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Vacunas y nacionalismo: ¿y si, al final, los 'brexiters' tenían razón?
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Celia Maza (La Isla)

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Vacunas y nacionalismo: ¿y si, al final, los 'brexiters' tenían razón?

La Comisión Europea ha dado un paso en falso, dilapidando su imagen como "voz de la razón" en el proceso del Brexit, y Reino Unido ha sabido encajar la victoria con elegancia

Foto: Johnson junto a la presidenta de la Comisión Europea, Von der Leyen. (Reuters)
Johnson junto a la presidenta de la Comisión Europea, Von der Leyen. (Reuters)

Hablemos claro. Una cosa es que Londres amenace con violar un protocolo referido a Irlanda del Norte, recogido en un Tratado Internacional, y otra muy distinta que Bruselas quiera utilizar dicho protocolo para imponer restricciones a las vacunas producidas en la UE. Ambos son errores monumentales y plantean dudas de hasta qué punto ambas partes están comprometidas para evitar frontera dura en Irlanda, principal escollo durante los largos años de negociaciones de divorcio. La amenaza de Londres se mantuvo durante meses. Bruselas, sin embargo, ha cambiado su postura en cuestión de horas. Pero la Comisión Europea es la que ha salido peor parada. Los 'brexiters' no caben en su gozo.

Para el ciudadano británico, al fin y al cabo, no tiene el mismo impacto que el Gobierno de Boris Johnson esté dispuesto a incumplir su palabra, en medio de unas negociaciones que desde hacía tiempo causaban hartazgo; que el hecho de que Bruselas juegue con el suministro de vacunas, en medio de una pandemia que ha causado ya más de 100.000 muertos en el Reino Unido.

Foto: La comisaria de Salud, Stella Kyriakides (Reuters)

Los británicos, que a efectos prácticos llevan tan sólo un mes fuera del bloque, han visto cómo la Comisión Europea ha actuado por libre, sin informar a los estados miembros; cómo a la primera de cambio ha intentado poner presión en una frontera que, de no permanecer abierta, puede poner en peligro la paz en el Ulster; y cómo el programa de vacunación del Reino Unido avanza a marchas aceleradas (el sábado récord de 598.389 pinchazos en un solo día) mientras que en otros lugares no logra arrancar. ¿Y si los 'brexiters' tuvieran al final razón?

Guerra con AstraZeneca

La guerra de AstraZeneca comenzó siguiendo las pautas que habíamos visto en los últimos años: Bruselas guardando la compostura y Londres apostando por el populismo. Downing Street llegó a acusar incluso a Nicola Sturgeon de ponerse de lado de la UE, cuando la ministra principal de Escocia (donde el independentismo está ahora en su auge) se comprometió a publicar las dosis que esperaba recibir cada semana.

La batalla se fue luego equilibrando cuando Alemania y Francia señalaron que había dudas de la efectividad de la vacuna británica en los mayores de 65 años. Un alto cargo del Partido Conservador llegó incluso a acusar a Emmanuel Macron de moverse tan solo por la presión de la líder de extrema derecha Marine Le Pen en la carrera presidencial de 2022. Una conducta infame para los 'tories'. Porque de sobra es conocido que David Cameron no convocó el referéndum del Brexit porque Nigel Farage comenzaba a robar votos con el UKIP. Lo suyo fue más bien una jugada política muy pensada para el bien de la ciudadanía, ya sabemos.

Pero el viernes la guerra tomó un rumbo inesperado. Ursula von der Leyen imponía restricciones a las exportaciones de vacuna producidas en territorio comunitario e invocaba el artículo 16 del Protocolo de Irlanda para que la medida afectara también a Irlanda del Norte. Tras el Brexit, la provincia británica ha quedado dentro de la unión aduanera y alineada al mercado único para evitar precisamente frontera dura en la isla. Legalmente, tanto Londres como Bruselas pueden activar el artículo para actuar unilateralmente si se considera que hay riesgo económico, social o medioambiental.

placeholder La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen (EFE)
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen (EFE)

Pero en medio de una pandemia donde millones de vidas dependen ahora de un pinchazo, aquello creó fuegos artificiales. Londres se quedó además atónito cuando llamó a Dublín y el primer ministro irlandés, Micheál Martin, confesó que la Comisión Europea había actuado por libre. Error monumental.

Nadie daba crédito a lo que estaba sucediendo. Ni el oscuro Dominic Cummings habría podido planear algo así en el laboratorio del sótano del 'Vote Leave' para radicalizar a la gente. La protesta fue tan fuerte y universal que Ursula von der Leyen tuvo que cambiar rápidamente de táctica.

Qué pasa en Irlanda

Pero el daño ya está hecho. Y ahora hay importantes cuestiones encima de la mesa. La primera es hasta qué punto funciona el Protocolo de Irlanda. Tras el Brexit, la provincia británica ha sufrido problemas de abastecimiento en los supermercados y esta semana además se ha tenido que suspender los controles a productos alimentarios por las amenazas de los 'loyalistas' más radicales. La responsable del Gobierno de Belfast, la líder unionista Arlene Foster, así como el núcleo duro euroescéptico de las filas 'tories', vuelven a repetir que dejar a Irlanda del Norte con unas condiciones distintas al del resto de Reino Unido nunca fue una buena idea.

En segundo lugar, la guerra por las vacunas ha revelado la reacción refleja de la UE de buscar el proteccionismo. Y esto genera temores de hasta qué punto, meter presión en la frontera irlandesa, va a ser su posición predeterminada en momentos de estrés.

Y en tercer lugar, hay que plantearse si los problemas de abastecimiento de las dosis, están incrementando ahora el sentimiento euroescéptico en el bloque. Peter Tiede, reportero del tabloide alemán Bild (el diario más leído del país) escribía recientemente en The Times: “La cagamos. Pedimos muy pocas y demasiado tarde. Fuimos demasiado tacaños, demasiado cojos. Como resultado, Polonia y Hungría ya se preguntan para qué sirve la UE”.

Foto: Von der Leyen. (Reuters)

Aunque quizá, por encima de todo, lo que más haya sorprendido, es que el Gobierno del excéntrico Boris Johnson haya sido capaz de mantener la compostura. Se han cambiado ahora las tornas. Desde Downing Street se ha dado orden a los 'brexiters' de que no entren al trapo. Y es que, cuando la otra parte ha fallado tanto y ha sido tan obvio, el silencio o incluso las buenas palabras le hacen quedar a uno de manera elegante aún más victorioso.

En lugar de saltar sobre el capó del coche envuelta en la Union Jack, cuando fue preguntada por esta cuestión en la BBC, la responsable de Comercio, Liz Truss, euroescéptica del ala dura, señaló que “no beneficiará a la gente en el Reino Unido si nos convertimos en una isla vacunada y muchos otros países no tienen las dosis porque el virus continuará propagándose”. Hay que reconocérselo, respuesta de diez.

"No beneficiará a la gente en el Reino Unido si nos convertimos en una isla vacunada"

Por su parte, Michael Gove, a efectos prácticos vice primer ministro, ha enfatizado ahora que el Reino Unido y la UE habían acordado “restablecer” sus relaciones, mientras que Nadhim Zahawi, el secretario de Estado responsable de vacunas, explicó que el Gobierno se centrará en trabajar con Bruselas y que si sobran dosis se llevarán a la República de Irlanda. Glorioso.

Nada que ver con la respuesta de Gavin Williamson (ministro Educación) en diciembre, cuando señaló que el Reino Unido tenía científicos “mucho mejores” que en cualquier otro lugar. O la de Jacob Rees-Mogg (responsable de los 'tories' en la Cámara de los Comunes) que, ante las protestas de los pescadores por el acuerdo del Brexit, recalcaba que al menos “los peces británicos son más felices”.

El paso en falso de la Comisión

Seamos realistas. Visto lo visto en los últimos años, si en medio de un enfrentamiento entre Londres y Bruselas hubieran tenido que apostar su dinero por quien hubiera ejecutado una vergonzosa demostración de fuerza antes de verse obligado luego a tener que cambiar de opinión, quizá su primera opción no hubiera sido la Comisión Europea.

¿Los 'brexiteers' van a tener al final la razón? Los cierto es que la vacuna desarrollada por la Universidad de Oxford, producida principalmente en fábricas británicas y distribuida por la farmacéutica británico-sueca AstraZeneca, es el mejor ejemplo de lo dependiente que es cada país de la cooperación internacional.

Esta vacuna se elaboran en biorreactores en plantas de las ciudades inglesas de Oxford y Keele. Luego, parte del producto terminado se envía a una planta galesa en Wrexham para el vertido final de “llenado y acabado” en viales individuales de vidrio. El resto se envía en depósitos a granel a Alemania, que cuenta con una gran industria especializada en vidrio. Y los embotelladores alemanes devuelven luego las vacunas al Reino Unido para su distribución.

Por su parte, Moderna, una empresa estadounidense que fabrica en Suiza vacunas destinadas a mercados no estadounidenses, utiliza medidas similares, pasando su proceso por España.

Vacunas y nacionalismo. Nacionalismos y vacunas. Nadie sale ganando. Pero tras la última batalla con Bruselas, los 'brexiteers' no caben en su gozo.

Hablemos claro. Una cosa es que Londres amenace con violar un protocolo referido a Irlanda del Norte, recogido en un Tratado Internacional, y otra muy distinta que Bruselas quiera utilizar dicho protocolo para imponer restricciones a las vacunas producidas en la UE. Ambos son errores monumentales y plantean dudas de hasta qué punto ambas partes están comprometidas para evitar frontera dura en Irlanda, principal escollo durante los largos años de negociaciones de divorcio. La amenaza de Londres se mantuvo durante meses. Bruselas, sin embargo, ha cambiado su postura en cuestión de horas. Pero la Comisión Europea es la que ha salido peor parada. Los 'brexiters' no caben en su gozo.

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