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Julio Camba, el menos alemán de los corresponsales españoles en Berlín
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Aurora Mínguez

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Aurora Mínguez

Julio Camba, el menos alemán de los corresponsales españoles en Berlín

“Cuando me vine a Alemania, los amigos me decían: -Ten cuidado. Mira que vas a volver hecho un sabio (…) Si yo

“Cuando me vine a Alemania, los amigos me decían:

-Ten cuidado. Mira que vas a volver hecho un sabio

(…) Si yo no me he vuelto  completamente sabio en Alemania, mi trabajo me ha costado. Últimamente, me noté síntomas así como de ir adquiriendo un criterio científico para todas las cosas. Entonces me entró una gran aprensión y me fui” (Alemania. Impresiones de un español. Editorial Renacimiento. 2012)

Julio Camba llega a Berlín, la capital de Prusia, hace cien años. Aterriza allí procedente de París en mayo del 1912 como corresponsal de La Tribuna y después es fichado por el diario ABC donde firma crónicas desde octubre de 1913 hasta marzo de 1915. Invitado a abandonar Francia por sus crónicas excesivamente críticas con la colonia española residente allí, Camba llega sin demasiado entusiasmo a una Alemania que se prepara lenta pero concienzudamente para una gran guerra que consolide su posición dominante en Europa.

Llega sin conocer el país y tampoco la lengua, así que sus primeros escritos son más bien impresiones con un alto nivel satíricogalaico de lo que observa a su alrededor. No hay análisis político, no hay entrevistas con personajes importantes de la época, no hay reportajes… El periodismo español de principios de siglo pasado era muy diferente del actual, con grandes dosis de brillantez literaria y de humor, como es el caso de Camba, pero sin informaciones concretas sobre cómo las autoridades de la época maniobran y preparan la tragedia de la Primera Guerra Mundial. No hay referencias al nacimiento del movimiento obrero que va en paralelo al proceso de industrialización que se vive en Prusia y, muy especialmente, en Berlín, y sólo hay menciones a vuela pluma acerca del militarismo rampante: “Toda la población alemana es ejército. Unos alemanes van vestidos de militares y otros van vestidos de paisano (…) Yo no comprendo completamente a un alemán más que vestido de militar (...) se dijera que ha nacido con el casco adherido a la cabeza y que por las noches deja la cabeza y el casco a la puerta de su dormitorio para que el asistente se lo bruña todo con la misma pasta y el mismo cepillo”.

Sorprendente resulta el rechazo que Camba parece experimentar por el otro gran puntal de la civilización prusiana: la ciencia y la cultura. Se toma a guasa a los sabios, presentados como habituales usuarios de levitas sucias y llenas de grasa, calvos y pesados, casi insoportables en su gravedad  para el periodista que añora la frivolidad y la ligereza parisinas. “Ustedes tienen el poderío- replica Camba- , pero la civilización está hacia el Sur. Los franceses son mucho más civilizados que ustedes. Poseen el arte de vivir bien. Su música, su filosofía, todo es ligero”.

La Casa Europea de 1912: los españoles, en el desván

El artículo titulado En la planta baja es un magnífico retrato de los pueblos europeos de principios del siglo XX que marca asombrosos paralelismos con la actualidad. En la planta baja viven los alemanes (“trabajan mucho y ganan dinero. Pero no saben vivir. Comen unas porquerías infectas”). “Al fondo, en un pabellón aislado los ingleses, (…) gente un poco orgullosa, pero de muy buenas costumbres”. Los franceses viven en el Principal (”gente alegre, simpática,comunicativa. Se pasan el día  comiendo y bailando”).Los italianos,en el Segundo (“se ve que esta gente ha tenido un pasado magnífico.Cuadros y estatuas por todos los rincones. Actualmente, no les va muy bien”. En la casa europea hay otros pueblos vecinos, y los españoles habitan en el desván: (“Vivimos entre telarañas y trastos viejos. Todos los días decimos que vamos a renovar el piso, pero no lo hacemos nunca. Nos levantamos muy tarde y tenemos una fama de vagos perfectamente justificada… somos unos hidalgos que no envidiamos a nadie”).

Camba, que ha conocido en España la miseria y que ha coqueteado con el anarquismo, conserva esa esencia española que reivindica lo propio con un orgullo quizá equivocado.Él, que se autodefine como “el hombre menos alemán del mundo”, presenta  en Los españoles de la Casa Gruhe (la pensión berlinesa donde se hospedaron numerosos estudiantes españoles becados por la Junta de Ampliación de Estudios, entre ellos Julián Besteiro) los dos tipos de compatriotas expatriados que viven en Berlín: “Hay una mitad que se adaptan, que aprenden el idioma y que vuelven a España modificados. Los otros ni aprenden idiomas, ni se transforman ni sacan el menor provecho de sus viajes. Yo admiro a estos últimos (..) Ellos representan el espíritu expansivo de la raza (…) han venido a Alemania a  conquistarla, que es lo castizo, y no para dejarse conquistar por ella”.

Lo castizo, según Camba, es no dejarse empapar mucho por las ideas y las complejidades del pensamiento y la lengua alemana: “el alemán es algo verdaderamente terrible. No hace aún mucho tiempo, un muchacho español se volvió loco estudiando alemán (..) otros se vuelven idiotas, que es peor, y, sobre todo, pedantes. Si yo llego a saber alemán sin volverme muy pedante y sin ponerme completamente insoportable, mi mérito será realmente extraordinario”.

Eran otros tiempos del periodismo en los que no se exigía ni rigor, ni exactitud ni conocimientos previos para ejercer como corresponsal. Una buena pluma y tener los ojos bien abiertos era más que suficientes para firmar crónicas brillantes desde el punto de vista literario.Se alimentaban los estereotipos en lugar de explicarlos o combatirlos. En ocasiones, no se permitía que la realidad pusiera en cuestión una crónica excelentemente escrita pero poco fundamentada en hechos. Años después, César González Ruano, Eugenio Xammar, Felipe Fernández Armesto y Carlos Sentís informaban desde Berlín del ascenso del nazismo ya sin ese toque sarcástico y juguetón del genial Camba. Leerlos hoy es constatar que son viejas glorias de  un oficio mítico, el de corresponsal, que parece tener los días contados.

“Cuando me vine a Alemania, los amigos me decían: