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Sarkozy, presidente de la UE: la arrogancia y los zapatos con alza no bastan
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Aurora Mínguez. Berlín

Sarkozy, presidente de la UE: la arrogancia y los zapatos con alza no bastan

En su época de ministro de Finanzas, Nicolas Sarkozy se dio a conocer en Bruselas, sobre todo, por sus ausencias y retrasos. Era más que evidente

En su época de ministro de Finanzas, Nicolas Sarkozy se dio a conocer en Bruselas, sobre todo, por sus ausencias y retrasos. Era más que evidente que las reuniones comunitarias le aburrían a morir. Tampoco le ayudaban a su objetivo prioritario: hacerse, primero, con el liderazgo de la derecha francesa y, después, llegar al Elíseo. Tampoco en el Ministerio del Interior destacó por su interés por Europa. La UE no le iba a ayudar a limpiar el extrarradio parisino o las grandes ciudades de “gentuza” y delincuentes. Sólo buscaba, no siempre con éxito, comprensión entre sus colegas enfrentados a semejantes problemas de orden público. Más tarde, hace tres años, ya como aspirante oficioso a la Jefatura del Estado, lanzó el primer dardo contra el sacrosanto eje París-Berlín al proponer a cambio un Directorio de seis países europeos, del que formaba parte España. También entonces ya expresó con claridad su rechazo a la incorporación de Turquía a la Unión.

Europa nunca fue un gran tema en su agenda personal y política, a pesar de que él mismo es un resumen de la historia del continente de los últimos cincuenta años: nieto de un judío sefardí, hijo de un emigrante húngaro -al que hoy obligaría a firmar un contrato de integración-; casado actualmente con una italiana y antes con una francesa de origen español. Pero ahora no tiene escapatoria: preside, mucho más él que su primer ministro Fillon, la Unión Europea en medio de otra crisis que se presenta aún más compleja que las anteriores. Por varias razones: porque el 'no' irlandés es el termómetro del malestar de unos ciudadanos que no comprenden nada de Europa porque ningún político se ha tomado la molestia de explicar las cosas de una manera honesta y convincente; porque polacos y checos tienen la excusa perfecta para decir también 'no' a Lisboa; y porque esta fortaleza Europa de 27 países no puede funcionar eternamente con el esquema legal imperante: el Tratado de Niza. Si los 27 miembros de la Unión siguen estando obligados a adoptar decisiones importantes de manera unánime, el riesgo de que no llegen a ninguna es muy alto.

Sarkozy necesitará aliados, modestia y empatía

Sin embargo, en Europa hay dudas e inquietud sobre si Sarkozy va a estar a la altura de las circunstancias. No se trata sólo su personalidad exuberante, imprevisible, a veces irascible -como lo muestra de nuevo el último episodio de esta semana con un técnico y una maquilladora en un estudio de televisión-. No es sólo su afán constante de protagonismo, su ambición, su dinamismo que implica quizá una incapacidad crónica para concentrarse en una cuestión específica. Es que hasta ahora no ha dado muestras de poseer lo que aquí en Alemania se define como “la sensibilidad de la punta de los dedos”. Es decir, el savoir faire diplomático de tratar los temas complicados con elegancia, sin enfrentamientos directos, con empatía hacia el otro, sin arrogancia. A polacos y checos no podrá aconsejarles, como les dijo en su día su predecesor, Jacques Chirac, que se callen porque acaban de ingresar en la Unión Europea y tienen mucho que agradecer.

Por vez primera -tal vez- Sarkozy va a tener que dejar de lado la soberbia y ese estilo chulesco que también ejerce su amigo Berlusconi y demostrar otro tipo de dotes. Porque la situación actual en Europa no se resuelve con tres gritos y un puñetazo en la mesa. Ni se pueden mandar cañoneras contra los inmigrantes, ni se pueden reducir los gases contaminantes a base de plegarias al cielo, ni se resuelven los problemas de liquidez y de alzas inflacionistas exigiendo más control político sobre el Banco Central Europeo. Como decía ayer en un editorial Le Monde, Sarkozy necesita aliados, deberá renunciar a su egomanía, a ese hiperprotagonismo que constituye su esencia, y echar mano de todos. Por supuesto de Angela Merkel, a pesar de que la química entre los dos siga sin funcionar, pero también del premier británico Gordon Brown, de Zapatero, del irlandés Cowen, del polaco Tusk y del checo Topolanek... incluso de Berlusconi. De cómo resuelva la presente crisis dependerá su prestigio político y personal en el futuro. La hipoteca que recibe Sarkozy es muy grande, y es ahí donde un hombre que luce zapatos con alza deberá demostrar su verdadera altura.

En su época de ministro de Finanzas, Nicolas Sarkozy se dio a conocer en Bruselas, sobre todo, por sus ausencias y retrasos. Era más que evidente que las reuniones comunitarias le aburrían a morir. Tampoco le ayudaban a su objetivo prioritario: hacerse, primero, con el liderazgo de la derecha francesa y, después, llegar al Elíseo. Tampoco en el Ministerio del Interior destacó por su interés por Europa. La UE no le iba a ayudar a limpiar el extrarradio parisino o las grandes ciudades de “gentuza” y delincuentes. Sólo buscaba, no siempre con éxito, comprensión entre sus colegas enfrentados a semejantes problemas de orden público. Más tarde, hace tres años, ya como aspirante oficioso a la Jefatura del Estado, lanzó el primer dardo contra el sacrosanto eje París-Berlín al proponer a cambio un Directorio de seis países europeos, del que formaba parte España. También entonces ya expresó con claridad su rechazo a la incorporación de Turquía a la Unión.

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