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La intelectualidad prorrusa de Járkiv, vacuna contra el extremismo
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Argemino Barro

En el frente de Ucrania

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La intelectualidad prorrusa de Járkiv, vacuna contra el extremismo

“Es un separatista de Donétsk, un anti-intelectual”, dice un hombre. “No”, añade una mujer, “es miembro de Pravy Sektor, su pene apunta a la derecha”.

Foto: Militantes prorrusos hacen guardia en un puesto de control en la localidad de Semyonovka, a las afueras de Slaviansk. (EFE)
Militantes prorrusos hacen guardia en un puesto de control en la localidad de Semyonovka, a las afueras de Slaviansk. (EFE)

En un sótano de Járkiv, 16 personas comentan un cuadro. En él se ve a un joven de mandíbula chata, ojillos aviesos, la piel picada, medio calvo. Su cuerpo encorvado luce un tatuaje bíblico en el torso y una armadura de gladiador en el brazo derecho; de sus pantalones entreabiertos nace un falo enorme con forma de serpiente. “Es un separatista de Donétsk, un antiintelectual que se imagina como el guerrero San Jorge”, dice un hombre de voz grave. “No”, añade una mujer. “Es un miembro de Pravy Sektor. ¿No veis que su pene apunta a la derecha?”

Si en Kiev nadie ondearía una bandera rusa en la calle, y en Donétsk se premia la insignia ucraniana con paliza o secuestro, Járkiv despliega cómodamente sus matices políticos. Esta ciudad de avenidas limpias y fachadas señoriales, donde una de cada diez personas cursa estudios superiores, flota sobre un denso conglomerado intelectual. Es así desde que Moscú la nombró capital de la República Socialista de Ucrania entre 1919 y 1934, mimándola con industrias y centros de investigación. Járkiv goza hoy de 13 universidades nacionales, 60 institutos científicos y más de 350 empresas de maquinaria y productos químicos que nutren, sobre todo, a Rusia.

Si en Kiev nadie ondearía una bandera rusa en la calle, y en Donétsk se premia la insignia ucraniana con paliza o secuestro, Járkiv despliega cómodamente sus matices políticos

“Es que Járkiv (en ruso) no es Ucrania”, dice Nicolái Isaev, físico de 62 años y profesor de español a tiempo parcial. “Járkiv, Odesa y Donétsk fueron añadidos a Ucrania por decreto en 1922. Lenin y luego Stalin querían introducir masas de obreros rusos para rusificar la república”. Nicolái, que con sus facciones delgadas y su distinguido cráneo lampiño parece un pensador medieval, encarna lo mejor de la Unión Soviética. Nacido en Rusia y licenciado de la Universidad Patricio Lumumba, donde jóvenes de todo el mundo abrazaron la educación socialista, se mudó a Járkiv por amor en 1983. Lo que más le llamó la atención al llegar fue la sofisticada forma de vestir de sus habitantes.

“Járkiv es una ciudad de comerciantes y estudiantes. El peso de la clase obrera es mucho menor que en Donétsk. Aquí hay una gran comunidad científica; fue en Járkiv donde se dividió el átomo por primera vez”, explica orgulloso. Esta ciudad parece una foto antigua o de Instagram, con tonos amarillentos, casi quemados, y personas espigadas caminando en soledad con prendas vintage.

El mayor símbolo soviético de la segunda ciudad de Ucrania es el Derzhprom, un complejo de oficinas construido en 1928. Esta colección de bloques conectados entre sí por túneles colgantes que recuerdan a la película Metropoli, era el edificio más espacioso del mundo hasta que nacieron los rascacielos neoyorquinos. Una estructura tan sólida que ni los nazis le hicieron mella durante la guerra, y que sigue manteniendo su estilo. Siete de sus doce ascensores operan intactos, uno de ellos regido por una ascensorista de pelo rubio que lleva ocho años guiando el cubículo arriba y abajo. El ascensor tiene una silla, flores, un transistor y un viejo teléfono de donde cuelga el bolso de la señora.

placeholder Una comunista durante la marcha por el Día Internacional de los Trabajadores (Reuters).

Frente al Derzhprom está la estatua de Lenin, un Lenin arrugado, realista, que da un discurso con la palma de la mano extendida como si fuese inocente. Poco después de la huida del presidente Yanukóvich, varios partidarios del Maidán declararon que derribarían la estatua del revolucionario. “Esto decidió a mucha gente a manifestarse para evitarlo”, dice Nicolái. Más que una estatua, Lenin es un símbolo de fractura generacional, como demuestran Marina y Marina Jr.: la madre, profesora universitaria de Pedagogía; la hija, estudiante de Derecho. Ambas están de acuerdo en mantener Ucrania unida, pero difieren respecto al monumento. “Quieren quitar a Lenin, ¿por qué? ¿Dónde lo van a poner? ¿Qué daño hace ahí? Es historia”, dice la madre. Su hija sacude la cabeza.

Pese a tener una configuración étnico-lingüística casi idéntica, Járkiv no ha vivido el mismo grado de separatismo que Donétsk. Su sede de la Administración regional, situada frente a la inmensa Plaza de la Libertad (una de las diez plazas más grandes del mundo), fue ocupada por activistas prorrusos en dos ocasiones, la segunda de ellas al mismo tiempo que los edificios oficiales de Luhánsk y Donétsk. Poco después, fuerzas especiales llegadas del oeste desalojaron y detuvieron a los ocupantes. “Te pondría en contacto con los organizadores”, dice Natasha Polulyak, militante prorrusa. “Pero me temo que la mayoría están en la cárcel”. Según el Instituto Internacional de Sociología de Kiev, apenas un 10% de los ciudadanos de Járkiv apoyaron la toma de edificios[1]. El alcalde, Guenadi Kernes, acusado de jugar siempre a dos bandas, permanece ingresado en Israel tras haber sido tiroteado por la espalda mientras montaba en bici.

La melancolía pesa sobre parte de los jarkovchane, desencantados tanto por el Maidán como por la brutalidad del separatismo en Donétsk. “Cuando vivía en el extranjero, esperaba que Ucrania se acercase a la Unión Europea”, dice Lena Levtérova, filóloga de 37 años. “Pero ahora que he vuelto y veo la televisión ucraniana, pienso que la mejor opción es acercarse a Rusia. No quiero vivir en un país donde se pongan obstáculos a la lengua rusa y se levanten monumentos a Stepán Bandera (figura nacionalista sospechosa de colaborar con los nazis)”. 

Nicolái, que defiende una solución federal para Ucrania, no votó en las elecciones presidenciales porque no le gustaba ningún candidato. “Si hubiese alguien como Václav Havel (el primer presidente de la República Checa poscomunista) sí habría votado, pero no lo hay. Ahora los únicos partidos del Parlamento que tienen ideología son (el ultranacionalista) Svoboda y el Partido Comunista. Los demás están ahí por dinero, incluido el nuevo presidente, Petro Poroshenko (…). Si políticos como Oleh Tiahnybok (Svoboda) u Oleh Lyashko (del conservador Partido Radical) llegan a Járkiv, me iré directamente al consulado ruso a pedir el pasaporte. Al fin y al cabo, mi madre, mi hermana y mi hijo viven en Rusia”.

En un sótano de Járkiv, 16 personas comentan un cuadro. En él se ve a un joven de mandíbula chata, ojillos aviesos, la piel picada, medio calvo. Su cuerpo encorvado luce un tatuaje bíblico en el torso y una armadura de gladiador en el brazo derecho; de sus pantalones entreabiertos nace un falo enorme con forma de serpiente. “Es un separatista de Donétsk, un antiintelectual que se imagina como el guerrero San Jorge”, dice un hombre de voz grave. “No”, añade una mujer. “Es un miembro de Pravy Sektor. ¿No veis que su pene apunta a la derecha?”

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