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La inmigración en UK no se reduce, solo cambia. ¿Es el control que prometía el Brexit?
El número de no comunitarios se dispara con el nuevo sistema de puntos. Boris Johnson defiende que había que "recuperar el control", no reducir el número de extranjeros. Las bases discrepan
Cuando los británicos formaban parte de la UE -parece que haya pasado una eternidad- fue la oposición de Londres a la apertura de visas para los indios lo que obstaculizó en su momento los intentos de Bruselas de lograr un acuerdo comercial con Nueva Delhi. Pero ahí está ahora Boris Johnson, ofreciendo todo tipo de facilidades. En su reciente viaje a la India, ha prometido relajar su nuevo sistema migratorio pos Brexit para poder cerrar un acuerdo comercial con Narendra Modi y así paliar el problema de la carencia de mano de obra que existe en el Reino Unido. “Siempre he estado a favor de que gente talentosa venga. Y ahora tenemos una escasez masiva, sobre todo en informáticos y programadores. Nos faltan cientos de miles de trabajadores en nuestra economía”, señaló.
No vayamos a culpar ahora a Boris de incongruente. Nada más lejos de mi intención. Convertido en 'rockstar' de la causa euroescéptica, recalcó por activa y pasiva que había que “recuperar el control de las fronteras”, poniendo fin a la libertad de movimiento con la UE. Fue su mantra. Sin embargo, a pesar de lo que interpretaron la gran mayoría de los votantes, en ningún momento especificó que eso significara reducir el número de extranjeros.
Por lo tanto, la inmigración que existe ahora no es menor, solo es diferente. Tras el divorcio con el bloque, la llegada de no comunitarios al Reino Unido se ha disparado. El Ministerio del Interior acaba de publicar las primeras cifras relativas al nuevo sistema de puntos inspirado en el modelo australiano. El año pasado, se otorgaron casi 240.000 visas a trabajadores, un 25% más que en 2019. Menos de una décima parte de estas visas fueron otorgadas a inmigrantes de la UE. El gran crecimiento proviene del resto del mundo. El número de visas otorgadas a paquistaníes ha aumentado un 255% desde 2019; las de nigerianos, un 415%; las de indios, un 164%.
Fue el crecimiento de la inmigración no comunitaria la cuestión que impulsó la popularidad del UKIP y convirtió a Nigel Farage en héroe del populismo. El avance de la formación se produjo en las elecciones europeas de 2004, antes del impacto de los grandes flujos de inmigración de los nuevos miembros del bloque. Y no a la inversa, como muchos defienden. Pero ahora los euroescépticos han acabado incrementando la misma inmigración que fue la clave del descontento que condujo al Brexit. Todo con mucho sentido.
En su momento, Theresa May se planteó como objetivo reducir la migración neta por debajo de los 100.000 al año. En cambio, Boris adoptó un enfoque muy distinto. Siempre ha tenido un prisma mucho más liberal (entiéndase, liberal para el resto del mundo porque estaba en contra de la libertad de movimiento comunitario). Defendía que el Brexit era la única vía para “recuperar el control”. De ahí que resultara imposible mantener al Reino Unido en el mercado común. Pero jamás especificó que eso supusiera reducir el número de inmigrantes. Solo controlar quién entra y quién sale.
Si bien es duro con la inmigración ilegal -como ilustran los planes de mandar a los “sin papeles” que cruzan el Canal de la Mancha a Ruanda- ha relajado las reglas para los que vienen cumpliendo la normativa. En definitiva, el Ejecutivo tiene ahora poderes para reducir la inmigración, porque ha recuperado el control, pero ha optado por no hacerlo por razones económicas.
Tras el divorcio, Boris impuso un sistema de puntos basado en el modelo de Australia, que, pese a su rectitud, tiene una inmigración legal per cápita superior a la británica. Inicialmente, se exigía a los empleadores demostrar que no podían contratar a un británico para cubrir una vacante antes de coger a un extranjero. Pero luego se redujo tanto el umbral de salario como la cualificación, ampliando las visas de manera significativa para poder incluir a cocineros, albañiles, electricistas, soldadores, camareros o cuidadores. A día de hoy, la mitad de los puestos de trabajo que se necesitan en el Reino Unido están abiertos a inmigrantes.
¿Recuperar el control era esto?
Y la pregunta es: ¿este es el tipo de control que querían los euroescépticos, base predominante del electorado conservador? Nick Timothy, en su día asesor de Downing Street, advierte que el Gobierno está “acumulando grandes problemas” con la opinión pública, a pesar de que las nuevas barreras de entrada al Reino Unido han creado escasez de mano de obra en varios sectores. “Estamos viendo la creación de un sistema de inmigración que es increíblemente liberal, sin un plan para lidiar con los números en términos de vivienda e infraestructura”, señala.
La preocupación por la inmigración alcanzó su punto máximo en septiembre de 2015, cuando el 56% de los británicos lo mencionó como el problema más destacado al que se enfrentaba el país. En junio de 2016, en el umbral del referéndum, el 48% señaló que era su principal preocupación. Para noviembre de 2019, la cifra había caído al 13%.
Se podría decir, por tanto, que la relajación es uno de los pocos beneficios del Brexit, hasta el momento. Se ha disipado parte de la presión sobre el tema, y eso es algo bueno. Aunque eso no quiere decir que la cuestión de la inmigración ya no cuente, porque sí lo hace. Y el Gobierno no sale bien parado. Según una reciente encuesta de YouGov, ante la gestión en la materia, el Ejecutivo tiene un índice de aprobación de -57. La inmigración ocupa el segundo lugar, después de la inflación, en el conjunto de asuntos en los que el público considera que Boris ha fallado. Y ahí es donde puede jugarse su permanencia en Downing Street.
El dilema de 'control' versus 'cantidad' viene de lejos. Fue una tensión entre los partidarios del Brexit nunca abordada. Los precursores de la campaña oficial 'Vote Leave' eran figuras de tendencia más liberal. Pero muchos de los que votaron por el divorcio lo hicieron con fines muy opuestos. Antes y durante el referéndum, Boris elogió cuánto le gustaba la migración. Por su parte, Nigel Farage, figura decorativa de la campaña euroescéptica extra oficial, se centró por completo en derribarla.
Y esta división puede volver a acosar a los 'tories' si el asunto es adoptado por un partido populista de derechas en las próximas generales, previstas para 2024. Es imposible sobrestimar la paranoia de los conservadores ante un posible regreso de Farage. Su antiguo partido -que pasó de ser el Partido Brexit para luego reconvertirse en 'Reform UK'- hasta ahora ha sido incapaz de resolver cualquier cuestión: ya sean pasaportes de Covid o política climática. Y a nadie le importa mucho, en realidad, lo que la formación tenga que decir al respecto. Pero si Farage regresa a la política y se aferra a un tema que divide el voto de centro-derecha, aunque sea por unos pocos puntos, Boris tiene razones para ponerse nervioso. Eso si llega a ser candidato porque al escándalo del 'Partygate' le quedan aún grandes capítulos.
Cuando los británicos formaban parte de la UE -parece que haya pasado una eternidad- fue la oposición de Londres a la apertura de visas para los indios lo que obstaculizó en su momento los intentos de Bruselas de lograr un acuerdo comercial con Nueva Delhi. Pero ahí está ahora Boris Johnson, ofreciendo todo tipo de facilidades. En su reciente viaje a la India, ha prometido relajar su nuevo sistema migratorio pos Brexit para poder cerrar un acuerdo comercial con Narendra Modi y así paliar el problema de la carencia de mano de obra que existe en el Reino Unido. “Siempre he estado a favor de que gente talentosa venga. Y ahora tenemos una escasez masiva, sobre todo en informáticos y programadores. Nos faltan cientos de miles de trabajadores en nuestra economía”, señaló.