho imberbe, se quedó observando el espectáculo en el umbral de la puerta. Disfrutaba como un crío. Poco después se quedó dormido y un grupo de mujeres logró fugarse. La risa abriendo camino. Sin embargo, la felicidad fue breve y no tardaron en traer sus cuerpos sin vida de vuelta. Los dejaron en la habitación dos días como advertencia. Las mujeres apartaron los cadáveres junto a una pared para que los niños no tropezasen.

V. Conversión a latigazos

Sirte, Libia. Noviembre 2015

"Nos llevaron a una habitación con luz. Era noviembre. Ver una fecha supuso volver a la vida”, relata Fiory. "Allí nos dijeron que si queríamos vivir tendríamos que convertirnos al islam. Claro que queríamos vivir”.

Una mujer les hace repetir de memoria versos en árabe. A cada fallo, un latigazo. Fiory falla mucho

Fiory recita la 'shahada', el credo islámico, y al terminar aguanta la respiración. Se imagina las palabras suspendidas en el aire, y quiere evitar aspirar su propia mentira. Comienzan las clases de Corán. Una mujer acude cada día y les hace repetir de memoria versos en árabe. A cada fallo le sigue un latigazo. Fiory falla. Falla mucho. Una mañana se derrumba y se pone de parto. Carece de las fuerzas necesarias y las mujeres piden ayuda a gritos. Unos hombres entran y la cargan para llevarla a un hospital. Lameck grita “mamá” mientras una mujer le abraza. “Mamá. Mamá. Mamá”.

Da a luz con la ayuda de una anciana que solo habla italiano. No hay personal médico en el 'hospital' del ISIS. El parto es rápido y en cuestión de una hora vuelven a llevarla a su prisión. La hija es un corderillo tembloroso. Libyana. Así la nombran las mujeres; con ese nombre se queda. Lameck se acurruca junto a ellas. Los tres juntos son hogar.

Una noche, una joven, casi niña, se arrodilla al lado de Fiory, pone la boca en uno de sus senos y mama. La madre abre los ojos. La joven casi niña se sobresalta y comienza a llorar. “Adelante”, dice Fiory. La alimenta. Se siente más animal y menos persona. Es un descanso. La joven se queda dormida a su lado, sonriendo con las comisuras manchadas de leche. También eso es hogar.

VI. Pintar puertas y ventanas

Una mañana dos hombres obligan a las mujeres a sentarse en el suelo. Ponen un video que muestra una ejecución en masa. “Son vuestros maridos y hermanos", anuncian. No hay forma de reconocerles, llevan la cabeza cubierta con una tela negra. Les obligan a verlo. A mantener los ojos abiertos. Fiory se desvanece. Pocos días después, los mismos hombres anuncian que las mujeres están listas para ser casadas, vendidas o regaladas. Aquellas que rompen a llorar son castigadas con 50 latigazos.

Foto: Imagen de archivo de unas mujeres con niqab. (EFE) Opinión

El joven encargado de castigar a Fiory la mira con compasión; la mujer no es más que un amasijo de carne rota. La compasión humana también habita en tierra de bestias. Da 50 latigazos al suelo, rápidamente, apenas sin mirarla. Lameck, pensando que se trataba de un juego, comienza a aplaudir. Libyana llora asustada. Después los hombres la descartan.

"Me llevaron junto a otras mujeres ancianas y enfermas a una casa que servía de almacén de las que no servíamos para nada", relata Fiory. "Teníamos luz. Había una ventana con barrotes. No nos aburríamos; en prisión no existe el aburrimiento. Se vive en un constante estado de alerta que destroza tendones y nervios. Cuando oyes pasos que se acercan no sabes si traen comida, si vienen a violarte o van a matarte"

Sin embargo, el miedo se va metabolizando. Fiory pasa las horas dibujando árboles y animales en el polvo del suelo. Lameck no presta atención. Un día, en vez de árboles pintó puertas y ventanas. Entonces sí; la representación de la realidad capturó al niño.

VII. La risa os hará libres

La batalla de Sirte comenzó aquella primavera de 2016. Cada día traían a más mujeres a la casa de las inservibles. Algunas eran esposas de soldados del ISIS que habían perecido durante los ataques. Las bombas resonaban día y noche y la ciudad ardía en llamas. La casa vecina se vino abajo una de las noches, y los guardias dejaron de alimentarlas. "Comenzamos a pedir ayuda a gritos, por la ventana", recuerda Fiory. "Nos ignoraban porque sabían que, si nos ayudaban, ISIS podría matarlos”.

Foto: Unos estudiantes de una madrasa en Karaki celebran el aniversario del nacimiento de Mahoma. (Reuters) Opinión

Las mujeres y los niños estaban muriendo de hambre. Un día, una de las mujeres comenzó a darle lengüetazos a la pared. Todas comenzaron a imitarla; así engañaban el hambre. De pronto una de ellas estalló en carcajadas, transformando mágicamente la realidad. Una risa contagiosa que los niños avivaron, una risa que reclamaba su espacio. Los guardias abrieron la puerta y al asomarse fueron testigos de una maravillosa anomalía: mujeres por el suelo poseídas por carcajadas de verdad. Carcajadas sucísimas, otras lamiendo paredes, niños que aplaudían y saltaban. Los guardias salieron despavoridos, como si hubiesen sido testigos de una posesión demoníaca. Ni siquiera cerraron la puerta. Las mujeres vieron por la ventana cómo se refugiaban en la mezquita.

A los jóvenes guerreros les habían entrenado para enfrentar la muerte, la violencia y la sangre, pero fallaron en saber encajar la risa. Las mujeres se cubrieron con sus burkas y salieron a la ciudad hecha escombros.

VIII. Especuladores de la carne

Pasaron de ser prisioneras a ser mercancía. Pasaron por diferentes mafias, los dueños eran especuladores de carne asustada. "Al final nos llevaron a Trípoli", aclara Fiory. Una vez allí dejaron que las mujeres contactaran con sus familiares para tratar de conseguir los 3.000 euros que costaba subirse en una embarcación con destino a Europa. Aquellas que no consiguieron el dinero fueron vendidas al ISIS. Las más ancianas o enfermas fueron ejecutadas. "Contacté con mi tío, que vive en Estambul", dice Fiory, "lo primero que le dije fue que habían matado a mi marido. Fue entonces cuando me dijo que no, que mi marido había logrado escapar, que estaba vivo y que había llegado a Europa. Mi tío no tardó en mandar el dinero y días después pudimos embarcar rumbo a nuestra tierra prometida”.

placeholder Migrantes en una barca de madera en el Mediterráneo en 2017. (Reuters)
Migrantes en una barca de madera en el Mediterráneo en 2017. (Reuters)

IX. La esperanza y el asco

Fiory, Lameck y Libyana dejaron la costa africana a las 00:00. Eran 800 las personas que zarparon aquella noche. Pasaron sin comida y sin bebida un día y medio.

"Estábamos rodeados de todo tipo de desechos", describe Fiory. “Pero ya nada me daba ni asco ni miedo. Mis hijos estaban en brazos de mujeres que desconocía. Yo sentía que me estaba muriendo, apenas podía moverme." Al final resulta que es el asco, y no la esperanza, lo último que se pierde. Pero fueron rescatados. Fiory desembarcó en Italia con un hilillo de vida amarrado a sus hijos. Lo había conseguido. "Vi cómo una mujer daba de beber a Lameck y a Libyana, que estaban raquíticos. Alguien me acariciaba la cabeza”, cuenta emocionada. "Entonces recé por poder vivir en esa Europa en la que por primera vez nos miraban a los ojos y nos tranquilizaban". En esa tierra en la que ya no serían trozos de carne hecha jirones, pasando de mano en mano, vendidos al mejor postor.

X. Los detalles que nos salvan

placeholder Fiory y Libyana se preparan para celebrar la Pascua ortodoxa de 2019. (María Ferreira)
Fiory y Libyana se preparan para celebrar la Pascua ortodoxa de 2019. (María Ferreira)

Fiory se reencontró con su marido en Alemania, en una ciudad cerca de la frontera con Polonia en la que él estaba acogido como refugiado. Lo primero que vio al entrar en su nueva casa, amueblada, fue una estampita ortodoxa de la Virgen María. Más allá del significado religioso, era la imagen de una refugiada. Se vio a ella misma reflejada como gestante que huye; esa estampita contenía todas las desdichas, toda la brutalidad. Pensó que había pasado su vida entera rezando a un futuro distópico. Que aquel pasaje sagrado era de penosa actualidad. Se guardó para sí misma ese pensamiento que rozaba lo sacrílego y besó la imagen, queriendo besar a todas aquellas mujeres que no habían logrado llegar a su destino.

Comenzó a sublimar la cotidianidad. En un año y medio consiguió el nivel de alemán necesario para entrar en un programa de formación profesional. Lameck y Libyana fueron admitidos en una guardería donde aprendieron el idioma de inmediato. Lameck comenzó su primer año de primaria este agosto de 2020. El marido viaja a diario a Berlín, donde trabaja recogiendo basura. "He leído muchas historias sobre mujeres eritreas secuestradas en Libia", afirma Fiory, "se cuenta el horror, las violaciones, las muertes, se discuten las mafias, los más de 6.000 euros que cuesta por persona atravesar África y llegar a Europa. Pero se pierden los detalles que nos salvan".

Los detalles: las heridas en las yemas de los dedos por raspar la pared compulsivamente, porque lo sensorial es el único pasatiempo. Los niños pintando en el polvo o deambulando en círculos durante horas. La ternura de las otras prisioneras. Volver a ver la luz. Los partos, las menstruaciones, la fiebre, el amamantar a los hijos, el amamantar a una extraña. La identidad desvencijada.

De vez en cuando alguien dice “vuelve a tu país” y Fiory sonríe admirando el privilegio arquetípico de aquellos que no alcanzan a imaginar de lo que se huye. Que no tienen que luchar con toda fiereza para seguir con vida. Narrar el viaje no resolverá la complejidad migratoria, no pondrá en orden el dinamismo caótico de lo que conlleva el refugio o la integración. Acaso este relato de viaje no proporcione soluciones; al fin y al cabo, son solo fragmentos de experiencias lejanas. Experiencias que fácilmente podrían ser las nuestras si el azar nos hubiera colocado en la parte difícil del mundo.

placeholder Lameck, Libyana y Fiory, celebrando las navidades ortodoxas en Alemania. (Cedida por la familia)
Lameck, Libyana y Fiory, celebrando las navidades ortodoxas en Alemania. (Cedida por la familia)

Fiory y su esposo decidieron huir de Eritrea en mayo de 2015. Estaba embarazada y tenía otro hijo pequeño. Cruzó el desierto y fueron capturados por el ISIS. Separada de su marido, dio a luz en cautividad y fue obligada a convertirse al islam a latigazos. Escapó del infierno por un inesperado ataque de risa y acabó en manos de los traficantes de migrantes libios. Finalmente, consiguió el dinero para llegar a Europa y reunirse con su marido en Alemania. Hoy, cuando algunas veces escucha decir eso de "vuélvete a tu país", Fiory sonríe. Esta es su historia.

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