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2009: el año en el que Europa debería, por fin, madurar
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Aurora Mínguez. Berlín

2009: el año en el que Europa debería, por fin, madurar

En las crisis mayúsculas, como las que estamos viviendo estos días, es cuando se pondera de verdad -como diría Fraga- el peso de las instituciones y

En las crisis mayúsculas, como las que estamos viviendo estos días, es cuando se pondera de verdad -como diría Fraga- el peso de las instituciones y los políticos. Y hasta ahora, no se puede decir que Europa haya dado la talla. Está claro que la presidencia checa de la Unión no está siendo tomada muy en serio en Moscú a la hora de cumplir con los acuerdos firmados con la UE para garantizar la distribución del gas. Probablemente en los pasillos gubernamentales de Jerusalén deben de estar un poco hartos de las visitas diarias de los ministros de Asuntos Exteriores europeos quienes, uno a uno, en procesión, acuden allí solicitando un alto el fuego en la tragedia de Gaza. Triste espectáculo de una Europa que no ha sido todavía capaz de ponerse de acuerdo para tener una sola voz en política exterior.

 

La segunda guerra entre Israel e Irán

Esa y otras razones de tipo ideológico explican por qué la Unión Europea en su conjunto, y Europa en particular, no son tomadas tampoco en gran consideración por los israelíes a la hora de poner fin a las hostilidades. Los europeos son vistos como antisemitas en diferentes grados -y los españoles, al parecer, somos un caso grave- y, sobre todo, como unos miopes incapaces de ver cuáles son las claves de esta trágica lucha. Sí las ha detectado un intelectual como Joschka Fischer, ex ministro de Asuntos Exteriores alemán: a lo que estamos asistiendo en estos días -dice Fischer- es a la segunda guerra entre Israel e Irán (representado sobre el terreno por Hamás), después de una primera edición que tuvo lugar hace dos años cuando los  israelíes invadieron el sur del Líbano para intentar acabar, sin éxito, con Hezbolláh.

La oportunidad de cambiar Europa y sus líderes

Crisis económica aparte, y ya con Obama como presidente, Europa se enfrenta a un año 2009 bastante decisivo. Van a cambiar sus dos instituciones más destacadas: el Parlamento y la Comisión europeas. El día 7 de junio se va a elegir  una nueva Eurocámara, y 400 millones de europeos podrán escoger de manera directa a sus representantes allí. Si en el Parlamento Europeo consiguen la mayoría los socialdemócratas, el próximo presidente de la Comisión Europea, es decir, del Ejecutivo europeo, será también socialdemócrata. En caso contrario, es decir, si ganan los partidos conservadores, Durao Barroso podría conseguir esa reelección con la que sueña. Desgraciadamente, en la campaña para los comicios europeos se hablará más de cuestiones nacionales que de las comunitarias, demostrando nuestros políticos una vez más su escaso conocimiento e interés por un tema vital para nuestro futuro. Semejante conducta es probable que se vea premiada con una apabullante abstención el día de la votación. Sería una lástima si este pronóstico se ve confirmado por la realidad.

Otro asunto europeo pendiente y que también tiene su peso específico es el previsto referéndum irlandés sobre el Tratado de Lisboa. Ese Tratado que, si hubiese entrado en vigor ya, nos habría permitido tener un Ministro de Exteriores Europeo. Y nos habría proporcionado también en este año  un presidente de Europa, oficialmente denominado “Presidente del Consejo de Jefes de Estado y de Gobierno de la UE”, que se hubiera podido sentarse a negociar directamente y de tú a tú con Obama o Medvedev sobre cómo abordar la crisis económica, el desastre del cambio climático o el fundamentalismo islámico. 25 de los 27 países de la Unión Europea han dado el sí al Tratado de Lisboa. Los irlandeses dicen que celebrarán su consulta popular en noviembre. El presidente checo, Klaus, insiste en que sólo ratificará Lisboa cuando lo hayan hecho los irlandeses. Así están las cosas y mejor no pensar en la posibilidad de que en la isla verde digan de nuevo “No”.

Más tropas europeas a Afganistán

En las crisis mayúsculas, como las que estamos viviendo estos días, es cuando se pondera de verdad -como diría Fraga- el peso de las instituciones y los políticos. Y hasta ahora, no se puede decir que Europa haya dado la talla. Está claro que la presidencia checa de la Unión no está siendo tomada muy en serio en Moscú a la hora de cumplir con los acuerdos firmados con la UE para garantizar la distribución del gas. Probablemente en los pasillos gubernamentales de Jerusalén deben de estar un poco hartos de las visitas diarias de los ministros de Asuntos Exteriores europeos quienes, uno a uno, en procesión, acuden allí solicitando un alto el fuego en la tragedia de Gaza. Triste espectáculo de una Europa que no ha sido todavía capaz de ponerse de acuerdo para tener una sola voz en política exterior.

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