Elecciones EEUU: Trump, a examen
Por
El nuevo Santo Grial demócrata: una sanidad pública en Estados Unidos
La voz de una sanidad nueva circula por los mentideros de Washington, la universidad y la calle. En su viaje hacia la izquierda, más demócratas defienden algo que hace poco era cosa de fanáticos
La polarización en Estados Unidos no sólo ha generado intentos de magnicidio, crisis institucionales, hipersensibilidad y el ruido mediático de mil monos encerrados en una cacharrería. En su viaje hacia la izquierda, cada vez más demócratas han empezado a defender algo que, hasta hace muy poco, en este país, también habría sido cosa de fanáticos: una sanidad pública universal.
El grito de guerra es “Medicare para todos”; es decir, ampliar este programa de sanidad pública, que sólo beneficia a los mayores de 65 años y a personas aquejadas de invalidez o de enfermedades infrecuentes, a toda la sociedad estadounidense, y acabar así con el reino del terror de la sanidad más cara y disfuncional del mundo industrializado. Una sanidad que gasta más del doble de la media de otros países, pero que arroja peores índices de salud y de esperanza de vida. Una sanidad donde las aseguradoras, en lugar de pagar los medicamentos del paciente, le paga a este el viaje a México para que los compre allí, y donde una noche de hospital puede costar 3.000 dólares.
La idea nació del senador y líder socialista Bernie Sanders, y se ha extendido a numerosas campañas demócratas de cara a las elecciones legislativas. Los rumoreados candidatos presidenciales de 2020, entre ellos los senadores Corey Booker, Elizabeth Warren o Kamala Harris, también han adoptado el mantra. “La sanidad debería de ser un derecho, no un privilegio”, declaró Harris al subirse al carro. “Este no debería ser un asunto partidista”.
El concepto de sanidad pública universal, revolucionario en el contexto de Estados Unidos, también encuentra oídos cada vez más atentos entre los electores. Según una reciente encuesta de Axios y Survey Monkey (4), el 67% de los estadounidenses estaría de acuerdo en tener algún tipo de sistema público de salud: bien sea un sistema centralizado (34%), o bien uno que dé opciones estatales (33%). El grupo demográfico más a favor también es el más castigado por la baja calidad de la sanidad: las mujeres afroamericanas.
Pero los eslóganes y las generalidades tienen que atravesar una compleja selva de intereses enmarañados. Los demócratas lo saben, y la cruzada por construir una sanidad pública universal ha inspirado diferentes propuestas. La más ambiciosa es la del senador Bernie Sanders. Él propone un “Medicare para todos” puro y literal: poner toda la sanidad en manos del Gobierno. Así, “como paciente, todo lo que necesitas hacer es ir al médico y enseñarle tu tarjeta de seguros”, dice su página de campaña. “No más copagos, no más deductibles y no más luchas con empresas aseguradoras”. Según Sanders, el plan costaría 1,38 billones de dólares anuales durante la primera década.
La estimación de Sanders, elaborada por un profesor de la Universidad de Carolina del Norte-Chapel Hill, es la más optimista. Otro estudio sitúa el coste en 2,4 billones de dólares al año, y el Comittee for a Responsible Federal Budget duplica el cálculo de Sanders. El “Medicare para todos” costaría 2,8 billones anuales y elevaría la deuda del 74% del PIB al 154% en 2026.
La analista de política sanitaria Carolyn Engelhard, profesora asociada de la Universidad de Virginia, dice a El Confidencial que el debate sobre un “Medicare para todos” también ha prendido como el fuego en el mundo académico. Según ella, lo difícil de estimar el coste del proyecto es medir “la redistribución de ingresos/beneficios al mudar algunas de las funciones sanitarias del sector público al sector privado”. Dado que el Medicare “paga menos a los proveedores (hospitales, médicos) que el seguro privado”, la reforma “se encontraría con una gran resistencia de la comunidad médica”.
Luego hay opciones más gradualistas. El think tank Center for American Progress propone reforzar el Medicare, ampliarlo, y enrolar en él, de forma automática, a los recién nacidos, de forma que ya no sea indispensable, como a día de hoy, tener un seguro privado para dar a luz o tener al bebé cubierto. Algunos demócratas aún no se han apuntado a la expansión del Medicare y prefieren centrarse en defender y mejorar la asediada Ley de Cuidado Asequible, u "Obamacare", que la administración Trump ha empequeñecido.
Con todo, para que los demócratas puedan escribir la letra pequeña de semejante reforma, primero tienen que asentarse muy ampliamente en el poder, ya que los republicanos no quieren ni oír hablar de un “Medicare para todos”. El propio presidente, Donald Trump, ha dicho que este proyecto dejaría a Estados Unidos en “bancarrota”, y un aluvión de políticos y analistas han hecho saltar las alarmas en medios de tendencia conservadora.
“Medicare para todos es miseria para todos”, escribió el exgobernador de Arkansas y varias veces precandidato presidencial, Mick Huckabee, que recurrió al habitual símil de comparar la sanidad con tener un coche. “Imagínate por un minuto que el Gobierno dijera que va a comprar un coche a todos en este país. ¿Crees que los 325,7 millones de americanos recibirían Maseratis y Ferraris? Por supuesto que no. La mayoría de nosotros sería afortunado de recibir carracas de hace 30 años. La sanidad no es diferente”.
Según el análisis de la profesora Engelhard, el “Medicare para todos”, por un lado, bajaría los costes administrativos, ya que “los proveedores probablemente se moverían a un esquema de pagos y menos devoluciones en general” y el sistema sería más sencillo y unificado. Por otro, “dar seguro a más de 300 millones de americanos potenciaría el uso [de la sanidad]. Sabemos que los americanos sin seguro usan la sanidad en torno a un 50% menos que los asegurados (...), así que el uso general y el gasto aumentarían”.
Las posibilidades reales
De todas las batallas solapadas, la mayoría sería la política. Engelhard identifica cuatro grandes fuerzas en el sector sanitario: “Los pagadores (gobierno, negocios, personas), los planes (seguros, farmacéuticas), los proveedores (médicos, hospitales), y los pacientes: cada una de estas partes interesadas ganarían o perderían con el ‘Medicare para todos’ y asaltarían el Congreso con dinero para defender sus intereses. Además, nuestras normas en Estados Unidos reflejan una desconfianza general hacia los programas fuertes del Gobierno (...) y habría un aluvión de tácticas del miedo sobre mayores impuestos, largas colas en la sanidad, pérdida de autonomía...”.
Engelhard y otros expertos consideran “casi imposible lograr este tipo de intento legislativo en una ley”. Sin embargo, apuntan hacia las posibilidades gradualistas: por ejemplo un “Medicare X” que incluya a más gente o que dé más opciones. La voz de una sanidad nueva ya circula por los mentideros de Washington, la universidad, y la calle. Quizás sea el primer paso de un proceso que poco a poco vaya cristalizando, elecciones mediante.
La polarización en Estados Unidos no sólo ha generado intentos de magnicidio, crisis institucionales, hipersensibilidad y el ruido mediático de mil monos encerrados en una cacharrería. En su viaje hacia la izquierda, cada vez más demócratas han empezado a defender algo que, hasta hace muy poco, en este país, también habría sido cosa de fanáticos: una sanidad pública universal.