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Merkel nos obliga a echarnos la siesta
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Aurora Mínguez

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Aurora Mínguez

Merkel nos obliga a echarnos la siesta

Angela Merkel quisiera estar ya en el 25 de julio, sentada en uno de los incómodos asientos del auditorio de Bayreuth y escuchando relajadamente El holandés

Angela Merkel quisiera estar ya en el 25 de julio, sentada en uno de los incómodos asientos del auditorio de Bayreuth y escuchando relajadamente El holandés errante. Olvidarse de todos los problemas de dimensión wagneriana que la ocupan de manera habitual o aplazarlos al máximo. Quisiera, en una palabra, que no sólo la República Federal, sino toda Europa, entraran en una siesta profunda hasta el día 22 de septiembre, de tal manera que pudiera ganar las elecciones sin grandes contratiempos ni sorpresas.

La primera ministra alemana desearía que todos nos fuéramos de vacaciones -o, al menos, aquellos que se las pueden permitir- sin preguntarle cuándo llegará la próxima quita de deuda para Grecia o, tal vez, para Portugal, y si la van a pagar los contribuyentes más que el resto de acreedores privados. Sin cuestionar cómo es posible que en Alemania la oposición socialdemócrata y los Verdes propongan introducir por ley un salario mínimo de 8,5 euros por hora “para hacer digno el trabajo y para que la gente pueda vivir de su sueldo”, mientras que a los países del Sur se nos pide que nos bajemos los salarios y renunciemos a los convenios para ser competitivos.

La jefa del gobierno más poderoso de Europa, que dice haberse enterado del escándalo del espionaje por los periódicos, no ha estimado oportuno plantar cara ante Washington y exigirle que no nos espíen tanto y que, si lo hacen, que nos permitan al menos acceder a toda la información conseguidaSin explicar, de una vez por todas, por qué Merkel frena de una manera tan descarada esa unión bancaria que hace un año declaraba imprescindible para culminar la corrección de errores que acompañaron la puesta en marcha de la unión monetaria y la todavía lejana unión fiscal. Y, de paso, por qué los bancos españoles, irlandeses o griegos tuvieron que hacer un striptease a lo grande mientras que ella se resiste a meter mano a sus Landenbanken e insiste en que, en caso de tener que cerrar alguna entidad bancaria, eso lo decidirá y lo hará Berlín, pero jamás Bruselas.

Las cosas de Cancillería también van despacio

El caso es que Angela Merkel sólo piensa ya en sus vacaciones y en acumular energías para esa campaña electoral que entrará en su fase más caliente a mediados de agosto. Por eso no quiere líos ni enfrentamientos con nadie. Y mucho menos con los Estados Unidos. La jefa del Gobierno más poderoso de Europa, que dice haberse enterado del escándalo del espionaje norteamericano por los periódicos, no ha estimado oportuno plantar cara ante Washington y exigirle que no nos espíen tanto  -por más que lo hagan ‘por nuestra propia seguridad’-  y que, si lo hacen, que nos permitan al menos acceder a toda la información conseguida de forma más o menos artera. Y si ni siquiera Merkel puede estar segura de que no la han espiado en su propio despacho, entonces esto quiere decir que estamos todos, alemanes y europeos, dejados de la mano de Dios.

Para bien o para mal, Europa va a entrar en un estado de parálisis forzada hasta, al menos, el 22 de septiembre. Nada importante se puede cerrar o decidir, y lo peor es que este bloqueo se podría  prolongar mucho más de lo previsto. Las complejidades del sistema electoral alemán, que huye del bipartidismo y favorece las coaliciones, pueden hacer bastante enjundiosas las negociaciones para formar un nuevo Gobierno en Berlín. Hoy por hoy, la mayoría de los observadores ven bastante probable una nueva Gran Coalición con los socialdemócratas. De ser así, el encaje fino de los programas de gobierno de la CDU y el SPD puede llevar semanas. La siesta podría durar, en este caso, hasta primeros de noviembre.

Angela Merkel quisiera estar ya en el 25 de julio, sentada en uno de los incómodos asientos del auditorio de Bayreuth y escuchando relajadamente El holandés errante. Olvidarse de todos los problemas de dimensión wagneriana que la ocupan de manera habitual o aplazarlos al máximo. Quisiera, en una palabra, que no sólo la República Federal, sino toda Europa, entraran en una siesta profunda hasta el día 22 de septiembre, de tal manera que pudiera ganar las elecciones sin grandes contratiempos ni sorpresas.

Angela Merkel