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Mentiras y medias verdades del Gobierno chino
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Ángel Villarino

Historias de Asia

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Mentiras y medias verdades del Gobierno chino

Probablemente ustedes hayan empezado a hartarse. Quizá estén perdiendo la paciencia ante la avalancha de noticias económicas contradictorias que aparecen últimamente por todos lados a cuento

Probablemente ustedes hayan empezado a hartarse. Quizá estén perdiendo la paciencia ante la avalancha de noticias económicas contradictorias que aparecen últimamente por todos lados a cuento de China. No les falta razón, porque a diario se publican nuevos informes y análisis que vaticinan todo y su contrario: el colapso definitivo del gigante asiático, o una rápida mejoría que alivie providencialmente al resto del mundo.

No culpen a nadie. Leyendo la prensa económica asiática crece aún más el desconcierto y salta al frente una única certeza: que las previsiones sobre un país como este son aún más arriesgadas de lo habitual. No sólo por su magnitud y por las barreras físicas y culturales, sino también por la calidad de los datos y estadísticas de los que se disponen. Para entendernos, y parafraseando a alguien que lleva casi siete años dentro de la trituradora pequinesa, “todo lo que dice el Gobierno chino es, en el mejor de los casos, una media mentira”.

Perdonen por esta inusual introducción, pero me sentía obligado a justificarme de antemano, ya que la historia asiática de esta semana es justo lo que decía al principio: todo y su contrario.

Empezamos por los datos oficiales hechos públicos el miércoles. La administración general de aduanas ilustraba que el desplome del comercio exterior es aún mayor de lo temido. Las exportaciones cayeron un 25,7% en febrero respecto al año anterior, mucho más de lo esperado. Similar fue el descalabro de las importaciones, que disminuyeron en el mismo periodo un 24,1%.

Los efectos sociales sobre un país que basa su desarrollo en lo que le vende a los consumidores extranjeros es el que se pueden imaginar: más fábricas que cierran, más inmigrantes rurales en la calle, más recién licenciados que no pueden pagar las deudas que contrajeron para ir a la Universidad y una considerable pérdida de las tímidas mejoras laborales (subidas salariales, garantías sociales…) que se habían ido arañando en los últimos años.

La segunda noticia que nos trajo el miércoles es la presentación en sociedad de la deflación. Después de meses pronosticándolo, el signo negativo entró finalmente en el IPC chino de febrero, marcando un -1,6% y abriendo el debate sobre si se trata de algo positivo o negativo. Se abren las apuestas y hay incluso quien dice que se ha forzado la caída de precios para darle vigor al mercado interno, en el que tanto confía Pekín para escapar de lo que ha sido definido por el Partido Comunista Chino como “el año más difícil del siglo”.

Y ahora vamos a contar lo contrario. Porque, ante estos datos, las voces oficiales del Gobierno (así como decenas de analistas independientes) posicionan las reservas de China, su margen de maniobra sobre una economía controlada y el plan de rescate de 600 mil millones de euros que ya están circulando en cientos de formas: créditos blandos, proyectos “verdes”, ayudas al sector agrícola y, por encima de todo, infraestructuras.

Lo que se viene a decir es que China ya está dando síntomas de mejoría y seguirá creciendo a buen ritmo, quizá incluso alcance el 8%, la tasa considerada mínima para que el modelo social no salte por los aires. ¿Cómo es posible obrar este nuevo milagro? Sustituyendo exportaciones por obras públicas, compensando la demanda de los mercados occidentales con la del propio Gobierno. Incluso se habla de un “nuevo modelo de crecimiento”. Provisional y para momentos de crisis, se sobreentiende.

El faraónico plan de obras públicas incluye trenes de alta velocidad con los que recorrer el gigante de norte a sur, infinitas autopistas, miles de kilómetros de comarcales que pavimentarán viejas pistas de tierra… En definitiva, la mayor inversión en ferrocarriles y carreteras que ha visto el mundo desde la efectuada por Estados Unidos a principios del siglo XX. Todo acompañado de misteriosos gastos en Defensa, una partida poco transparente y en la que desde hace varios años nadie sabe a ciencia cierta a qué ritmo se incrementa la inversión.

Y aunque tampoco falta quien dice que China no tiene liquidez para afrontarlo, el Gobierno asegura que el plan de rescate podría ir engordando a medida que avanza la crisis. Recordemos, insisten algunos analistas, que China cuenta con la mayor reserva de divisas de mundo (unos 2 billones de dólares). 

Si todo esto no les ha aclarado las ideas, yo me daré por satisfecho. Al menos han podido experimentar lo que se siente al leer diariamente las ediciones asiáticas de los diarios internacionales: desconcierto y la creciente sospecha de que nadie sabe lo que está pasando realmente en China.

Probablemente ustedes hayan empezado a hartarse. Quizá estén perdiendo la paciencia ante la avalancha de noticias económicas contradictorias que aparecen últimamente por todos lados a cuento de China. No les falta razón, porque a diario se publican nuevos informes y análisis que vaticinan todo y su contrario: el colapso definitivo del gigante asiático, o una rápida mejoría que alivie providencialmente al resto del mundo.