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Merkel despacha a Rajoy sin un solo gesto de cariño
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Aurora Mínguez

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Aurora Mínguez

Merkel despacha a Rajoy sin un solo gesto de cariño

Pertenecer a una familia, de sangre o política, tiene sus cosas buenas, pero también sus marrones. Cuando un miembro tiene un problema, generalmente se le apoya

Pertenecer a una familia, de sangre o política, tiene sus cosas buenas, pero también sus marrones. Cuando un miembro tiene un problema, generalmente se le apoya o se le echa un cable, aunque se discrepe de su manera de entender la vida o se marque una cierta distancia de seguridad. A Angela Merkel le ha pasado esto a menudo… Le ocurrió con el inefable Silvio Berlusconi, le ocurre ahora con el húngaro Viktor Orban, que poco a poco está desmontando el sistema democrático en su país en alianza con la extrema derecha.

 

Y ayer, como no podía ser menos, la canciller dijo que apoyaba a Mariano Rajoy a pesar del escándalo político que le acompañaba en su viaje a Berlín. Impensable una crisis política en España o la dimisión del presidente en estos momentos tan delicados para la Unión Europea. Igualmente, expresó su intención de seguir trabajando juntos “en un clima de mutua confianza”. Merkel no quiso responder al periodista que le recordó que ella había intervenido de manera decisiva, en diciembre de 1999, para cortar de raíz el escándalo de financiación irregular en su propio partido, la CDU. No era el momento de hacer más sangre.

Quien lleva años observando a Angela Merkel, no sólo como jefa de Gobierno -sino también como líder de la oposición-, vigila su modo de actuar y sus pequeños gestos puede sentir cuándo hay feeling con sus invitados y cuándo no, sobre todo tratándose de una mujer tan poco emotiva y emocional como es la canciller. No lo hay con Hollande, no lo hay con Rajoy, y sí se ve claramente con Mario Monti, con el premier polaco, Tusk, con la primera ministra danesa Thorning-Schmidt e, incluso, con el británico Cameron. Ayer, la canciller seguía el ritual de convocar a la prensa tras los contactos políticos, y cumplía con el protocolo correctamente, como siempre. Pero tampoco fue más allá: en la comparecencia ante los medios con Rajoy no hubo ningún gesto cariñoso, ninguna sonrisa compartida y tampoco las miradas cómplices que se ven en otros duetos de la canciller con sus invitados.

Merkel y Rajoy sabían que el asunto Bárcenas -palabra tabú- era casi el único tema que interesaba a los numerosos periodistas concentrados allí -muchas cámaras, no sólo alemanas y españolas, sino también de otros países europeos-, y estaban preparados para responder lo que se esperaba de ellos, sin grandes sorpresas ni revelaciones. Todo menos hablar de políticas de crecimiento. La canciller echó mano de su viejo repertorio: las reformas estructurales llevan su tiempo y, especialmente, en el mercado de trabajo. Estamos intentando bajar los impuestos para que los alemanes consuman más y compren más productos de nuestros socios. No hay alternativa a la austeridad. Paciencia.

Otro portazo al crecimiento

El objetivo de Merkel estaba claro: no abrir ningún frente nuevo, apoyar formalmente al Gobierno de Madrid y concentrarse en lo que para ella es realmente importante: sumar consensos de cara a la difícil discusión de las Perspectivas Financieras de la UEAsí que Mariano Rajoy ha vuelto a Madrid con las manos más vacías de lo que habría deseado; con el apoyo político de la señora Merkel, sí, pero sin ninguna variación en la doctrina que se aplica en toda Europa: hay que sufrir hasta que el dolor empiece a ceder. Y resulta difícil creer que la República Federal vaya a llevar esta semana a Bruselas propuestas que supongan más dinero para promover el empleo o apoyar a los jóvenes parados, dentro y fuera de España. Anteriores y vagas promesas realizadas en meses pasados se han demostrado tan etéreas como poco concluyentes.

Pura retórica, como los halagos que Merkel y Schäuble lanzan desde hace meses hacia los castigados pueblos del sur de Europa. Este sábado, en una reunión en Múnich, el líder del grupo parlamentario del SPD en el Bundestag, Steinmeier, afirmaba que los resultados de estas reformas estructurales se empezarán a ver dentro de ocho o diez años, como ocurrió en la República Federal. El ministro García Margallo, que estaba sentado a su lado, dijo más tarde: “Ese es un lujo que los españoles no se pueden permitir”.

Así pues, el objetivo de Merkel ayer estaba claro: no pisar ningún callo a nadie, no abrir ningún frente nuevo, apoyar formalmente al Gobierno de Madrid, en este momento tan difícil para los españoles como peligroso para el resto de los europeos, y concentrarse en lo que para ella es, en estos momentos, realmente importante: sumar consensos de cara a la difícil discusión de las Perspectivas Financieras de la UE ( los presupuestos comunitarios para los próximos siete años, que se discutirán en el Consejo Europeo del jueves y el viernes de esta semana) y buscar una salida a la demanda de Chipre de ayudas europeas a pesar de su condición de paraíso fiscal para dinero negro ruso y de otras procedencias sospechosas.

En Chipre hay piratas y corrupción, y en España, corrupción y ovejas negras… A ellos tal vez estaba dirigido el solo de trompeta que un grupo de militantes del 15-M escenificó a las puertas de Cancillería minutos antes de que llegara allí Rajoy. Era la música de El Padrino.

Pertenecer a una familia, de sangre o política, tiene sus cosas buenas, pero también sus marrones. Cuando un miembro tiene un problema, generalmente se le apoya o se le echa un cable, aunque se discrepe de su manera de entender la vida o se marque una cierta distancia de seguridad. A Angela Merkel le ha pasado esto a menudo… Le ocurrió con el inefable Silvio Berlusconi, le ocurre ahora con el húngaro Viktor Orban, que poco a poco está desmontando el sistema democrático en su país en alianza con la extrema derecha.

Mariano Rajoy Angela Merkel