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Demostración: la izquierda desatiende la demanda sobre inmigración
Las abstracciones y las moralizaciones son intelectualmente cómodas. Pero la vida está en las calles y la sensación de angustia es transversal
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Llevamos años ya viendo la misma película. Salvo en los países nórdicos, viene ocurriendo lo mismo en todos los sitios. En lo que concierne a la inmigración, la oferta política de los progresistas está completamente desconectada de la demanda social mayoritaria y también de la de sus propios electores. Y el caso alemán lo demuestra, todavía con mayor rotundidad.
Las últimas elecciones parlamentarias se celebraron en septiembre de 2021. Desde entonces, la preocupación por la inmigración se ha disparado, año tras año, hasta ser la primera preocupación de la sociedad germana y el resorte principal de esta campaña electoral.
Después del inicio de la guerra de Ucrania y la consiguiente crisis energética, de la subida de los precios y del estancamiento económico durante dos años seguidos, el hecho de que esta cuestión concentre hoy todo el debate público refleja el fracaso del gobierno saliente conformado por socialdemócratas, verdes y liberales.
La inquietud es transversal, pero conviene ahondar en ella para asumir el cambio social que se está operando en Alemania. Por tramos de edad se aprecia una distribución que en el papel parece muy desigual. Sin embargo, esa es una percepción que se atenúa al recordar el envejecimiento de la sociedad alemana.
Los más mayores pesan más en el conjunto y siempre participan más que los más jóvenes. Además, conforman la capa demográfica principal de los partidos históricos: tanto la CDU como el SPD se sostienen en el voto de quienes han cumplido medio siglo de vida.
Como resulta previsible, la preocupación es mayor en la derecha que en la izquierda. En las tres familias que podrían ubicarse a ese lado del espectro, la inmigración se identifica con el primer problema del país de forma mayoritaria. Y no parece irrelevante que sea señalada por seis de cada diez votantes del Partido Liberal.
Acerquemos la lupa hacia el otro bloque. Entre los verdes y la ultraizquierda equivalente a Podemos, el tema sólo es prioritario para el 11% de los electores. Ahora bien, la transformación es enorme dentro de los públicos de las otras opciones.
En la extrema izquierda, ha surgido un partido que reclama el endurecimiento de las políticas migratorias –BSW-. Probablemente, veremos surgir más en el resto de Europa durante los próximos años.
En el electorado socialdemócrata el vuelco es espectacular, inimaginable hace unos pocos años: cerca de un tercio señalan a la inmigración como su principal inquietud.
Concentrémonos en esos votantes del SPD. ¿Son también fascistas quienes votaron socialista en Alemania hace menos de cuatro años? Si se les aplicase la lógica emitida desde el PSOE para contarnos lo que ocurre aquí, solo se puede concluir que sí.
Sólo unos fascistas estarían cuatro puntos más preocupados por la inmigración que por la economía y 17 más que por el crecimiento de la extrema derecha y la amenaza que ello supone para la democracia.
Como ha ocurrido antes en tantas naciones occidentales, la gestión del canciller Scholz no sólo ha provocado un aumento de la preocupación por la cuestión migratoria que opaca todo lo demás y termina planteando la competición electoral en el terreno de la extrema derecha. También, y quizá sea esto lo que dejará una huella más duradera en la opinión pública, ha terminado endureciendo la demanda respecto a las políticas concretas que deberían aplicarse.
A día de hoy, sólo 1 de cada 4 alemanas está en contra de que se apliquen las deportaciones masivas como medio para contener la inmigración.
¿Hemos llegado al punto en que puede decirse que el 70% de la población alemana se ha vuelto fascista en menos de cuatro años?
Hagamos de nuevo el mismo ejercicio, coloquemos el foco sobre el electorado socialista: dos de cada tres quieren deportaciones. Y no, no es una cuestión de guerras culturales, algo tiene que haberse hecho muy mal desde el Gobierno para que se haya producido un vuelco de este tipo.
Si todavía queda alguien dispuesto a discutir la evidencia, se puede corroborar la demostración sin demasiado esfuerzo. Tomemos una medida todavía más contundente que las deportaciones, pongamos sobre la mesa una cuestión que afecta a los principios elementales del Estado de derecho: la detención indefinida de los delincuentes migrantes hasta que pueda llevarse a cabo su deportación.
No, no estamos hablando de Ecuador, estos son los datos de un país desarrollado y de fuertes raíces democráticas. El 90% quiere mano dura. Y la demanda del electorado socialdemócrata calca prácticamente a la del conjunto de la población.
En estos momentos, los números parecen dar viabilidad a una coalición entre CDU –conservadores– y SPD –socialdemócratas–. Veremos si termina de darse. De ser así, será muy difícil que los socialistas estén en condiciones de impedir un fuerte endurecimiento en la gestión de las políticas migratorias. No es que sus bases lo estén pidiendo, es que claman para que así sea.
Las abstracciones y las moralizaciones son intelectualmente cómodas. Pero la vida está en las calles y la sensación de angustia es transversal. Asumirlo no es fácil, requiere liberarse de los complejos de clase que tan a menudo condicionan a los políticos progresistas. Renunciar al deseo y a la voluntad de ser élites. Volver al barrio.
Llevamos años ya viendo la misma película. Salvo en los países nórdicos, viene ocurriendo lo mismo en todos los sitios. En lo que concierne a la inmigración, la oferta política de los progresistas está completamente desconectada de la demanda social mayoritaria y también de la de sus propios electores. Y el caso alemán lo demuestra, todavía con mayor rotundidad.