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Del Brexit al Megxit: qué difícil es ser 'royal', pero qué complicado es entenderlos
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Celia Maza (La Isla)

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Del Brexit al Megxit: qué difícil es ser 'royal', pero qué complicado es entenderlos

La vacuna de las infantas Elena y Cristina durante uno de sus viajes a Abu Dabi se queda corta si se compara con la entrevista en la que Harry y Meghan han acusado a la Corona de racista

Foto: Periódicos británicos tras la entrevista de Meghan y Harry a Oprah Winfrey en Estados Unidos. (EFE)
Periódicos británicos tras la entrevista de Meghan y Harry a Oprah Winfrey en Estados Unidos. (EFE)

La duquesa de Cambrige, más conocida como Kate, luce estos días una larga melena. Cuesta creer que la mujer del príncipe William, segundo en la línea de sucesión, no tenga acceso a su peluquera. Pero de lo que se trata es de dar ejemplo. Si el resto de los mortales no pueden cortarse el pelo porque los centros de belleza están cerrados por el confinamiento, la consorte del que en su día será monarca del Reino Unido tampoco se lo corta. Las Casas Reales son instituciones sumamente complejas donde los símbolos lo son todo.

Durante la pandemia, la Familia Real venía realizando un papel impecable. Los Duques de Cambridge se habían convertido en los mejores embajadores para neutralizar las 'fakes news' en torno al covid. Y a sus 94 años, con un dominio de las tecnologías que muchos quisieran, Isabel II, se ha incorporado a los zooms de diferentes organizaciones benéficas para explicar su experiencia con la vacuna.

En definitiva, lo estaban bordando. O más bien, lo apropiado sería decir que estaban desempeñando la labor que se espera de ellos. Pero han venido una pareja, que ni siquiera forma ya parte de manera oficial de la Familia Real, y se han cargado todo en cuestión de minutos. Cómo debe fastidiar eso. Uno haciendo lo imposible para construir el castillo de naipes para que lleguen otros cerrando la puerta de golpe.

Foto: Isabel II, en una imagen de archivo. (Reuters)

La vacuna de las infantas Elena y Cristina durante uno de sus viajes a Abu Dabi se queda en menudencias si compara con la entrevista en la que Harry y Meghan han acusado a la Corona británica de racista y de haberles dejado de lado cuando pidieron ayuda por los pensamientos suicidas que Meghan comenzaba a tener por tanta presión.

Pero, de alguna manera, se está hablando de lo mismo: la dificultad de acotar la Familia Real únicamente al monarca y sus hijos; y los retos, cada vez más complejos, a los que se tiene que enfrentar una institución, cuyos miembros ya no son intocables para la Prensa.

La entrevista de los Duques de Sussex (porque de entre todas las cosas que la pareja dice ahora que les han quitado, de momento, no están los títulos) aborda también otra interesante dimensión. Se trata del choque cultural entre el Reino Unido y los Estados Unidos. O lo que podría extrapolarse al choque cultural que existe entre las monarquías parlamentarias y las repúblicas.

Ya no solo se trata de analizar la respuesta tan dispar que la intervención ha generado en la calle a un lado y otro del Atlántico, sino de ver el modo tan distinto en la que operan los Gobiernos. En el Reino Unido, el Megxit ha conseguido incluso silenciar al mismísimo Boris Johnson, famoso por su verborrea. “Cuando se trata de asuntos relacionados con la Familia Real, lo correcto que deben decir los primeros ministros es nada”, afirmó. ¿Debe mantenerse el Ejecutivo al margen ante acusaciones tan graves?

El asunto en Estados Unidos, sin embargo, ha llegado hasta la mismísima Casa Blanca. Aunque el hecho de que el presidente Joe Biden haya elogiado a la pareja por tener el coraje de hablar sobre la salud mental y de que su responsable de comunicación, Jen Psaki, haya presentado al príncipe y su esposa como “ciudadanos privados” compartiendo “su propia historia en sus propias luchas” demuestra hasta qué punto los americanos desconocen el complejo funcionamiento de Palacio.

Los 'royals' no son 'celebrities'. Por mucho que Harry y Meghan se hayan mimetizado ahora con Hollywood, con una mansión en Montecito de 14 millones de dólares, con un corral con gallinas “para volver a lo básico”.

Y aunque la todopoderosa e influyente periodista norteamericana Oprah Winfrey venga a decir que Isabel II, como reina, puede “hacer lo que quiera”, pues mire no. Los monarcas están “atrapados” en la institución. Lo dijo el propio Harry, quien confesó sentir lástima, en este sentido, por su padre y su hermano, el primero y segundo en la línea de sucesión.

Las Casas Reales son dimensiones paralelas y sólo aquellos que han nacido dentro de ellas llegan a asumir con normalidad lo que se escapa al resto de los mortales. Para los consortes que se unen luego en edad adulta a “La Empresa” (como se conoce a la Familia Real británica), la adaptación supone un largo proceso de aprendizaje. Algunas veces sale bien y otras… termina en entrevista. Lo que significa que sale mal. Porque el mantra de Palacio es: “nunca te quejes, nunca des explicaciones”.

Foto: Maros Sefcovic, copresidente del acuerdo conjunto con Reino Unido y vicepresidente de la Comisión Europea. (Foto: Reuters)
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Con los Sussex, la cosa ha salido mal. Muy mal. El debate plantea cuestiones sexistas, racistas y problemas de salud mental. En definitiva, es un campo plagado de minas. Por lo que, pises donde pises, hay peligro de explosión.

La sociedad está completamente dividida. La primera encuesta publicada por YouGov, muestra un 32% de apoyo a la Familia Real, un 32% a Harry y Meghan y un 36% que se muestra indeciso. Por edades: El 50% de los mayores de 65, está en el bando de Isabel II mientras que el 61% de los menores de 25, se sitúa con el equipo de los Sussex.

Porque la cosa va de equipos. Los bandos están completamente diferenciados. Y uno no puede moverse entre medias. Cualquier crítica ahora hacia Meghan le convierte a uno automáticamente en monárquico. Y viceversa. Aunque llama la atención, por cierto, la cantidad de republicanos que ahora consideran una atrocidad dejar sin protección, pagada del bolsillo del contribuyente, a Archie, hijo de la pareja, que ocupa el séptimo puesto en la línea de sucesión.

Lo que uno no puede tener es lo mejor de los dos mundos. Y si cortas los lazos con la institución, lo cortas para lo bueno y para lo malo. Y lo que tan poco se entiende que es que te marches del país pidiendo respeto a tu privacidad y buscando la tranquilidad que tanto anhelas, para luego conceder al otro lado del Atlántico una entrevista de este tipo en 'prime time'.

La gran pregunta es qué ha ocurrido para que, en tan sólo tres años, a la mujer independiente, afroamericana, divorciada que se presentó como el aire fresco que tanto necesitaba la Monarquía británica se la responsabilice ahora de, la que dicen es, la “peor crisis en 85 años”.

Desde Palacio aseguran en un escueto comunicado que “toda la familia está entristecida”. Señalan que las cuestiones planteadas, en particular la raza, son “preocupantes” y prometen abordarlas “en privado”. Si bien indican que “algunos recuerdos pueden variar”, lo que viene a ser una manera elegante de decir que cuentan con otra versión.

¿Saldrán los Windsor de esta? Saldrán. Como lo han hecho cual 'ave fénix' de todos sus escándalos, que no son pocos ni están tan lejanos. Aunque parezca que la entrevista del príncipe Andrés de 2019 defendiéndose por su amistad con Jeffrey Epstein, acusado por pedofilia, pertenezca a otra era.

Pero no cabe duda que el debate es complejo. Qué difícil es ser royal. Que difícil entenderles.

La duquesa de Cambrige, más conocida como Kate, luce estos días una larga melena. Cuesta creer que la mujer del príncipe William, segundo en la línea de sucesión, no tenga acceso a su peluquera. Pero de lo que se trata es de dar ejemplo. Si el resto de los mortales no pueden cortarse el pelo porque los centros de belleza están cerrados por el confinamiento, la consorte del que en su día será monarca del Reino Unido tampoco se lo corta. Las Casas Reales son instituciones sumamente complejas donde los símbolos lo son todo.

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