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¿El último verano de Boris en Downing Street? Sus bromas dejan de tener gracia
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Celia Maza (La Isla)

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¿El último verano de Boris en Downing Street? Sus bromas dejan de tener gracia

El célebre historiador John Ramsden aseguró en su día que el Partido Conservador era una “autocracia templada por el asesinato”. Ante la caída de su popularidad, las filas ya han encontrado sustituto para el 'premier'

Foto: Boris Johnson, durante su visita a Escocia. (Reuters)
Boris Johnson, durante su visita a Escocia. (Reuters)
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En su última visita a Escocia ante el auge de la amenaza soberanista, Boris Johnson ha defendido que el cierre de las minas de carbón que Thatcher llevó a cabo en los años ochenta permitió al Reino Unido adelantarse en la transición energética, impulsando el liderazgo del país ante el cambio climático. La broma no ha tenido gracia. Teniendo en cuenta que el cierre dio lugar a duras huelgas y actos de violencia, que incluso hoy en día muchos antiguos yacimientos mineros del norte siguen afectados —con una elevada tasa de desempleo— y que se considera el símbolo de la oposición al ultraliberalismo de la Dama de Hierro en particular y del Partido Conservador en general, el comentario estuvo fuera de lugar.

Tampoco es que se alejara mucho de las ocurrencias habituales que el excéntrico político suelta en sus actos públicos, con una media sonrisa dibujada que nunca ayuda a discernir si ironiza o habla en serio. Pero, en esta ocasión, se ha visto obligado a pedir perdón por la indignación que ha provocado tanto dentro como fuera de sus filas, especialmente entre los diputados 'tories' de los distritos del norte. Y este es el problema. Las bromas de Boris han dejado de tener gracia. Incluso para los suyos.

Foto: Una caja de langostas capturadas en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. (Reuters) Opinión

Algo está cambiando. Desde que ganó la alcaldía de Londres en 2008, el periodista convertido en político ha tenido una carrera espectacular. Pero las modas cambian con el tiempo. Y parece que los británicos se han cansado ya de él. ¿Es el último verano de Johnson en Downing Street?

Esto es al menos lo que se desprende de las encuestas. La publicada por la web ConservativeHome refleja una fuerte caída en su popularidad de hasta 36 puntos en el último mes, la ratio más baja desde que se mudó al Número 10. Por su parte, la elaborada por JL Partners sugiere que el 58% del electorado quiere que sea reemplazado por esta época el próximo año. El 72% lo quiere fuera para 2023, antes de las próximas elecciones generales, previstas para 2024.

Lógicamente, hay muchos británicos que nunca le han soportado. Pero lo preocupante para Johnson es que la falta de apoyo se empieza a extender entre los propios votantes conservadores. Casi la mitad (46%) considera “que se ha quedado sin fuerza desde el Brexit”. En definitiva, creen que es un “formidable ganador de elecciones”, pero luego le ven con serios problemas para liderar un Gobierno.

Foto: Marcus Rashford tras fallar su lanzamiento de penalti en la final de la Eurocopa contra Italia. (Reuters) Opinión

Han pasado solo dos años desde que consiguiera un triunfo para el Partido Conservador no visto desde los tiempos de Thatcher. En mayo, se consolidaba con otra victoria histórica, arrebatando a la oposición el distrito de Hartlepool, un emblemático feudo del Muro Rojo del norte de Inglaterra que los laboristas tenían en su poder desde 1974.

Sin embargo, ahora, el auge alcanzado por el exitoso programa de vacunación se ha evaporado y los traspiés dados a lo largo del verano han hecho mella. Los contiguos cambios con el sistema semáforo para viajes al extranjero han cansado a los ciudadanos y enfurecido a la industria del sector turismo. Su decisión inicial de no aislarse tras haber estado en contacto con el ministro de Sanidad cuando dio positivo, mientras al resto de los mortales les decía que debían quedarse en casa, causó indignación.

Por no hablar del inicio de sus vacaciones. Pese a la amenaza talibana, Boris se marchó a Somerset el sábado… Solo para tener que regresar horas después. No fue el único. El responsable de la diplomacia británica, Dominic Raab —que se supone debe sustituir al 'premier' para emergencias cuando este no está—, también puso el sábado rumbo a Croacia, para tener que coger un avión de vuelta el domingo. No es lo que se dice previsión.

Foto: Vista aérea del aeropuerto de Kabul. (EFE)

Su salud también puede ser un factor. En Whitehall —donde están todos los ministerios— circulan rumores de que Johnson todavía sufre covid persistente, lo cual sería comprensible teniendo en cuenta que el año pasado estuvo a punto de morir por el virus.

La crueldad del partido

Todo esto ha encendido el piloto rojo en el Partido Conservador. El historiador John Ramsden, una autoridad en la formación, lo llegó a describir en su día como “una autocracia templada por el asesinato”. Y Johnson no va a ser diferente al resto de líderes. Si entre las filas comienzan a existir dudas de que con su candidatura no van a ganar los próximos comicios, está claro que van a deshacerse de él, como han hecho con el resto.

Foto: Retrato de Carlos III de Anton Raphael Mengs. Opinión

La política es cruel. Nada importa que en las últimas generales consiguiera una mayoría absoluta de 80 escaños. Vale la pena recordar que en 1987 Thatcher obtuvo una mayoría de 102 en su tercera victoria electoral —repito, su tercera— y sus filas no pestañearon en forzar su dimisión tres años después.

Por no confiar, el 'premier' ni siquiera puede fiarse ya de los diputados conservadores del Muro Rojo. Si no hubiera sido por el 'efecto Boris' de 2019, habría sido impensable para estos parlamentarios hacerse con distritos que los laboristas controlaban desde la II Guerra Mundial. Pero los parlamentarios de Westminster tienen poca memoria y la extraña costumbre de convencerse a sí mismos de que ganaron sus escaños gracias a sus propios esfuerzos, no a ningún líder en particular.

Foto: El líder de los laboristas, Keir Starmer (Reuters)

Eso sí, los partidos no mueven ficha para una rebelión sin antes asegurarse de que cuentan con un sustituto. El líder de la oposición, Keir Starmer, puede respirar tranquilo porque, aunque su popularidad sea aún peor que la del primer ministro, los laboristas no han encontrado aún a un candidato mejor. Johnson, sin embargo, sí tiene razones para estar nervioso porque el responsable del Tesoro, Rishi Sunak, cada vez está tomando más protagonismo.

Cuando era alcalde de Londres, a Boris le preguntaron en infinidad de ocasiones si su verdadero objetivo era mudarse a Downing Street. Él guardaba silencio o contestaba echando balones fuera con alguna de sus bufonadas. Cuando se convirtió luego en ministro de Exteriores, lo mismo. No contestaba o daba rodeos. Pero, en esos momentos, eran un secreto a voces tanto sus ansias de poder como la debilidad del inquilino de turno del Número 10.

Pues bien, esas preguntas se realizan ahora al 'chancellor'. Hasta en tres ocasiones le han planteado en su último acto si se veía como el próximo líder del Partido Conservador y hasta en tres ocasiones ha declinado realizar comentarios. ¿La historia se repite?

Foto: Rishi Sunak. (Reuters)

En público, ambos niegan cualquier tensión. Pero en privado cada vez hay más choques, por el propio sistema semáforo para viajes al extranjero o por los cambios que se quieren acometer en el plan de pensiones. Dicen que Johnson está cada vez más paranoico y que incluso ha llegado a sugerir la posibilidad de cambiar a Sunak al Ministerio de Sanidad, mucho menos relevante, en la próxima reestructuración de Gabinete de otoño. Pero sus asesores le han advertido de que eso tan solo empeoraría las cosas.

La mayoría de las encuestas de opinión tienen poco impacto. Pero algunas emiten un pitido fuera de lo común en el particular monitor de cardiograma de Westminster. Avisan a los actores clave de que la dinámica ha cambiado y, de manera sutil pero importante, alteran su comportamiento. Está aún por ver dónde se enmarcan los sondeos de este verano. Es posible que las bromas de Boris vuelvan a hacer gracia. Pero ahí va un consejo: cuando el partido comienza a vislumbrar nuevas oportunidades, ya sea para un futuro a corto o largo plazo, es recomendable que uno comience a guardarse las espaldas.

En su última visita a Escocia ante el auge de la amenaza soberanista, Boris Johnson ha defendido que el cierre de las minas de carbón que Thatcher llevó a cabo en los años ochenta permitió al Reino Unido adelantarse en la transición energética, impulsando el liderazgo del país ante el cambio climático. La broma no ha tenido gracia. Teniendo en cuenta que el cierre dio lugar a duras huelgas y actos de violencia, que incluso hoy en día muchos antiguos yacimientos mineros del norte siguen afectados —con una elevada tasa de desempleo— y que se considera el símbolo de la oposición al ultraliberalismo de la Dama de Hierro en particular y del Partido Conservador en general, el comentario estuvo fuera de lugar.

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