En el frente de Ucrania
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El Batallón Vostok ha llegado de Rusia: los separatistas se preparan para la guerra
El Batallón Vostok ha llegado de Rusia para terminar con la anarquía en Donétsk. Preparan la defensa de la ciudad con blindados y alguna metralleta antiaérea
Un centenar de personas se guarecen de la lluvia en un paso subterráneo. Están calladas, cabizbajas e indefensas como si la policía les hubiese encontrado hachís en la guantera. Son parte de los prorrusos que ocupaban el edificio de la administración regional desde hacía casi dos meses. Allí montaron su cuartel para resistir al “fascismo” de Kiev, probaron las mieles del día de la victoria y el referéndum y abrieron informativos de medio mundo. Ahora de nuevo a la calle. A ocupar una baldosa para no empaparse, con sus pañoletas y bolsas de plástico llenas de ropa y cacharros.
“Hay un nuevo sheriff en la ciudad”, se oye decir. El Batallón Vostok ha llegado de Rusia para terminar con la anarquía en la autoproclamada República de Donétsk. Han vaciado el edificio, han limpiado las barricadas (inflamables) y ahora preparan la defensa de la ciudad con blindados y alguna metralleta antiaérea. Este golpe de autoridad llega justificado por el saqueo de un supermercado de las afueras. Mientras el Batallón peleaba contra el ejército ucraniano, varios milicianos del edificio se entretuvieron desvalijando. Los nuevos mandos detuvieron a doce.
Ha sido una semana traumática para los prorrusos. El lunes tuvo lugar la batalla por el aeropuerto, cuando los helicópteros de combate ucranianos barrieron el panorama con estelas de fuego y bombas y los milicianos caían de árbol en árbol con las metralletas humeando en sus manos. A la mañana siguiente, un camión depositaba 28 cuerpos y medio en la morgue del hospital de Kalinin, en Donétsk.
Los cadáveres fueron apilados ante las cámaras como si fuesen trastos viejos, enredados unos con otros en posturas imposibles. Los médicos hacían viajes de la morgue a la sala forense con camillas metálicas manchadas de sangre seca. Una mujer dio un manotazo a una cámara y rompió a llorar. El resto del personal tenía la cara inmóvil, precintada contra las emociones. Colocaron un trapo en cada rostro exangüe para evitar que sus familias los reconociesen por televisión.
Hasta 70 miembros del Batallón Vostok cayeron en los combates, al menos 33 de ellos rusos, repatriados este viernes en un camión frigorífico atiborrado de ataúdes rojos. Según Al Jazeera, fueron los propios milicianos quienes pidieron a varios periodistas extranjeros que les acompañasen para no ser atacados en la frontera. Una treintena de fallecidos permanecen en el aeropuerto, según explica a El Confidencial Serguéi, asesor de la República de Donétsk.
El Batallón Vostok fue formado por chechenos en 1999 para combatir la islamización del movimiento separatista; luego acabó sumándose al bando ruso. Desde entonces, salvo por su intervención en Georgia en 2008, ha estado en la reserva y quizás ya no cuente con muchos de los miembros originales, siendo la mayoría de Donétsk. El número de sus tropas no está claro, pero sí es evidente su conexión con Rusia: el comandante, Igor Girkin (más conocido como Strelkov) es un esquivo militar oriundo de Moscú, igual que Aleksandr Borodái, primer ministro de la república separatista que circula por Donétsk en un convoy armado.
Dentro de la base del Batallón Vostok
Naturalmente, nadie reconoce el posible papel de Rusia en el envío de los milicianos, ni siquiera su permiso para atravesar una frontera conocida por su corrupción y extrema porosidad. “Son voluntarios que vienen a luchar por solidaridad desde otros países”, decía a este periódico Vladímir Makóvich, vicepresidente del autoelegido Soviet Supremo. Moscú ha ignorado repetidas veces las peticiones de ayuda militar.
El Confidencial ha tenido la oportunidad de visitar la base del Batallón, donde un miliciano de Osetia llamado Mamái, cuyo rostro de montaña cuenta muchas peleas, nos deja tomar fotos sin problema. Tampoco nos han pedido acreditación, ni pasaporte, ni nos han hecho preguntas. El premier Borodái camina con la pistola al cinto y algunos milicianos descansan sentados en el suelo. Dos camiones repletos de muchachos desastrados nos saludan con la mano en un gesto extraño; es como si pidiesen cariño. Salen a combatir portando diferentes armas y uniformes.
La masacre, en la que también murieron dos civiles (el Ejército ucraniano ha negado bajas), cayó como un telón sobre Donétsk. Muchos negocios echaron el cierre y los habitantes intensificaron su marcha, la mayoría en tren. Los autobuses han sido cancelados y salir en coche garantiza el mal trago de atravesar varios check-points de gente nerviosa. Todo el mundo se pregunta cuándo rodarán los tanques ucranianos por la calle Artiom.
La realidad local, que lleva semanas bajo presión, empieza a rasgarse, y por las brechas surgen momentos surrealistas. En uno de los pisos del edificio prorruso, una mujer de verde nos invita a café como si nos echase una bronca, todo calor y autoridad. Se hace llamar Petrovna y habla de sí misma en tercera persona. “Petrovna siempre ha estado junto a los guerreros de Slaviansk”, exclama haciendo el saludo militar. Tiene un retrato del expresidente Yanukóvich oculto por montañas de revistas y tazas vacías. “Cometió errores, sí, pero ¿acaso no los cometemos todos? ¿No has cometido tú errores alguna vez?”.
Ahora mismo se puede entrar al edificio sin autorización. Señores mayores sacan afuera bloques de periódicos, los ascensores funcionan y la propaganda se aburre en las paredes, donde cuelgan listas negras de “se busca” con fotos de militantes proucranianos, figuras de Lenin e incluso una colección de dibujos infantiles evocando a los fascistas de Kiev.
Petrovna nos guía por la que solía ser su planta, su reino. “Mirad, mirad qué limpios”, dice señalando los baños. “El baño de las mujeres, el baño de los hombres. Decime: ¿está todo en orden o no está todo en orden?”.
Un centenar de personas se guarecen de la lluvia en un paso subterráneo. Están calladas, cabizbajas e indefensas como si la policía les hubiese encontrado hachís en la guantera. Son parte de los prorrusos que ocupaban el edificio de la administración regional desde hacía casi dos meses. Allí montaron su cuartel para resistir al “fascismo” de Kiev, probaron las mieles del día de la victoria y el referéndum y abrieron informativos de medio mundo. Ahora de nuevo a la calle. A ocupar una baldosa para no empaparse, con sus pañoletas y bolsas de plástico llenas de ropa y cacharros.