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La religión crece tan deprisa como la economía en China
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Ángel Villarino

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La religión crece tan deprisa como la economía en China

Durante los años del maoísmo, se destruyeron miles de iglesias, mezquitas y templos en China. Entre los que quedaron en pie, muchos se cerraron al público,

Durante los años del maoísmo, se destruyeron miles de iglesias, mezquitas y templos en China. Entre los que quedaron en pie, muchos se cerraron al público, o se transformaron en almacenes, oficinas e incluso cuarteles. Monjes y sacerdotes fueron despojados de sus hábitos y, en el mejor de los casos, obligados a desempeñar trabajos manuales.

Ha pasado medio siglo desde entonces y hoy se levantan por el país campanarios, pagodas y minaretes de todo credo y signo. Aunque controladas de cerca por las autoridades, las religiones viven un renacimiento imparable, con tasas de crecimiento que en algunos casos superan a las económicas. El aperturismo en materia espiritual llegó casi de la mano del libre mercado y, aunque no ha recibido apenas atención, está teniendo un enorme impacto y transformando la sociedad china.

“Estamos viviendo una recuperación espiritual en todo el país. Las religiones están permitidas, dejan de estar mal vistas y la gente busca llenar el hueco espiritual que les había quedado cuando lo prohibieron”, explica a El Confidencial Chen Jin Guo, investigador del Instituto Chino de Ciencias Sociales y especializado en fenómenos religiosos. El profesor recuerda que en 1984, cinco años después del despegue económico, se decretó la “libertad de credo” para las cinco principales religiones del país: taoísmo, budismo, protestantismo, catolicismo e Islam.

Utilizando una perspectiva histórica, Chen asegura que desde que cayó el Imperio chino en 1912, las élites políticas han venido considerado la religión un símbolo de atraso que era necesario erradicar. Una impresión que ha llegado hasta nuestros días. Conocida es la anécdota del ex presidente Jian Zeming, quien confesó a Bill Clinton su incredulidad ante el "enigma" que le suponía verificar que en sociedades tan desarrolladas como la estadounidense siga siendo tan importante la religión.

“En realidad es una mentalidad anterior al comunismo, aunque alcanzó el cénit en los años 50, cuando hubo grandes movimientos para erradicar la religión. Pero es una etapa superada y ahora se tiende a considerar que la religión está en el ámbito personal, aunque por supuesto hay diferentes puntos de vista dentro del Gobierno”, insiste el académico quien, sin embargo, se niega a hablar de sus propias convicciones religiosas y reconoce que no es capaz de identificar como “creyente” a ningún alto funcionario estatal.

“Tengo derecho de no decirlo. Es un asunto privado”, se defiende. Otros expertos, la mayoría extranjeros, han hecho notar que entre las elites gubernamentales chinas sigue dominando la impresión de que la religión es un síntoma de atraso. Pero, al mismo tiempo, se considera que las creencias y sus prácticas espirituales son un buen bálsamo para los problemas del pueblo: un instrumento que, si se controla, puede reducir la conflictividad social, contribuir al orden, e impulsar la armonía, la gran utopía a la que aspira el Gobierno.

Lo que están diciendo, en definitiva, es que algunos dirigentes siguen pensando que la religión es el opio del pueblo, con la diferencia de que ahora les resulta más cómodo suministrar la droga que combatirla.

Crecimiento imparable

Sea como sea, el auge religioso es un fenómeno silencioso, pero imparable. Un reciente sondeo realizado por la estadounidense Universidad de Purdue, asegura que hoy el 85% de los chinos tienen ya algún tipo de vida religiosa o espiritual, aunque sea casi siempre en privado. Sólo el 15% se considera agnóstico o ateo.

Otros informes indican que el número de creyentes se ha triplicado en menos de cinco años, siendo el budismo y el cristianismo las religiones que más crecen. Los más atraídos parecen ser mujeres y jóvenes, sobre todo en el entorno rural. Cálculos extraoficiales dan una idea del alcance de algunos cultos. Se habla de 250 millones de practicantes taoístas, 185 millones de budistas y 33 millones de cristianos, uniendo católicos y protestantes. Son cifras importantes si consideramos que el Partido Comunista tiene sólo 73 millones de afiliados.

“Al principio se abrió la mano a las cinco grandes religiones, pero poco a poco se han ido permitiendo otras actividades e ideas religiosas, incluidas las creencias ancestrales, llamadas religiones folclóricas chinas, que son una parte de nuestro patrimonio cultural”, dice Chen. Las religiones folclóricas, creencias ancestrales en espíritus y dioses, son ampliamente toleradas hoy en día. Incluso fueron despenalizadas oficialmente por primera vez en año pasado, aunque sólo en la provincia de Henan.

A pesar de las aperturas, el Gobierno chino sigue controlando rígidamente la vida espiritual de los ciudadanos y no admite estructuras jerárquicas que no se sometan al control estatal y puedan desafiar a las autoridades políticas.

El caso más polémico es seguramente el del movimiento Falung Gong, considerado una secta por las autoridades y perseguido de manera sanguinaria, hasta tal punto que ya sólo se practica a la luz del día en Hong Kong, Macao y en el extranjero. Con la Iglesia católica, China también mantiene un contencioso, ya que Pekín se niega a aceptar una autoridad moral y espiritual en el extranjero (el Vaticano) e impone la elección de obispos, un privilegio que la Iglesia atribuye únicamente al Papa.

Así mismo, siguen vigentes leyes que atentan contra la libertad religiosa, como la prohibición de abrazar una religión si se pertenece al Partido Comunista. “En el papel sigue en pie, pero mi impresión es que ya no se respeta de manera estricta”, justifica Chen.

También está prohibido reunirse en grupos de culto no registrados. “Sí, pero cuando la Policía descubre a un grupo haciéndolo, primero comprueban que no estén llevando a cabo ninguna actividad política. Si no son peligrosos, entonces se les tolera, aunque se mantiene un control, obviamente”, agrega el profesor.

Problemas y desequilibrios

El profesor Chen reconoce que este florecimiento abrupto de vida espiritual en China está generando desequilibrios, de la misma manera que el crecimiento económico acelerado provoca tensiones que a veces parecen a punto de estallar.

“El budismo, por ejemplo, está creciendo como una marca comercial y turística. Los templos de peregrinaje están explotados por empresas. Los budistas reales son menos de la mitad de los que acuden a los templos. Muchos lo hacen sin ningún fervor religioso, sólo como objeto de consumo”, explica.

Chen identifica también como problemas el extremismo religioso y el auge de religiones extranjeras, ajenas a la tradición china. “China se abre al mundo y el mundo se abre a China. En los primeros años hubo un aumento de religiones y creencias llegadas de fuera. Ahora, sin embargo, se empieza a tomar conciencia de que es necesario preservar el patrimonio espiritual chino”, asegura.

El tercer problema es la necesidad d e adecuar la legislación china a la nueva realidad espiritual del país.“El Gobierno tiene que entender que las religiones no son políticas, sino algo privado. Hay quien piensa que debemos copiar a Cuba o Vietnam, donde el comunismo convive con la religión y los miembros del Gobierno pueden creer en Dios si quieren. Pero siempre ocurre, en todo el mundo, que la legislación va por detrás de los cambios sociales”, concluye.

Durante los años del maoísmo, se destruyeron miles de iglesias, mezquitas y templos en China. Entre los que quedaron en pie, muchos se cerraron al público, o se transformaron en almacenes, oficinas e incluso cuarteles. Monjes y sacerdotes fueron despojados de sus hábitos y, en el mejor de los casos, obligados a desempeñar trabajos manuales.

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