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Japón utiliza las aulas para presionar al régimen norcoreano
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Ángel Villarino

Historias de Asia

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Japón utiliza las aulas para presionar al régimen norcoreano

¿Educación gratuita para todos o para casi todos? El Gobierno japonés se plantea estos días excluir a los alumnos norcoreanos de un jugoso paquete de subvenciones

¿Educación gratuita para todos o para casi todos? El Gobierno japonés se plantea estos días excluir a los alumnos norcoreanos de un jugoso paquete de subvenciones educativas que está a punto de pasar por las Cámaras. Los políticos que piden dicha excepción lo visten como una medida para presionar al régimen de Kim Jong Il. Quieren convertir la exclusión, dicen, en un arma contra el país vecino, con quien Tokio mantiene un pulso que dura varias décadas.

Japón es un país muy estricto con la inmigración extranjera, pero por razones históricas la comunidad coreana supera hoy los 600.000 individuos. De ellos, una considerable proporción proceden del norte de dicha península. Es decir, vienen de las tierras gobernadas desde hace más de medio siglo por el régimen comunista más hermético de cuantos quedan en pie: la República Popular Democrática de Corea.

Coreanos y japoneses comparten muchas afinidades culturales. Entre otras, la de mantener vivo un orgullo nacional a prueba de bombas. Así, y a pesar de que algunas familias llevan hasta cuatro y cinco generaciones viviendo y trabajando en Japón, muchos coreanos defienden su identidad, e incluso algunos renuncian a la nacionalidad japonesa con tal de conservar su pasaporte de origen. No es raro tampoco que quieran educar a sus hijos en su propio idioma, hacerles leer a los literatos nacionales y enseñarles la historia desde un punto de vista que no siempre coincide con el nipón, quizá a causa de las muchas guerras y conflictos que han protagonizado estos dos países.

“Aunque el último nacido en Corea de mi familia fue mi bisabuelo, quiero que mis hijos aprenden el idioma y la cultura de mi país de origen porque es de donde procedo”, explica Yu, un coreano de cuarta generación en Japón. Para cubrir dicha demanda, desde los años 50 existen cientos de escuelas privadas coreanas en Japón, que disfrutan del mismo estatus legal que cualquier otro centro educativo concertado con un país extranjero, léase los típicos colegios franceses, ingleses, americanos, canadienses, australianos... a los que suelen acudir los hijos de los expatriados. La novedad de los colegios coreanos, para entendernos, es como si en España hubiesen proliferado los colegios rumanos, que educasen no sólo a los hijos, sino también a los nietos y bisnietos de inmigrantes, enseñando materias en rumano y cursando asignaturas propias.

Hasta aquí, y más allá de alguna que otra polémica aislada en debates televisivos, la cuestión no reviste mayor importancia. Lo que sí levanta ampollas es que en torno a 200 de estas instituciones educativas (incluida una universidad) no son coreanas a secas, sino “norcoreanas”, con la carga ideológica que implica dicho término. En resumidas cuentas, estos centros reciben algún tipo de financiación de la dictadura de Kim Jong Il (cada vez menos, ante la ruina del régimen comunista). Y lo que es más grave: por sus aulas, denuncian los críticos, sigue circulando un cierto vientecillo estalinista. Al parecer, de cuando en cuando, algún profesor exaltado cuelga un retrato de Kim Jong Il o Kim Il Sung, los “héroes” de la revolución, a pesar de que en los últimos años se ha intentado equiparar el programa lectivo de estos centros con el japonés. De hecho, la mayoría de las universidades japonesas reconocen semi-oficialmente a las llamadas “chongryon” y permiten que quienes allí se forman se presenten al examen de acceso como cualquier adolescente japonés.

Dos mil familias podrían ser excluidas

Pues bien, aunque aún tiene que superar varios obstáculos, el actual Gobierno plantea cumplir al menos una de sus muchas promesas electorales. Quiere hacer prácticamente gratuita la educación secundaria, además de subvencionar todos los institutos privados, tanto japoneses como extranjeros, con unos 100.000 yenes anuales (970 euros). Si el Gobierno finalmente los excluye de las ayudas a los centros norcoreanos, se verán afectadas unas dos mil familias, muchas residentes en Japón desde hace varias generaciones. El veto ha sido promovido por los elementos más nacionalistas de la sociedad japonesa, quienes han llegado a argumentar que es ridículo gastar dinero público en formar al enemigo, agregando que las escuelas norcoreanas no son parte del sistema educativo japonés.

¿Pero qué tiene Japón contra su vecino? Más allá de lo incómodo que resulta vivir a pocas millas náuticas de uno de los dictadores más impredecibles del mundo (que además hace experimentos atómicos con frecuencia), la lista de agravios es interminable y cuenta con capítulos inverosímiles. Uno de los más graves es el rapto de decenas de ciudadanos japoneses por parte de los servicios secretos norcoreanos entre 1977 y 1983. Algunos fueron capturados para ser obligados a dar clases de japonés en las escuelas comunistas, mientras que otros se sospecha que fueron directamente asesinados y su identidad suplantada por espías del régimen. En el expediente de los raptos macabros de la dictadura hay todo tipo de historias, como la del director de cine surcoreano Shin Sang-Ok, secuestrado con la idea de ponerlo a las órdenes del cine de propaganda, algo que de hecho se vio obligado a hacer hasta que consiguió huir a Estados Unidos.

Japón está convencido de que muchos de los secuestrados siguen todavía atrapados en Corea del Norte e incluso se ha creado un ministerio cuyo único objetivo es conseguir su repatriación. No es casualidad que sea el titular de dicha cartera,  Hiroshi Nakai, uno de los más firmes defensores del boicot a las escuelas “norcoreanas”. El Gobierno de Yukio Hatoyama, el hombre que consiguió desalojar al Partido Liberal del Poder después de medio siglo, todavía no ha decidido qué hacer con la financiación pública de los “chongryon”.

Ante una polémica que crece y divide, su margen es escaso. Su popularidad ha caído hasta menos de la mitad en cuestión de seis meses y hoy sólo uno de cada tres japoneses lo respalda. Para cuando quiera resolver el lío de las escuelas coreanas podrían ser todavía menos.

¿Educación gratuita para todos o para casi todos? El Gobierno japonés se plantea estos días excluir a los alumnos norcoreanos de un jugoso paquete de subvenciones educativas que está a punto de pasar por las Cámaras. Los políticos que piden dicha excepción lo visten como una medida para presionar al régimen de Kim Jong Il. Quieren convertir la exclusión, dicen, en un arma contra el país vecino, con quien Tokio mantiene un pulso que dura varias décadas.