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Las consecuencias del derribo del MH17: el este de Ucrania se prepara para la guerra
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Argemino Barro

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Las consecuencias del derribo del MH17: el este de Ucrania se prepara para la guerra

En Donétsk, rebeldes y vecinos creen que el derribo del avión va a detonar una ofensiva. Los milicianos aseguran a ‘El Confidencial’ que ellos no dispararon

Foto: Restos del avión derribado al este de Ucrania. (Reuters)
Restos del avión derribado al este de Ucrania. (Reuters)

Las palabras “Donétsk” y “tensión” aparecen siempre unidas desde hace tres meses; y cada vez es peor. El derribo del avión de Malaysia Airlines con 298 pasajeros a bordo y la llegada de los combates al centro de la ciudad han ahondado la espiral de nervios. Esa tensión se ve reflejada, por ejemplo, en el dinero. La mayoría de las tiendas llevan cerradas desde hace semanas y los pocos restaurantes abiertos no tienen clientes. Hace tiempo que el magnate Rinat Ajmétov, antaño propietario virtual del Donbás, traspasó sus oficinas a Kiev y pocos son los cajeros que funcionan hoy.

También exudan tensión las caras, los gestos. En la séptima planta del cuartel general separatista, donde se hacen las acreditaciones periodísticas, un reportero francés guiña los ojos sin parar; otro mueve el cuello compulsivamente, como si se quisiese desnucar. La mujer que imprime los permisos tiene un enorme grano rojo en el labio superior y los empleados se hablan a gritos. ¿Qué les queda por delante? ¿Cuáles son sus opciones?

La guerra está demasiado avanzada; el Gobierno de Petró Poroshenko, tras la toma de Slaviansk el pasado 5 de julio, ya no ofrece amnistía para los rebeldes prorrusos que entreguen las armas. Y el avión abatido supuestamente por los insurgentes, al hinchar a Europa de preocupación, parece haber incrementado el apetito de Kiev por alcanzar ya un desenlace.

Este lunes, las viviendas que median entre la estación de tren de Donétsk y el aeropuerto fueron mordidas por fuego de artillería. Cinco civiles perdieron la vida; otros huyeron o se refugiaron en sótanos. Stanislav, un pintor de cuadros religiosos que vive junto a una iglesia, nos muestra las ventanas rotas de su pequeña morada. Un tanque disparó justo enfrente; la onda expansiva reventó los cristales y tiró un muro de ladrillo. Mientras hablamos, ráfagas y explosiones resuenan de fondo, junto al aeropuerto.

A la pregunta de qué creen que va a pasar después del derribo del vuelo MH17, los habitantes de Donétsk responden cargados de fatiga. “No sé lo que va a pasar”, dice Lena, conductora de trolebús. “Sólo sé que yo de mi casa no me muevo”. Lena transita un camino marcado por franjas negras que hunden el asfalto, huella de los tanques del día anterior. “Creo en Dios”, dice santiguándose varias veces.

“Vi morir a los seis, ¡junto a mí! ¡Yo habría sido el séptimo! ¡Gracias, Dios mío!”, dice Faria, miliciano separatista, recordando sus días más duros en Slaviansk. Ahora mismo, Faria baila sobre una navaja. Él y otros supervivientes, la mayoría señores tatuados de más de 50 años, ocupan una vieja escuela junto a una mina de Petrovka, en el extrarradio de Donétsk. Hace aproximadamente dos semanas la mina fue duramente bombardeada.

“Ese avión no lo derribamos nosotros”, dice Altái, comandante del regimiento de Petrovka. “No tenemos las armas necesarias; sólo utilizamos la mosca (lanzamisiles)”. Altái rompe a llorar cuando enumera a sus tres hijos, la mayor de doce años; el pequeño, de seis. Para probar la pobreza de sus pertrechos, uno de sus soldados nos enseña la fecha en que fue fabricado su rifle: 1952. El mango está reforzado con una cinta de goma. “¿Crees que los rusos nos darían estas armas?”.

El tratamiento de las víctimas del avión procedente de Ámsterdam ha demostrado, una vez más, la extrema confusión que reina sobre el terreno. Hasta que los separatistas dejaron partir el tren con las víctimas y entregaron las cajas negras a los expertos malasios, pasaron cuatro días de impedimentos y combates en los alrededores. Ahora que los cuerpos han llegado a Holanda, según la BBC, faltan 82 de los 282 cadáveres que se supone viajaban en el convoy junto a 87 fragmentos de otras víctimas.

Si el misil que impactó contra el avión de pasajeros ha aumentado el estrés en Donétsk, algo parecido ocurre en el escenario internacional: Bruselas y Washington, que aprobaron una nueva ronda de sanciones el miércoles pasado, amenazan con más castigos contra Rusia, a la que consideran el principal apoyo de los insurgentes prorrusos. Pese a que los 28 vecinos europeos caminan lastrados por sus diferentes relaciones comerciales con Moscú, la presión de la Casa Blanca empuja en la dirección del castigo a Rusia.

Holanda, el país que más ciudadanos tiene entre las víctimas del vuelo MH17, ya no se opone a más sanciones. Reino Unido, que acaba de reabrir la investigación del caso Litvinenko, pide una señal de condena “clara y fuerte”. Austria, Suecia y Lituania sugieren un embargo de armas. Exigen a Moscú que controle la frontera, corte el tráfico de armas, deje de respaldar a los separatistas y colabore plenamente en la investigación de la tragedia del avión.

Mientras tanto, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, tras acusar a Ucrania de lo sucedido por no mantener la paz en su territorio, ha prometido hacer lo posible para que la “tragedia horripilante” sea investigada “de forma exhaustiva y transparente”. Asegura que su Administración hará lo posible para influir en las milicias separatistas.

“No escuches lo que dice Putin”, aconseja un veterano corresponsal francés basado en Moscú. “Escucha lo que dice su televisión: eso es lo que él quiere que la gente crea. Y la propaganda sigue con total intensidad”.

Las palabras “Donétsk” y “tensión” aparecen siempre unidas desde hace tres meses; y cada vez es peor. El derribo del avión de Malaysia Airlines con 298 pasajeros a bordo y la llegada de los combates al centro de la ciudad han ahondado la espiral de nervios. Esa tensión se ve reflejada, por ejemplo, en el dinero. La mayoría de las tiendas llevan cerradas desde hace semanas y los pocos restaurantes abiertos no tienen clientes. Hace tiempo que el magnate Rinat Ajmétov, antaño propietario virtual del Donbás, traspasó sus oficinas a Kiev y pocos son los cajeros que funcionan hoy.

También exudan tensión las caras, los gestos. En la séptima planta del cuartel general separatista, donde se hacen las acreditaciones periodísticas, un reportero francés guiña los ojos sin parar; otro mueve el cuello compulsivamente, como si se quisiese desnucar. La mujer que imprime los permisos tiene un enorme grano rojo en el labio superior y los empleados se hablan a gritos. ¿Qué les queda por delante? ¿Cuáles son sus opciones?

La guerra está demasiado avanzada; el Gobierno de Petró Poroshenko, tras la toma de Slaviansk el pasado 5 de julio, ya no ofrece amnistía para los rebeldes prorrusos que entreguen las armas. Y el avión abatido supuestamente por los insurgentes, al hinchar a Europa de preocupación, parece haber incrementado el apetito de Kiev por alcanzar ya un desenlace.

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