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La culpa es individual y el recuerdo, colectivo
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Aurora Mínguez

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Aurora Mínguez. Berlín

La culpa es individual y el recuerdo, colectivo

¿Cuánto tiempo necesita un país para curar las heridas de una guerra civil o de un Holocausto? ¿Se pueden imponer la memoria y el recuerdo?

¿Cuánto tiempo necesita un país para curar las heridas de una guerra civil o de un Holocausto? ¿Se pueden imponer la memoria y el recuerdo? ¿Y el olvido? ¿Quién defiende la dignidad de los vencidos o de los que desaparecieron en los crematorios? He seguido desde Berlín el revuelo creado por la propuesta del juez Garzón de abrir un archivo exhaustivo de los desaparecidos en la guerra civil y me resulta inevitable trazar paralelismos con la manera cómo los alemanes se han enfrentado y se enfrentan todavía con su pasado nazi. Se me dirá que no se puede comparar una guerra civil como la española con el Tercer Reich, pero contestaré que el Holocausto, aquí en Alemania, lo llevaron a cabo alemanes contra ciudadanos alemanes que, además, eran judíos. Algunos de ellos habían luchado por Alemania en la Primera Guerra Mundial, y habían regresado heridos y condecorados. Cuando les detuvieron no iban armados ni presentaron resistencia.

 

“Stolpersteine”...o las piedras con las que te das un tropezón

Vivo en el barrio de Charlottenburg, en el antiguo Berlín occidental. Un “ensanche” de la antigua capital, creado a principios del siglo XX, y en el que se instaló la burguesía prusiana y los nuevos ricos. Entre ellos había también bastantes ciudadanos judíos. Empresarios, médicos, artistas, muchos psicoanalistas. Cuando salgo a pasear por el barrio me tropiezo a menudo con las “stolpersteine”...traducido literalmente, las piedras con las que das un traspiés o un tropezón. Se trata de plaquitas de latón dorado, de diez por diez centímetros, insertadas en el suelo, colocadas a la entrada de algunos portales, y en las que se leen textos como el siguiente:

AQUÍ VIVIÓ

MAX RYCHWALSKI

Nacido en 1864

Deportado el 21.08.1942

Theresienstadt

Asesinado el 31.01.1943.

El señor Rychwalski  y su esposa, Amalie, que también tiene su placa en el suelo, al lado de su marido, vivió en el número 32 de la calle Bleibtreu. Mi casa está en la acera de enfrente. En la misma calle hay otras tres stolpersteine…a la vuelta de la esquina, en la calle Mommsen, hay siete más. En todo Berlín se pueden ver en estos momentos dos mil de estas placas; en toda Alemania hay 15.000,distribuídas en 345 ciudades, y se pueden encontrar también en Austria, Hungría y Polonia. Se trata de una iniciativa privada, promovida por un artista  llamado Günter Demnig, en memoria de todas aquellas personas que un día fueron sacadas de sus casas con destino a un campo de concentración o de exterminio. Sus domicilios fueron ocupados por arios, y su recuerdo fue sellado con el olvido. Sin un decreto o una ley, de forma natural o por mera supervivencia.

Conviene subrayar lo de “iniciativa privada”. Demnig empezó con su proyecto en 1996.Un año después colocaba la primera placa en el barrio berlinés de Kreuzberg (sólo en la calle Oranien hay hoy día 50 placas para otros 50 vecinos que fueron deportados en algún momento durante la pesadilla nazi). Lo que hacía Demnig entonces no estaba autorizado, pero tampoco era ilegal. A partir del año 2000 contó, si no con los parabienes oficiales, sí al menos con la autorización correspondiente. Ahora, la campaña sigue a base de donaciones particulares, y si alguien quiere encargar y que se coloque  una placa debe pagar 95 euros.

El olvido de los nombres y del recuerdo

Demnig quiere mantener el recuerdo de las personas que vivieron en aquellas casas asaltadas por los nazis, porque, según sus propias palabras,” un hombre es olvidado si se olvida su nombre”. De ahí ese afán por descubrir y sacar a la luz las sombras del pasado…en este caso de un pasado unido a lo cotidiano, a aquellas personas que compartieron con los alemanes “cien por cien alemanes” escaleras, portal o patio. Algunas de estas placas han sido destruidas, o pintadas por encima para impedir leer el texto que llevan grabado. Las que se colocan en ciudades de la antigua Alemania oriental a veces deben contar en el momento de su instalación con una discreta vigilancia policial...

El recuerdo, o la obligación de recordar, sigue doliendo. Pero, en general, Alemania puede dar un ejemplo de cómo el reconocimiento del horror infligido a los demás-sean judíos, gitanos, eslavos, minusválidos u homosexuales- es también la garantía de una curación. Se tardó más de diez años en alcanzar un acuerdo para levantar en el centro de Berlín, muy próximo al búnker de Hitler, un Monumento Central dedicado a las Víctimas del Holocausto. De cuando en cuando se hacen pintadas nazis en los pilares grises que componen el Memorial. Pero, en general, se impone un respeto o, en el peor de los casos, un mirar hacia otro lado.

Una cosa es conocer, admitir  y contribuir a descubrir partes aún ignotas del pasado y otra es sentirse personalmente culpable. La conciencia, dijo hace años el ex presidente federal Richard von Weizsäcker, es individual, no colectiva.

 

Baltasar Garzón