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Irán desafía al mundo sabiendo que el mundo lo necesita
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Aurora Mínguez

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Aurora Mínguez. Berlín

Irán desafía al mundo sabiendo que el mundo lo necesita

¿Palo o zanahoria? ¿O las dos cosas a la vez? ¿Alianza de Civilizaciones o coscorrón y tente tieso? En pocas ocasiones la comunidad internacional se ha

¿Palo o zanahoria? ¿O las dos cosas a la vez? ¿Alianza de Civilizaciones o coscorrón y tente tieso? En pocas ocasiones la comunidad internacional se ha encontrado ante un dilema tan difícil de resolver. Hay que condenar lo que está ocurriendo en Irán, pero, a la vez, hay que dejar una puerta abierta a Teherán porque sus autoridades juegan un papel clave en conflictos fundamentales: no sólo en Oriente Medio (apoyando a Hezbolá en Líbano o a Hamás en Gaza), sino en las múltiples hogueras abiertas en Iraq, Pakistán, Afganistán, el Cáucaso o Asia Central.

 

Para el presidente de los Estados Unidos es, sin duda, su primer gran pulso internacional. Entre sus primeras iniciativas diplomáticas Barack Obama destacó por tender una mano abierta al régimen de los ayatolás. En estos últimos días ha sido criticado en su país por los republicanos y por el lobby judío, quienes creen que sus palabras de condena por lo que está pasando están siendo demasiado conciliadoras o poco enérgicas. Pero la prensa norteamericana recuerda que aquí no valen bravatas: ni la CIA va a organizar un golpe de Estado en Irán, como ocurrió en 1953, ni se puede apoyar de una manera rotunda a Musavi, porque esto podría suponer su condena a muerte.

Ha habido pucherazo, seguramente, pero de nada sirve arrinconar a un Ahmadineyad que cuenta con millones de votantes que odian a Occidente y, especialmente, a los Estados Unidos. Lo que más desean es que Washington, el Gran Satán, se entrometa a fondo y amenace para verse ratificados en sus ideas.

Europa, una vez más, actúa en un papel secundario, dividida entre la necesidad  moral de defender los derechos humanos y denunciar un fraude electoral que los ayatolás no consideran tan grave y el convencimiento de que hay que continuar con el diálogo, especialmente en materia nuclear. Gran Bretaña, la gran potencia colonial, es vista con especial antipatía, y la expulsión del corresponsal fijo de la BBC en Teherán es sólo una pequeña muestra del enojo de los radicales contra los antiguos ocupantes. La canciller alemana ha pedido la celebración de nuevas elecciones y ha recordado el respeto al derecho de manifestación y de expresión, pero se ha cuidado muy mucho de ir más allá por miedo a que los manifestantes sean vistos como hombres de paja de las potencias occidentales.

Hace unos días Joschka Fischer, el ex ministro de Asuntos Exteriores alemán escribía en el Süddeutsche Zeitung: “Si se aplastan las manifestaciones que se están produciendo en todo el país con violencia, Occidente tendrá aún más difícil mantener su oferta de diálogo. Porque entonces al régimen de Teherán le quedará sólo el aislamiento internacional y la confrontación con el exterior en su objetivo por sobrevivir”.

Carl Bildt, el ministro de Exteriores sueco (y Suecia asume la presidencia de la UE en menos de una semana, el 1 de julio) parece que acaba de descubrir la última verdad: “La máxima autoridad en Irán -afirma- es un líder religioso. En qué medida esto puede influir en las negociaciones que tenemos por delante, eso es algo que veremos en los próximos días y semanas”. Es difícil imaginar que los ayatolás vean como una prioridad sentarse con una delegación europea para hablar de su programa nuclear o de derechos humanos. Una primera ocasión se brinda ya, en la reunión  que van a celebrar este jueves y viernes los titulares de exteriores del G8 en la ciudad italiana de Trieste para hablar de la situación en Afganistán y Pakistán. Los iraníes han sido invitados, pero nadie se sorprenderá si su silla permanece vacía.

¿Palo o zanahoria? ¿O las dos cosas a la vez? ¿Alianza de Civilizaciones o coscorrón y tente tieso? En pocas ocasiones la comunidad internacional se ha encontrado ante un dilema tan difícil de resolver. Hay que condenar lo que está ocurriendo en Irán, pero, a la vez, hay que dejar una puerta abierta a Teherán porque sus autoridades juegan un papel clave en conflictos fundamentales: no sólo en Oriente Medio (apoyando a Hezbolá en Líbano o a Hamás en Gaza), sino en las múltiples hogueras abiertas en Iraq, Pakistán, Afganistán, el Cáucaso o Asia Central.

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