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Boris, ¿en qué pensabas al comparar la resistencia de los ucranianos con el Brexit?
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Celia Maza (La Isla)

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Boris, ¿en qué pensabas al comparar la resistencia de los ucranianos con el Brexit?

El 'premier' asegura que, al igual que los ucranianos, los británicos también lucharon por ser libres, unos comentarios que han causado grandes críticas

Foto: El primer ministro británico, Boris Johnson, en Downing Street. (Reuters/Peter Cziborra)
El primer ministro británico, Boris Johnson, en Downing Street. (Reuters/Peter Cziborra)
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“Con Boris, no importa cuánto te esfuerces por llevarte bien con él, por apoyarlo, siempre va a haber otra bomba esperando a explotar”. Lo cuenta, con resignación, un 'tory' tras el nuevo tropiezo mayúsculo protagonizado por el primer ministro británico. Porque Boris lo ha vuelto a hacer. Cuando había salido del fango y comenzaba a sostenerse de nuevo, se ha metido en un barrizal aún más grande, causando indignación, rechazo y vergüenza. Hasta el manual más básico de todo populista deja claro que hay límites que no se deben cruzar porque el golpe viene más fuerte cual bumerán.

El 'premier' ha comparado la resistencia heroica de los ucranianos frente a la invasión rusa con la votación del Brexit. Durante su discurso el pasado fin de semana en la conferencia de primavera del Partido Conservador en Blackpool, recalcó que el mundo se enfrentaba a un momento de elección “entre la libertad y la opresión”. Y en este sentido, explicó que “el instinto de los ciudadanos del Reino Unido, como el del pueblo de Ucrania, es escoger siempre la libertad”. “Cuando los británicos votaron mayoritariamente a favor del Brexit, no creo que respondiera ni remotamente a una hostilidad hacia los extranjeros. Era porque querían ser libres para hacer las cosas de un modo diferente y poder controlar su propio país”, añadió.

Foto: Boris Johnson, en Riad, durante su reciente visita a Arabia Saudí. (Reuters/Stefan Rosseau)

En el auditorio estaba el embajador de Ucrania ante el Reino Unido, Vadym Prystaiko, quien no sabía dónde meterse ante una afirmación que ha causado un aluvión de críticas, tanto dentro como fuera del Reino Unido. El que fuera presidente del Consejo Europeo cuando se celebró el plebiscito, el polaco Donald Tusk, considera que las palabras “ofenden a los ucranianos, a los británicos y al sentido común”, y recuerda “lo contento que se puso Putin” cuando ganaron los euroescépticos. Lo cierto es que para un hombre que presume de haber improvisado al mismísimo Shakespeare durante su etapa escolar, la analogía es cuanto menos poco inteligente. No solo porque sugiere que la UE es en sí misma una forma de tiranía de la que hay que escapar, sino porque hace tan solo tres semanas, el propio presidente Volodímir Zelenski pedía a Bruselas que se incluyera a Ucrania en el club comunitario porque lo veía como un objetivo clave en su intento de vincularse más profundamente con Occidente.

El Brexit sigue sangrando

Los comentarios además vuelven a abrir las heridas aún no cicatrizadas dentro del Reino Unido. ¿Acaso los que votaron por la permanencia en el bloque no creen en la libertad? Una fuente de Downing Street justifica que la frase “sonaba mejor por escrito que cuando se pronunció en público”. Pero cuesta creer que, aun por escrito, se sostenga cualquier comparación entre una guerra en la que se está asesinando de manera indiscriminada a niños con un referéndum celebrado en un país democrático, que, dicho sea de paso, fue convocado por una formación que entre sus mayores donantes cuenta con la mujer de un exministro de Putin y convirtió luego en primer ministro a un excéntrico político que impidió que se publicara antes de las últimas elecciones generales un informe de Westminster sobre la injerencia de Rusia en el Reino Unido.

Foto: El primer ministro británico, Boris Johnson. (Getty/Chris J. Radcliffe)

Boris debería ya haber aprendido que las palabras tienen consecuencias. Fue su error lo que llevó a empeorar el caso de Nazanin Zaghari-Ratcliffe, la trabajadora de una ONG recién liberada, tras seis años como víctima de una batalla geopolítica por una deuda histórica del Reino Unido con Irán. Fueron sus mentiras las que llevaron a creer a los unionistas norirlandeses que, tras el Brexit, todo seguiría igual y no habría controles en la frontera. Una y otra vez, Boris consigue meterse de nuevo en el fango.

Los últimos desafortunados comentarios dan ahora al traste con todos los avances que había realizado ante la guerra de Ucrania. Durante su etapa como ministro de Exteriores, dio la imagen de un hombre propenso a cometer errores, con un conocimiento insuficiente de los detalles diplomáticos. Pero desde que comenzó la invasión de Rusia, había logrado transmitir una rara sensación de unidad nacional entre los británicos y un liderazgo a nivel internacional, con llamadas casi diarias a Zelenski, reuniones bilaterales con diferentes mandatarios y viajes a Abu Dabi y Arabia Saudí, donde trataba de lidiar con el déficit de suministro energético. El escándalo de las fiestas en pleno confinamiento había quedado en pausa y la caída en picado de su popularidad comenzaba a remontar. Pero todo ha saltado de nuevo por los aires.

"El instinto de los ciudadanos del Reino Unido, como el del pueblo de Ucrania, es escoger siempre la libertad"

En las últimas semanas, las gélidas relaciones entre Londres y la UE se habían descongelado, ya que ambas partes habían trabajado juntas para coordinar las sanciones contra Putin. Pero los comentarios comparando la guerra con el referéndum en búsqueda de libertad refuerzan ahora la opinión que se tiene en algunas capitales europeas de que el primer ministro es un populista que está decidido a seguir sumando puntos contra la UE, seis años después de una consulta cuyas consecuencias se siguen a día de hoy renegociando con Bruselas. Porque aunque la invasión de Ucrania es ahora una prioridad, en algún momento habrá que abordar la polémica con el Protocolo de Irlanda.

Pese a que Liz Truss, la responsable de la diplomacia británica, fue invitada este mes a asistir a una reunión del Consejo de Asuntos Exteriores de la UE, Johnson, que estará en Bruselas este jueves para una cumbre extraordinaria de la OTAN, no ha sido invitado a asistir a una cumbre de líderes de la UE el mismo día, a diferencia del presidente estadounidense, Joe Biden. Downing Street había mostrado su predisposición de acudir a la cita. Pero no parece que ahora despierte especiales simpatías. “Despreciable. Cualquier idea respecto a invitar a este hombre a la reunión debe ser metida de inmediato en un cajón”, escribía en Twitter el ex primer ministro de Suecia Carl Bildt. Una auténtica humillación —con Washington además como testigo— para un hombre que soñaba con ser ahora Winston Churchill.

“Con Boris, no importa cuánto te esfuerces por llevarte bien con él, por apoyarlo, siempre va a haber otra bomba esperando a explotar”. Lo cuenta, con resignación, un 'tory' tras el nuevo tropiezo mayúsculo protagonizado por el primer ministro británico. Porque Boris lo ha vuelto a hacer. Cuando había salido del fango y comenzaba a sostenerse de nuevo, se ha metido en un barrizal aún más grande, causando indignación, rechazo y vergüenza. Hasta el manual más básico de todo populista deja claro que hay límites que no se deben cruzar porque el golpe viene más fuerte cual bumerán.

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