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Los ingenieros sin alma
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Aurora Mínguez

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Aurora Mínguez. Berlín

Los ingenieros sin alma

Gracias al fútbol, Alemania ha vivido dos catarsis nacionales de calado en los últimos años. En el 2006, descubrió el orgullo de ser alemán y de

Gracias al fútbol, Alemania ha vivido dos catarsis nacionales de calado en los últimos años. En el 2006, descubrió el orgullo de ser alemán y de poder lucirlo sin complejos. Ahora, ha descubierto la necesidad de combinar la ingeniería deportiva, la técnica del más alto nivel, con la pasión, la improvisación y el entusiasmo. Un terreno en el que los españoles han triunfado sin discusión alguna.

Un cuento de verano

Hace dos años, cuando Alemania organizó el Mundial de Fútbol, ocurrió algo extraordinario entre sus ciudadanos. Y no era que se sintieran intimidados o preocupados ante el montaje de semejante evento internacional y un posible ataque terrorista, sino porque redescubrieron el patriotismo. El patriotismo sano de sentirse por fin libres de sacar espontáneamente las banderas a la calle, envolverse en ellas, plantarlas en sus terrazas, ventanas y coches y no ser por ello identificados como neonazis o nostálgicos de épocas terribles. Súbitamente fue como si esta nación -hace 19 años dividida aún en dos- hubiera superado la leyenda negra y se hubiera sacudido de encima la carga del Tercer Reich que aplastó a sus padres y abuelos. Y el fútbol fue el resorte de esa liberación. No era sólo apoyar a la Mannschaft, a la selección, sino proclamar el placer de ser alemán en una sociedad mixta, abierta y tolerante.

Surgió una especie de devoción absoluta por la selección y su entrenador, Jürgen Klinsmann, y no sólo entre los alemanes puros, sino también entre la comunidad turca residente en este país, y que este domingo formaba parte de la hinchada nacional gritando como el que más. Fué una devoción, una entrega y una alegría colectiva que no cesó cuando quedaron clasificados en tercer lugar. Entonces, como ayer lunes, la afición les dio las gracias por su actuación en el Mundial ante la Puerta de Brandenburgo, con casi el mismo entusiasmo que si hubieran ganado. Aquellas semanas hermosas de fervor nacional y de apoyo ciego al equipo de Klinsmann y Löw -entonces su asistente- quedaron reflejados en una película de Sönke Wortmann titulada Alemania, un cuento de verano.

España destroza el sueño alemán

Este era uno de los titulares de la prensa alemana de ayer lunes, donde se reconocía de manera unánime los méritos del equipo de Luis Aragonés. Pero había también espacio para la reflexión, y ahí viene la segunda catarsis de la psique alemana. La técnica no es suficiente. Joachim Löw -el actual entrenador nacional- puede ser un auténtico experto en informática, vídeos, estadísticas y planificación, y sus hombres pueden tener en la cabeza una enciclopedia sobre técnica futbolística. Pero -dicen los que entienden de fútbol- no se atrevieron a salirse del guión. No están programados para ser espontáneos, como casi nadie aquí, y mucho menos para adaptarse al último grito hispano: el tiqui taca.

Joachim Löw es un hombre metódico, serio y poco emocional. La revista Der Spiegel le calificaba ayer como el autodominio personificado. Hace dos años se empeñó en cambiar el modo de actuar de los futbolistas de élite alemanes, pensando en la Eurocopa. El resultado ha quedado a la vista. Ha habido partidos buenos en estas últimas semanas, como contra Portugal, y otros bastante regulares. Pero el domingo algo falló. Ni el capitán Ballack lideró al equipo como debía -y qué imagen dramática la suya, con media cara llena de sangre- ni nadie supo reaccionar a las cabriolas de Torres, Xavi o Sergio Ramos. Los ingenieros alemanes se quedaron sin alma en el campo, sufriendo la presión de tener en la tribuna de honor al presidente Köhler, la canciller Merkel y medio gabinete federal.

Pero Alemania no se va a lamer las heridas mucho tiempo. Hoy ya tiene la mirada puesta en Sudáfrica y en el Mundial 2010. Empieza otro largo sueño en el que quieren ser acompañados por una afición que ya les ha perdonado quedar segundos. El fútbol es técnica, es suerte, pero es también corazón. Ya nunca más será verdad aquella frase que se usa tanto en España y que aquí desconocen: el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y, al final, siempre gana Alemania.

Gracias al fútbol, Alemania ha vivido dos catarsis nacionales de calado en los últimos años. En el 2006, descubrió el orgullo de ser alemán y de poder lucirlo sin complejos. Ahora, ha descubierto la necesidad de combinar la ingeniería deportiva, la técnica del más alto nivel, con la pasión, la improvisación y el entusiasmo. Un terreno en el que los españoles han triunfado sin discusión alguna.

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