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La dosis justa de testosterona
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Aurora Mínguez

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Aurora Mínguez

La dosis justa de testosterona

Alfredo Pérez Rubalcaba visitó Berlín la semana pasada para cambiar impresiones con Peer Steinbrück, el hombre que aspira a convertirse en el próximo canciller socialdemócrata de Alemania.

Alfredo Pérez Rubalcaba visitó Berlín la semana pasada para cambiar impresiones con Peer Steinbrück, el hombre que aspira a convertirse en el próximo canciller socialdemócrata de Alemania. Saltaba a la vista de cualquiera que ambos machos alfa de la política no pasan por su mejor momento. Rubalcaba no es sino una sombra de lo que fue, y a Steinbrück ese mismo día le había presentado la dimisión su recién nombrado asesor para la campaña en Internet de su candidatura, tras haber trascendido que Roman María Koidl no sólo es un ciudadano suizo rico, propietario de una fábrica de chocolates y un yate, sino que ha trabajado para el hedge fund Cerberus.

Datos difíciles de asimilar para los compañeros socialdemócratas, especialmente cuando Steinbrück se ha desgañitado hablando de regular de una vez por todas los mercados. Era un nuevo faux pas del candidato del SPD, exministro de Finanzas en la Gran Coalición y hoy diputado de a pie, que todavía no ha conseguido aclarar al cien por cien todos sus ingresos extra como conferenciante en los últimos tres años, y que superan el millón de euros.

Pero, a pesar de estos importantes reveses en el inicio de su carrera hacia la Cancillería, Steinbrück mantiene su característica personal básica. Como sus coetáneos Gerhard Schröder (excanciller socialdemócrata) y Joschka Fischer (exlíder del Partido Verde, exministro de Exteriores), el candidato del SPD es, por encima de todo, un macho que hace política. Arrogante, alguien que apenas mira a los ojos de su interlocutor, encantado de haberse conocido, lenguaraz, brillante intelectualmente, poco o nada empático y con un temperamento de toro bravo que embiste ante cualquier ataque sin pensárselo dos veces.

Dentro del SPD todavía hay muchos que dudan de que Steinbrück consiga mandar a su casa dentro de diez meses a la discreta Merkel. De momento, la campaña no ha empezado con buen pie para él. Y Angela Merkel está tranquila con sus niveles récord de popularidad y confiada en que la temida recesión no se cuele por algún rincónEl estilo de Schröder y Fischer fue aceptado, incluso por las mujeres, en sus tiempos de éxito, a finales de la década de los noventa y principios de la década de 2000. Incluso les apodaban los Audi por su acumulación de anillos: el primero se ha casado cuatro veces y el segundo, cinco. Pero con la irresistible ascensión de Angela Merkel -enormemente despreciada en su día por el dúo Schröder-Fischer- la importancia de los altos niveles de testosterona en la política alemana ha cambiado de una manera decisiva. Merkel hace su trabajo y gestiona su país al margen de cuál sea su sexo. No actúa en base a descargas hormonales, sino neuronales. Y eso explica, en buena parte, su temperamento alejado de las emociones fuertes y de cualquier sentimentalidad más o menos femenina. Ser mujer, y aparentarlo, es casi una cuestión secundaria en la mente pragmática de esta doctora en Físicas.

El SPD no conquista a las mujeres

Y precisamente esto es lo que le puede crear auténticos problemas a Steinbrück. Su tono de machote no llega bien a las mujeres y, especialmente, a las más jóvenes. No es que se ponga en duda su capacidad, es que no es próximo ni es simpático, a diferencia de Merkel. Y no es que las mujeres vayan a votar en masa por ella, ni que las mujeres elijan preferiblemente a otra mujer como primera ministra. Las estadísticas muestran justo lo contrario. Cuando Angela Merkel se hizo con el poder, en 2005, no fue precisamente gracias al voto femenino. Sin embargo, la canciller ha sabido transmitir un estilo propio, que no es feminista ni femenino, ni impone cuotas, que mezcla progresismo y conservadurismo, y que encuentra amplio respaldo en la población alemana.

De cara a una campaña electoral que se presenta dura, Steinbrück debe plantearse cómo ganar el decisivo voto femenino, que hasta ahora no ha ido masivamente al Partido Socialdemócrata alemán. Y lo va a tener complicado, porque él, como exministro de Hacienda, se mueve bien en asuntos financieros y bancarios, pero no se ha ocupado de esas otras cuestiones que son el día a día de las familias y de las mujeres: la escasez de plazas de guardería, el promover que las jóvenes madres se incorporen lo antes posible al trabajo (a diferencia de lo que postula la CDU de Merkel), la igualdad de salarios (Alemania es uno de los países con horquillas más separadas entre los sueldos de hombres y mujeres por el mismo trabajo), la implantación de una cuota femenina en los puestos directivos, las ayudas para el cuidado de ancianos y personas dependientes…

Dentro del SPD todavía hay muchos que dudan de que Steinbrück consiga mandar a su casa dentro de diez meses a la discreta Merkel. De momento, la campaña no ha empezado con buen pie para él. Y Angela Merkel está tranquila con sus niveles récord de popularidad y confiada en que la temida recesión no se cuele por algún rincón. Sólo si las cosas se ponen realmente mal desde el punto de vista económico, los socialdemócratas podrían tener una posibilidad real de derrotar a la canciller. Las encuestas señalan que a muchos ciudadanos les gustaría que llegara otra Gran Coalición de los democristianos y los socialdemócratas. Lo que no está tan claro es si a Steinbrück le gustaría formar parte de ella.

Alfredo Pérez Rubalcaba visitó Berlín la semana pasada para cambiar impresiones con Peer Steinbrück, el hombre que aspira a convertirse en el próximo canciller socialdemócrata de Alemania. Saltaba a la vista de cualquiera que ambos machos alfa de la política no pasan por su mejor momento. Rubalcaba no es sino una sombra de lo que fue, y a Steinbrück ese mismo día le había presentado la dimisión su recién nombrado asesor para la campaña en Internet de su candidatura, tras haber trascendido que Roman María Koidl no sólo es un ciudadano suizo rico, propietario de una fábrica de chocolates y un yate, sino que ha trabajado para el hedge fund Cerberus.